lunes, 15 de diciembre de 2008

OLIMPIADAS DE SETTLE


Hace algunos años, en las olimpiadas de Settle, llamadas también Olimpiadas Especiales, nueve participantes, todos con deficiencia mental, se alinearon para la salida de la carrera de los cien metros planos.

A la señal, todos partieron, no exactamente disparados, pero con deseos de dar lo mejor de sí, terminar la carrera y ganar el premio.

Todos, excepto un muchacho, que tropezó en le piso, cayó y rodando comenzó a llorar…

Los otros ocho escucharon el llanto, disminuyeron el paso y miraron hacia atrás.

Vieron al muchacho en el suelo, se detuvieron y regresaron… ¡TODOS!

Una de las muchachas, con Síndrome de Down, se arrodilló, le dio un beso y le dijo:
v Listoahora vamos a ganar…”
Y todos, los nueve competidores, entrelazaron los brazos y caminaron juntos hasta la línea de llegada.

El estadio entero se puso de pie y en ese momento no había un solo par de ojos secos…

Los aplausos duraron largos minutos… las personas que estaban allí aquel día, repiten y repiten esa historia hasta el día de hoy.

¿POR QUÉ?: Porque en el fondo, todos sabemos que lo que importa en esta vida, más que ganar, es ayudar a los demás para vencer, aunque ello signifique disminuir el paso y cambiar el rumbo.

Porque el verdadero sentido de esta vida es que TODOS JUNTOS GANEMOS, no cada uno de nosotros en forma individual.

Ojala que también seamos capaces de disminuir el paso o cambiar el rumbo, para ayudar a alguien que en cierto momento de su vida tropezó y que necesita de ayuda para continuar… entre todos seguro que podemos.

Esto guárdalo en tu corazón, y asegúrate de encontrarlo en el momento oportuno, cuando debas ayudar a alguien que te necesita.

Nota: Hace tres o cuatro años, en una de nuestras reuniones de sanación, nos visitó una madre con su hijo con Síndrome de Down, a pedirnos que oremos por él. Ese día, gracias al Espíritu Santo, esa madre escuchó algo que me salió del momento y que ella lo lleva en su corazón:
v Señora, si yo tuviera un hijo como el suyo, no le pediría a Dios que me lo cambie… ¿no sabe usted, que tiene en sus manos un Niño Eterno, con el cielo asegurado y que no tendrá que preocuparse por su salvación?”

Dejad que los niños vengan a mí, porque de ellos es el Reino de los Cielos”, dijo el Señor.

La señora lo abrazó y se le salieron unas cuantas lágrimas. Lo único que atinó a decirme fue:
v Hermano, gracias, nunca lo había visto a mi hijo bajo ese punto de vista siempre pensé que era un castigo de Dios
José Miguel Pajares Clausen

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