El Papa firma el prefacio del volumen "Come la folgore viene da Oriente".
Por: Papa Francisco | Fuente: Vatican News
Tras largos años de espera del consuelo del Señor, el anciano Simeón reconoce
en el Niño al Mesías enviado por Dios. Lo estrecha en sus brazos y bendice a
Dios con el corazón conmovido, reconociendo en aquel Niño la luz de la
salvación que esperaban todos los pueblos (cf. Lc 2,30-31).
Jesús es la luz enviada por el
Padre en las noches oscuras de la humanidad. Él es la aurora que Dios quiso
suscitar cuando aún caminábamos en tinieblas. Él es quien abrió destellos de
esperanza allí donde estábamos perdidos, iluminando los rincones lejanos de la
tierra y los surcos de nuestros corazones rotos, angustiados y heridos. Él es
esa luz original de la Creación que ahora brilla entre nosotros para disipar
las tinieblas de nuestras vidas. Jesús es la luz del mundo (cf. Jn 8,12) y, por
eso, aunque a veces andemos a tientas en la oscuridad y carezcamos de "visión", siempre hay esperanza para
nosotros. Porque siempre podemos acudir a Él clamando como el ciego Bartimeo y
recibir de Jesús unos ojos nuevos y brillantes.
Animada por esta esperanza, la
Iglesia, en su tradición teológica y litúrgica, se ha dirigido siempre a
Oriente y nos invita a mirar allí, porque de Oriente surge la luz, el sol de
justicia, la estrella resplandeciente que es Cristo. Siempre la Iglesia necesita
ser iluminada por Cristo y su Evangelio, porque siempre, como una barca que
cruza las olas a menudo agitadas de la historia, puede correr el riesgo de no
ser la Iglesia de Jesús. El viejo Simeón dice a María y a José: este Niño que
nace "ha sido puesto para que muchos en Israel
caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción" (Lc
2,34). Jesús sigue siendo hoy un escándalo, un signo de contradicción que
desafía nuestras seguridades y sacude nuestros corazones para que no quede
paralizado por el miedo, aprisionado en la hipocresía o endurecido en el
pecado. La alegría del Evangelio, en efecto, al mismo tiempo que nos consuela y
nos levanta, es también una profecía que nos pone en crisis, que sigue
perturbando las lógicas del poder humano, los cálculos mundanos, las armas de
la opresión, las lógicas de la división y de la ambigüedad. Jesús sigue siendo
el que perturba la falsa paz de los que "por
fuera tienen buena apariencia, pero por dentro están llenos de huesos de
muertos y de podredumbre...pero por dentro repletos de hipocresía y
crueldad" (Mt 23,27-28).
Por eso me alegra presentar este
libro, que pretende dar voz a la Iglesia de Oriente a través de los relatos,
anécdotas y reflexiones del cardenal Lazzaro You Heung- sik, a quien conocí por
primera vez en 2014, durante la Jornada Asiática de la Juventud, y a quien
ahora he llamado para dirigir el Dicasterio para el Clero. Con su trato amable
y afable, nos permite captar los frutos de una fe sembrada en tierra de
mártires y brotada con sencillez gracias al testimonio gozoso de una Iglesia
viva. Y a partir de la historia que poco a poco va tomando forma, podemos
vislumbrar el camino para seguir siendo, todos nosotros, una Iglesia fiel a
Jesús y a su Evangelio, alejada de toda mundanidad.
De las conversaciones recogidas
en estas páginas, en las que se entrecruzan elementos autobiográficos con
reflexiones espirituales y pastorales, el Cardenal Lazzaro hace emerger el
retrato de una fe generada en el contacto asiduo con la Palabra de Dios y los
testigos del Evangelio; el retrato de una Iglesia joven y emprendedora, nacida
de los laicos, que se hace instrumento de esperanza y compasión, atendiendo a
los que están heridos; el retrato de un ministerio sacerdotal que necesita
regenerarse a la luz del Evangelio, vaciándose de todo clericalismo y
repensándose "junto" y "con" los hermanos laicos, en
comunidades sinodales y ministeriales.
Expreso, pues, mi gratitud al
cardenal Lazzaro y a quienes han editado estas páginas. Porque todos
necesitamos esta luz de Oriente. Necesitamos escuchar el testimonio audaz de
tantas hermanas y hermanos que, con entusiasmo e incluso con mucho sufrimiento,
han acogido a Jesús con los brazos abiertos como el viejo Simeón, acogiendo la
predicación de san Andrés Kim y de muchos misioneros que han gastado su vida
por la alegría del Evangelio. Necesitamos "descentralizarnos",
haciendo un viaje a Oriente y poniéndonos en la escuela de un modo de
vida espiritual y eclesial que puede revigorizar nuestra fe. Y necesitamos
recordar que, incluso en la dificultad y la oscuridad, como el rayo viene el
Señor. Y quiere iluminar nuestras vidas.
Traducción no oficial
No hay comentarios:
Publicar un comentario