lunes, 1 de diciembre de 2008

¿AMOR DE HOMBRES?



El “amor” se define, según el Diccionario, como el “sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser”. El amor, así definido, reviste múltiples matices. Necesitamos y buscamos el encuentro con otros: el amor de los padres, el de los hermanos, el de los amigos. También, si es el caso, el amor conyugal.

La amistad es una de las más nobles y humanas modulaciones del amor. Sentimos afecto personal por los amigos. Un afecto puro y desinteresado - al menos, en el ideal de amistad - ; un afecto compartido con otra persona; un afecto que nace y se fortalece con el trato.

La Escritura levanta acta de amistades profundas. Como la de David y Jonatán. En la elegía entonada por David por la muerte de Saúl y de Jonatán, dice, con respecto al segundo: “por ti lleno de angustia, Jonatán, hermano mío, en extremo querido, más delicioso para mí tu amor que el amor de las mujeres” (2 Samuel 1,26).

Y Jesús, en todo el Evangelio, aparece como amigo. Llora por Lázaro, su amigo, que acaba de fallecer (Juan 11, 35). Llama “amigos” a sus discípulos: “Vosotros sois mis amigos” (Juan 15,14). Unos amigos a los que Él ha elegido, con quienes comparte lo que sabe del Padre, a quienes destina para que den fruto, y lo den en abundancia.

La amistad seria, profunda, es posible. Casi como un milagro, porque todo lo humanamente pleno lo es: El amor matrimonial logrado, la relación de paternidad y filiación. Y también la amistad. Es posible que un hombre ame a otro hombre, con amor de amistad. O que una mujer ame a otra mujer. O que un hombre ame a una mujer y viceversa, con ese tipo de amor singular, que no es total - ya que no incluye todo lo que somos; porque no incluye nuestra genitalidad - , ni tampoco exclusivo - porque amar a un amigo no incluye no amar a otros amigos - .

Me ha apenado que sobre la sombra de la amistad que en vida unió al Cardenal Newman con Ambrose St John se pretendiese sembrar la duda. ¿Por qué su amistad no pudo ser amistad? ¿Por qué no pudieron amarse, sin que su amor incluyese la totalidad y la exclusividad? ¿Por qué proyectar las propias opciones – justas o injustas – sobre las opciones de los que ya han muerto, violando así su libertad?

Ambrose St John nació en 1815 y murió en 1875. Se graduó en Christ Church. En 1843 se unió al grupo de Littlemore que lideraba Newman. Se hizo católico en 1845. Acompañó a Newman en Roma y se ordenó sacerdote con él en 1847. Fue enteramente fiel - que es lo que se espera de un amigo - a Newman. Ambos comparten la misma tumba en el cementerio oratoniano que existe junto a Birmingham.

Ni uno ni otro, ni Newman ni St John, reivindicaron jamás ningún tipo de relación que no fuese la amistad. Si ellos no lo han hecho, nadie tiene derecho a hacerlo. Se puede tener amigos, sin que los amigos sean “AMANTES”. Hace falta querer estar ciego, y querer cegar a otros, para negar esta obviedad. Una obviedad al alcance de la experiencia de cualquier ser humano. Hasta al alcance de la experiencia de los santos.


Guillermo Juan Morado

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