viernes, 1 de marzo de 2013

GRAVES OFENSAS A LA MADRE DE DIOS


Que en un medio de comunicación “católico” alguien haga apología de la ordenación sacerdotal de las mujeres, de la supresión del celibato eclesiástico o del aborto produce natural estupefacción entre los creyentes de verdad.

Nada, desgraciadamente en este caso, sucede por casualidad sino en la antesala de un cónclave donde se elegirá al vicario de Cristo en la tierra. Pues bien, con la silla de Pedro aún vacante, los sicarios del demonio no se cansan de lanzar improperios contra la doctrina de Jesucristo. Por eso, hoy más que nunca debemos permanecer ojo avizor para rebatir las injurias esgrimiendo el Evangelio y el Catecismo.

Sin ser apocalípticos, tampoco debemos ser ingenuos, necios o cobardes: y la que se nos viene encima a los católicos que no comulgamos con ruedas de molino no ha hecho más que empezar. No lo digo yo, pobre siervo. Está escrito y ahora, por desgracia insisto, acaba de plasmarse en hechos abominables.

El último zarpazo mediático del demonio ha sido ofender públicamente a la Santísima Virgen cuestionando abiertamente nada menos que el Dogma de su Perpetua Virginidad. ¿Quién, sino el mismo Lucifer, odia tanto a la Virgen María que le aplastará su maldita cabeza para toda la eternidad?

Sí, he leído unas durísimas declaraciones contra Nuestra Madre Santísima con gran dolor de corazón. Para colmo de males, su autor presume de ser católico practicante. Son tan ofensivas sus palabras, que sólo podría inspirarlas el mismísimo diablo y merecerían, de reafirmase en ellas, una sanción por herejía con el Código de Derecho Canónico en la mano y todo lo que ello conlleva, incluida la excomunión (Código de Derecho Canónico, cánones 1.371,1 y 1.364,1).

Es obvio que su autor, tan ligado a Toledo, desconoce la principal obra de san Ildefonso de Toledo, Padre de la Iglesia y patrón de esta ciudad imperial, titulada Sobre la virginidad perpetua de Santa María contra tres infieles (De virginitate Sanctae Mariae contra tres infideles). Si el santo levantase hoy la cabeza, posiblemente añadiría otro hereje más al título de su apreciada obra, en la que defiende contra el hereje Joviniano la virginidad de María en la concepción y en el parto, mantiene contra Elvidio que María fue siempre virgen, e incide en que Jesucristo es Dios con la integridad perpetua de María siempre presente.

No voy a dar publicidad al autor de semejantes dislates ni al medio que los ha publicado, pero tampoco puedo ocultar mi perplejidad ante el clamoroso silencio de quienes compete por su autoridad salir en defensa del dogma mariano, ni mucho menos pasar por alto el hecho insólito de que algunas almas consagradas, cardenales incluidos, colaboren en ese medio como si tal cosa.

Sobre el Dogma de la Perpetua Virginidad de María, me remito al Catecismo de Nuestra Santa Madre Iglesia, que dice:

484. La Anunciación a María inaugura “la plenitud de los tiempos” (Ga 4, 4), es decir, el cumplimiento de las promesas y de los preparativos. María es invitada a concebir a aquel en quien habitará “corporalmente la plenitud de la divinidad” (Col 2, 9). La respuesta divina a su “¿cómo será esto, puesto que no conozco varón?” (Lc 1, 34) se dio mediante el poder del Espíritu: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti” (Lc 1, 35).

485. La misión del Espíritu Santo está siempre unida y ordenada a la del Hijo (cf. Jn 16, 14-15). El Espíritu Santo fue enviado para santificar el seno de la Virgen María y fecundarla por obra divina, él que es “el Señor que da la vida”, haciendo que ella conciba al Hijo eterno del Padre en una humanidad tomada de la suya.

486. El Hijo único del Padre, al ser concebido como hombre en el seno de la Virgen María es “Cristo”, es decir, el ungido por el Espíritu Santo (cf. Mt 1, 20; Lc 1, 35), desde el principio de su existencia humana, aunque su manifestación no tuviera lugar sino progresivamente: a los pastores (cf. Lc 2,8-20), a los magos (cf. Mt 2, 1-12), a Juan Bautista (cf. Jn 1, 31-34), a los discípulos (cf. Jn 2, 11). Por tanto, toda la vida de Jesucristo manifestará “cómo Dios le ungió con el Espíritu Santo y con poder” (Hch 10, 38).

José María Zavala

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