DIVORCIADA DOS VECES, LIDIA CAYÓ EN LA NUEVA ERA: «LE PEDÍ QUE NO ME DEJARA MORIR»
LIDIA MIRALLES ENFOCÓ SU VIDA EN CONSEGUIR EL ÉXITO
PROFESIONAL, UNOS MICROINFARTOS LE ARRANCARON SU PILAR FUNDAMENTAL.
Lidia Miralles Prats nació en
Argentina en un entorno católico en el que la fe se vivía como una mera
tradición. Para su familia lo más importante era, no tanto la posición social,
como cultivar una buena educación y alcanzar la excelencia
intelectual. La investigación, la lectura, la psicología o el arte
eran solo algunos de los entretenimientos que tuvo desde muy pequeña. El canal
Mater Mundi la ha entrevistado recientemente.
Para Lidia tener una mente abierta era
fundamental, lo cual implicaba aceptar todo tipo de religiones y rechazar
aquello que no pudiera ser demostrable. Es más, recuerda que sus dos días más
felices de la vida estuvieron siempre relacionados con logros intelectuales.
Sin embargo, cuando tenía ocho años, un día mirando por la ventana mientras
escuchaba una música melancólica, pesó que la vida no
podía ser solo aquello.
SENSACIÓN
DE VACÍO
Lidia tenía un precoz sentido de
trascendencia que le iba a perseguir durante toda su vida. Los valores que le habían
inculcado sus padres desde pequeña no iban a caer en saco roto, a pesar de lo
mucho que le tocaría sufrir. "Cuando tenía 23
años empecé a trabajar en una buena empresa. Tenía todo, me había
ido a vivir sola, tenía un buen trabajo, buscaba la felicidad en estar delgada,
en ascender en el trabajo... pero la sensación de vacío crecía
cada día más", comenta Lidia.
Así que decide dejar el trabajo y
se enamora de un chico de origen judío. Pasó de una familia de espíritu
conservador a quedar cegada por la novedad del progresismo de
su primer marido. "Yo venía de un mundo
opuesto al suyo y me enamoré locamente. Pensé que el vacío lo iba a llenar
él... Era un hombre guapo, luchador... Volví a trabajar, nos casamos, y me di
cuenta de que tampoco me llenaba",
relata.
A los 23 años tenía un
buen trabajo, vivía sola, tenía todo lo que quería... pero se sentía vacía.
Y, entonces, todo se empezó a
torcer. Tres años después de casarse, durante una discusión, en un ataque de orgullo, Lidia le dijo a su marido que igual se
tenían que separar. Él lo tomó al pie de la letra, se cambió de habitación y
Lidia no pudo volver a hablar con él. "Yo no
era una buena esposa, no practicaba esto de la donación, de la entrega... Aquel
matrimonio era para mí, para satisfacerme a mí.
Fui de las primeras personas que me divorcié en Argentina, y, claro, todos los
amigos salieron espantados", confiesa.
Lidia, entonces, se puso a hacer
teatro, y se metió en todo tipo de disciplinas que le pudieran dar esa vida que
tanto ansiaba. En su persistente búsqueda, viajó, se relacionó, progresó
en el trabajo, se introdujo en las confusas alternativas de la llamada Nueva era... Todo lo que buscaba, todo lo que iba encontrando,
reconoce, era para satisfacer su ego, para alimentar su yo,
para sostener su soberbia y para distraerse de la permanente sensación de
sinsentido de la vida.
'NADA
TE TURBE, NADA...'
Por aquel entonces, Lidia estaba
a punto de embarcarse en otro fracaso
matrimonial. "Me enamoré de un compañero del trabajo mucho
menor que yo, queriendo tapar otra vez ese agujero. Me compré un billete para
irme dos meses a Europa, a ver si me encontraba. Allí nos ofrecieron trabajo a
los dos y nos fuimos a vivir a España, nos casamos, y al mes me di cuenta de que tampoco
era lo que yo buscaba. La sensación de vacío era impresionante, solo
quería que me dieran cosas a mí, que me hicieran feliz", comenta.
Al año de estar juntos, su marido
se fue con otra mujer. El padre de Lidia viajó a España y le pidió perdón por no
haberle sabido transmitir una buena imagen de varón, y ella empezó a sanar esa
herida que tenía con los hombres. Sin embargo, su otra pirámide, la del mundo
laboral, siguió creciendo. Logró ser directora en una empresa
internacional, tenía su piso, un descapotable,
viajaba todo lo que quería y había conseguido lo que siempre había soñado.
Lidia tuvo dos
matrimonios que acabaron en divorcio, sentía que todo debía de ser para ella.
Sin embargo, la misma pregunta de
siempre, seguía sin resolverse. "La vida no
puede ser esto, si es esto, vaya
broma, no tiene sentido, porque lo tenía todo y no tenía nada", comenta. Y,
es cuando la idea de Dios empieza a aparecer en la vida de Lidia. Un día
de excursión, visitando una exposición, se sintió interpelada por la frase
de Santa Teresa de Jesús: 'Nada te turbe, nada te
espante, solo Dios basta'.
