Cuando el pasado 11 de febrero hablábamos del papel que toca a San Gabriel en el Nuevo Testamento (pinche aquí si desea conocerlo), decíamos que “esta afición de Gabriel a anunciar nacimientos le haría un buen candidato a ser también el ángel anónimo que anuncia dos de los importantes nacimientos prodigiosos que registra el Antiguo Testamento. El de Ismael en el Génesis y el de Sansón en los Jueces, bien que el ángel protagonista de ambas acciones no reciba en ninguno de los libros nombre alguno”.
Pues bien, momento es llegado de revisar hoy el anuncio que un ángel hace del nacimiento de Sansón.
Sansón es uno de los jueces que gobierna el pueblo de Israel en el período que sigue a la muerte de Moisés y de la conquista y asentamiento en la Tierra Prometida, antes de que hacia el año 1000 a.C. se dote finalmente de una monarquía en la persona de Saúl primero, y del mítico y añorado David después. Es concretamente el que hace el número trece de un total de quince. Cabe datar su hipotética existencia en el s. XI a.C.. Sobradamente conocido el hecho de que está dotado de una fuerza colosal cuya clave se halla en su melena. Ciegamente enamorado de Dalila, que se ha dejado comprar por sus enemigos filisteos, le confiesa el secreto de su fuerza descomunal. Dalila le corta el pelo mientras duerme y Sansón es apresado.
Por lo que se refiere a su nacimiento, tiene lugar en las siguientes circunstancias que recoge el Libro de los Jueces:
“Había un hombre en Sorá, de la tribu de Dan, llamado Manóaj. Su mujer era estéril y no había tenido hijos. El Ángel de Yahvé se apareció a esta mujer y le dijo: «Mira, eres estéril y no has tenido hijos, pero concebirás y darás a luz un hijo. En adelante guárdate de beber vino ni bebida fermentada y no comas nada impuro. Porque vas a concebir y a dar a luz un hijo. No pasará la navaja por su cabeza, porque el niño será nazireo de Dios desde el seno de su madre. Él comenzará a salvar a Israel de la mano de los filisteos.» La mujer fue a decírselo a su marido: «Un hombre de Dios ha venido donde mí; su aspecto era como el del Ángel de Dios, muy terrible. No le he preguntado de dónde venía ni él me ha manifestado su nombre. Pero me ha dicho: Vas a concebir y a dar a luz un hijo. En adelante no bebas vino ni bebida fermentada y no comas nada impuro, porque el niño será nazireo de Dios desde el seno de su madre hasta el día de su muerte.»
Manóaj invocó a Yahvé y dijo: «Te ruego, Señor, que el hombre de Dios que has enviado venga otra vez donde nosotros y nos enseñe lo que hemos de hacer con el niño cuando nazca.» Dios escuchó a Manóaj y el Ángel de Dios vino otra vez donde la mujer cuando estaba sentada en el campo. Manóaj, su marido, no estaba con ella. La mujer corrió en seguida a informar a su marido y le dijo: «Mira, se me ha aparecido el hombre que vino donde mí el otro día.» Manóaj se levantó y, siguiendo a su mujer, llegó donde el hombre y le dijo: «¿Eres tú el que has hablado con esta mujer?» Él respondió: «Yo soy.» Le dijo Manóaj: «Cuando tu palabra se cumpla, ¿cuál deberá ser la norma de conducta del niño?» El Ángel de Yahvé respondió a Manóaj: «Deberá abstenerse él de todo lo que indiqué a esta mujer. No probará nada de lo que procede de la vid, no beberá vino ni bebida fermentada, no comerá nada impuro y observará todo lo que yo le he mandado.» Manóaj dijo entonces al Ángel de Yahvé: «Por favor, vamos a retenerte y te vamos a preparar un cabrito.» Porque Manóaj no sabía que era el Ángel de Yahvé. Pero el Ángel de Yahvé dijo a Manóaj: «Aunque me obligues a quedarme no probaré tu comida. Pero si quieres preparar un holocausto, ofréceselo a Yahvé.» Manóaj dijo entonces al Ángel de Yahvé: «¿Cuál es tu nombre para que, cuando se cumpla tu palabra, te podamos honrar?» El Ángel de Yahvé le respondió: «¿Por qué me preguntas el nombre, si es misterioso?» Manóaj tomó el cabrito y la oblación y lo ofreció en holocausto, sobre la roca, a Yahvé, que actúa misteriosamente. Manóaj y su mujer estaban mirando. Cuando la llama subía del altar hacia el cielo, el Ángel de Yahvé subía en la llama. Manóaj y su mujer lo estaban viendo y cayeron rostro en tierra. Al desaparecer el Ángel de Yahvé de la vista de Manóaj y su mujer, Manóaj se dio cuenta de que era el Ángel de Yahvé. Y dijo Manóaj a su mujer: «Seguro que vamos a morir, porque hemos visto a Dios.» Su mujer le respondió: «Si Yahvé hubiera querido matarnos no habría aceptado de nuestra mano el holocausto ni la oblación, ni nos habría mostrado todas estas cosas, ni nos habría hecho oír tales cosas ahora mismo.» La mujer dio a luz un hijo y lo llamó Sansón. El niño creció y Yahvé lo bendijo” (Jue. 13, 2-24).
Por lo que a nosotros afecta, llama la atención la ocultación que de su nombre hace en todo momento el Ángel de Yahvé. ¿Y si se tratara de un tímido Gabriel que deja de ocultarse en el Nuevo Testamento?
Luis Antequera
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