Parece que somos una humanidad ciega, que no puede sostenerse por si misma.
Por: Pbro. Joaquín Dauzón Montero | Fuente:
Semanario Alégrate
Un pensador portugués escribió un ensayo sobre la ceguera que le valió, entre
otras obras, el premio Nobel de literatura. Su tesis es un análisis de la
sociedad a través de una epidemia simbólica sumamente contagiosa. Uno de los
personajes anónimos se queda ciego (ceguera blanca) y al pedir ayuda contagia
al que le presta ayuda y así se van contagiando sucesivamente, hasta que el
gobierno X confina a todos en un lugar a propósito, para evitar una pandemia.
Les da todo lo necesario para sobrevivir, pero no se compromete a más, y deja a
todos que vivan a su antojo. Allí no hay ninguna obligación, ninguna ley ética,
ninguna ley moral, que rija su comportamiento y los ayude a trascenderse.
Esto los lleva a olvidar su vida anterior, sus costumbres sociales, sus tradiciones transmitidas de generación en generación, hasta rebajarse y volver a su condición de animales. El hombre sin freno de ninguna clase, sin una ley que lo dirija, llega a portarse como éstos, porque los instintos son ciegos. Y todos somos animales en realidad, afirma el escritor. Pero hay una escena anterior que llama la atención, ya que la ceguera podría tener sus niveles: el médico que atiende al primer afectado, ignorando la causa de la ceguera de su paciente, le dice: “no puedo recetarte a ciegas”.
La ignorancia aceptada libremente
es causa de ceguera (José Saramago, autor) ¡Un
ciego no puede guiar a otro ciego, claro! El autor, pues, denuncia la
ceguera de la sociedad, donde se aplica el dicho popular: no hay más ciego que quien no quiere ver. Perdón
si me detuve mucho en el simbolismo de este autor, pero a mí me ha abierto los
ojos.
Ahora bien, caigamos en la cuenta
de que la ceguera que denuncia Jesús, no es problema de los ojos sino de la
conciencia mal manejada. Y, ¿cómo liberarnos de
esta ceguera? Bueno, muchos afirman que la misericordia es la que define
a Dios y que es su misericordia la que permite al hombre caminar y vivir en la
luz verdadera (lean Mt 9,5-6; 21,14). Es esa Luz, con mayúscula, quien puede
ayudarnos a encontrarnos con la Verdad y con nuestra verdad.
Finalmente, no es cosa de poca
importancia creer o no creer en Jesucristo cuando se trata de enfrentar las
luchas de la vida: todo seguidor de Jesucristo está
llamado a ver más allá del horizonte humano, porque está llamado a
trascenderse, teniendo como objetivo la consecución de todas las promesas de su
salvador. Sabe, por ejemplo, aceptar eso que Juan dice en su evangelio,
entre otras verdades: “La luz brilló en las
tinieblas y las tinieblas no la comprendieron...” Ojalá que esta
afirmación no valga para nosotros... y más adelante dice: “La luz verdadera que ilumina a todo hombre...”,
refiriéndose al mismo Señor (Jn 1,5 y 9).
Piensa, pues en tí y piensa también en el mundo que
te ha tocado vivir, porque parece que somos una humanidad ciega, que no puede
sostenerse por si misma.
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