Prefacio del Papa Francisco al libro: Mujeres crucificadas. La vergüenza de la trata relatada desde la calle.
Fuente: Vatican News
Cuando en uno de los Viernes de la Misericordia,
durante el Año Santo Extraordinario, entré en la casa de la Comunidad del Papa
Juan XXIII, no pensé que allí adentro encontraría a mujeres tan humilladas,
afligidas y exhaustas. Realmente mujeres crucificadas. En la habitación donde
encontré a las muchachas liberadas del tráfico de la prostitución forzada,
respiré todo el dolor, la injusticia y el efecto de la opresión. Una
oportunidad para revivir las heridas de Cristo. Después de escuchar los relatos
conmovedores y humanísimos de estas pobres mujeres, algunas de ellas con el
niño en brazos, sentí un fuerte deseo, casi la necesidad de pedir perdón por
las verdaderas torturas que tuvieron que soportar a causa de los clientes,
muchos de los cuales se definen cristianos. Un impulso más para rezar por la
acogida de las víctimas de la trata de la prostitución forzada y la de la
violencia.
Una persona no puede ser nunca puesta en venta. Por eso me alegra poder dar a
conocer la preciosa y valiente labor de rescate y rehabilitación que Don Aldo
Buonaiuto viene realizando desde hace muchos años, siguiendo el carisma de Oreste
Benzi. Esto también implica la voluntad de exponerse a los peligros y las
represalias de la delincuencia que han convertido a estas muchachas en una
fuente inagotable de ganancias ilícitas y vergonzosas.
Me gustaría que este libro fuese escuchado en el más amplio ámbito posible para
que, conociendo las historias que hay detrás de las escandalosas cifras de la
trata, se pueda entender que sin detener una demanda tan alta de los clientes
no se podrá contrastar eficazmente la explotación y la humillación de vidas
inocentes.
La corrupción es una enfermedad que no se detiene por sí sola, sirve una toma
de conciencia a nivel individual y colectivo, también como Iglesia, para ayudar
realmente a estas desafortunadas hermanas nuestras y para impedir que la iniquidad
del mundo recaiga sobre las más frágiles e indefensas criaturas. Cualquier
forma de prostitución es una reducción a la esclavitud, un acto criminal, un
vicio repugnante que confunde hacer el amor con desahogar los propios instintos
torturando a una mujer indefensa.
Es una herida a la conciencia colectiva, una desviación del imaginario
corriente. Es patológica la mentalidad por la cual una mujer debe ser explotada
como si fuera una mercancía para ser utilizada y luego desechada. Es una
enfermedad de la humanidad, una forma equivocada de pensar de la sociedad.
Liberar a estas pobres esclavas es un gesto de misericordia y un deber para
todos los hombres de buena voluntad. Su grito de dolor no puede dejar
indiferentes ni a los individuos ni a las instituciones. Nadie debe darse
vuelta para el otro lado o lavarse las manos de la sangre inocente que es
derramada en los caminos del mundo.
Francisco
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