"Por aquel mismo tiempo fueron unos a ver a Jesús, y le contaron lo que Pilato había hecho: sus soldados mataron a unos galileos cuando estaban ofreciendo sacrificios, y la sangre de esos galileos se mezcló con la sangre de los animales que sacrificaban.
Jesús les dijo:
- ¿Pensáis que aquellos galileos murieron así por ser más pecadores que los demás galileos? Os digo que no, y que si vosotros no os volvéis a Dios, también moriréis. ¿O creéis que aquellos dieciocho que murieron cuando la torre de Siloé les cayó encima, eran más culpables que los demás que vivían en Jerusalén? Os digo que no, y que si vosotros no os volvéis a Dios, también moriréis.
Jesús les contó esta parábola:
- Un hombre había plantado una higuera en su viña, pero cuando fue a ver si tenía higos no encontró ninguno. Así que dijo al hombre que cuidaba la viña:
- Mira, hace tres años que vengo a esta higuera en busca de fruto, pero nunca lo encuentro. Córtala. ¿Para qué ha de ocupar terreno inútilmente?
Pero el que cuidaba la viña le contestó:
- Señor, déjala todavía este año. Cavaré la tierra a su alrededor y le echaré abono. Con eso, tal vez dé fruto; y si no, ya la cortarás."
La primera parte del texto de hoy viene a decirnos que las desgracias no son castigo de Dios. Jesús aprovecha estas dos noticias para hacer una llamada a la conversión.
Jesús habla en su tiempo. En el Antiguo Testamento la viña es símbolo del pueblo de Dios y la higuera de Jerusalén. Jesús lleva tres años de predicación y ni escribas ni sacerdotes le han hecho caso. Corren el riesgo de ser cortados para no ocupar un terreno inútil.
Pero el Evangelio nos habla también hoy y todos debemos preguntarnos si no somos higueras estériles. La Iglesia, con sus escándalos ¿da fruto o es higuera estéril? Cada uno de nosotros, con nuestra tibieza ¿damos fruto o somos higueras estériles?
La crisis no es un castigo de Dios, sino el fruto de nuestra sociedad aburguesada, falta de compromiso, en la que hemos convertido lo accesorio en importante y nos hemos olvidado de las necesidades de los demás. Proclamamos universales los derechos a la enseñanza, a la salud, a la vivienda... y no nos dimos cuenta que dos terceras partes de la humanidad estaba desprovista de ellos. Ahora que nos peligran a nosotros, echamos el grito al cielo. Pero, ¿cuáles han sido nuestros frutos? ¿Hemos luchado para que esos derechos sean verdaderamente universales o nos hemos contentado con que lo sean para nosotros? ¿Nuestra vida espiritual es profunda o navegamos en medio de la tibieza? ¿En qué se nota que somos cristianos?
La esperanza de esta parábola está en el viñador, que pide una segunda oportunidad, que quiere seguir regando la higuera, cavándola, abonándola para que dé fruto. El salmo de hoy, 103(102), nos presenta precisamente ese Dios compasivo y misericordioso, lento para castigar y rico en amor. Ese Dios que se enternece como un padre ante sus hijos... Este salmo podría ser hoy el eje de nuestra meditación.
La Cuaresma nos invita a convertirnos. Es decir, a dar fruto. ¿Seguiremos siendo higueras estériles?
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