Lo siguiente fue hacer el Camino
de Santiago. "Mi idea de Dios era la de la
Nueva Era. Yo era Nueva Era en todos los términos: vivía como Nueva Era,
buscaba las cosas de Nueva Era, leía las cosas de la Nueva Era... Con mi amiga,
decidimos hacer el Camino de Santiago, y durante las etapas, ella hacía los
laudes y, luego, yo le decía que, ahora, le tocaba lo mío, y sacaba las
tarjetas de los ángeles para ver cómo iba a ser aquel día. Llegué a
Santiago, me confesé después de diez años sin pisar la Iglesia, dos
divorcios, y sin entender nada, pero Dios me iba tocando",
relata.
"ME
SENTÍ COMO PEDRO"
Lidia vuelve a esa búsqueda del
éxito laboral y una amiga le invita a hacer unas catequesis. Durante
dos o tres años dijo que no, porque estaba estudiando un master en
psicología. En ese frenesí, antes de un evento profesional, decidió
tomarse un respiro. Se encontraba en un balneario cuando vivió una experiencia sobrenatural. De aquel episodio, lo que más
nítidamente recuerda es una paz profunda y desconocida, y también decirle a
Dios "no me dejes morir así".
"Empiezo a
sentir una paz que no es de este mundo, era como un equilibrio perfecto, todo
estaba bien. En ese momento empiezo a ver todos mis pecados y
todas las escenas donde no había sido generosa en mi vida... Me hizo sentir un
dolor del alma tan grande, que me encontré diciendo: 'Dios mío, no me dejes
morir así'. Yo no creía en el Dios real, que hoy conozco, y le pedía que me
diera una oportunidad más.
A partir de ahí siento como un golpe en la cabeza, veo dos luces a lo lejos, y
oigo que volvía a respirar, me despierto y eran dos trabajadores", explica.
Lidia sufre
un desvanecimiento y se encuentra con una gran paz en la que ve sus
pecados.
Lidia volvió a su habitación y
empezó a hacer una lista de gente a la que debía pedir perdón, a sus padres, a
sus ex maridos... Después de un tiempo, acepta hacer las catequesis y entra en
una comunidad del Camino
Neocatecumenal. Sin
embargo, al poco tiempo sale espantada, pensando que era una secta,
influenciada, también, por sus compañeros del trabajo. "Empecé
a sentir que era como Pedro, que había traicionado a Jesús, y regreso a la
comunidad, y empiezo a recibir formación sobre lo que significa ser cristiano, curar las
heridas...", relata.
Lidia estaba empezando a llenar
de sentido su vida, pero no había abandonado por completo su deseo de apoyarse
en la pata del éxito
profesional. "Empiezo a
tener muchos problemas en el trabajo, empiezo a somatizarlo y me enfermo
continuamente. Pude acceder a una prejubilación, pero yo no quería,
porque mi orgullo era muy grande. Tenía diez días para decidirme, tenía
muchos dolores de cabeza. Fui a la neuróloga, me hacen escáneres, y encontraron
unos microinfartos en el cerebro, y acuerdo la prejubilación",
explica.
DIOS
ES EL QUE SANA
Las "causalidades"
no dejaron de sucederse y también se acabó por desmoronar aquello que
ella consideraba totalmente controlado en su vida: su trabajo y su salud. "Tenía dinero para vivir un tiempo y nada más. Mi
director espiritual me decía que me fiara del ciento por uno, y
yo, le hice caso, pero a mi manera. Hice una disminución de gastos muy grande,
que hasta mi madre se asustó. Las cosas iban saliendo, aprobé el master con muy
buenas notas y me dijeron que los microinfartos habían sido hace años.
Era como si Dios lo hubiera utilizado para asustarme, para que dejara
de buscar la felicidad en lo laboral", comenta.
Lidia empezó a trabajar como
voluntaria en un Centro de Orientación Familiar (COF), descubrió el sentido del sufrimiento
y la manera de entenderlo junto a sus pacientes. "Allí
descubro que me empiezan a ayudar ellos a mí. Como psicóloga no tenía
ninguna experiencia, tenía experiencia de haber sufrido. Abro mi propia
consulta y empiezo a incorporar la idea de Dios, me doy
cuenta de que lo que sana es Dios, que no soy yo", relata.
Es más, a Lidia las grandes ideas
le van a llegar rezando. "Veo que las grandes
ideas las tengo rezando y no leyendo libros, esto puede espantar a algún
psicólogo. La técnica me ayuda, pero la técnica apoyada en la fe. Es distinto trabajar la autoestima sabiendo que
Dios te ama, que te ha creado único, que te ha hecho especial, que ese
sufrimiento tiene un sentido especial... Cada paciente es también un
proceso para mí, cuando me empeño en aplicar la técnica, siempre hay
un punto en el que se atasca, pero si me fio de Él se desbloquea", señala.
Aquí puedes ver la
entrevista completa a Lidia Miralles en Mater Mundi.
Lidia Miralles Prats se siente
actualmente una persona que ha vuelto a nacer. "Dios me
ha ido conquistando científicamente con los hechos concretos
que ha puesto en mi vida y en las de otras personas. El vacío está
completamente lleno, siempre y cuando, como el sarmiento, me agarre a la vid,
porque en cuanto me suelto... el hombre viejo tira mucho, yo no sé lo que es la
santidad pero sé lo que es el infierno, y yo no
quiero más esto, antes me daba terror la santidad pero ahora pienso que lo
quiero es ser santa", concluye
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