Aquella tarde de octubre, la suerte estaba echada, pues al llegar del colegio no encontré el lonche que de costumbre mi tía preparaba. Más bien buscaba moneditas entre sus lozas y pocillos, tratando de completar para el pan.
Esto me
preocupó, y contemplé en el acto, mi cajón de lustrabotas, que era solamente
usado los días domingo, -para sacar la propina escolar de toda la semana.- No
era un gran cajón, pero estaba equipado con el antiguo betún
Kiwi (perdón por el cherri) en todos los colores y sobre todo el guinda,
-que tanto gustaba a los bolichero-. Quienes aparte de pagar el servicio daban
propina o te decían quédate con el vuelto, pues el sencillo les malograba el
bolsillo.
Cuando a
la muerte de Banchero, el bum pesquero
acabó, muchos empujaban un triciclo y cobraban en peseta, otros, por cierto,
aprovecharon la época y aseguraron su economía, con la idea fija en encontrar
un bolichero.
Ese día,
salí con mi cajón de lustrabotas, a trabajar por el lonche, -sin percatarme que
era lunes- y los bolicheros estaban en altamar. Me dirigí frente a galerías Callao, donde se congregaban casi todos
los lustradores, dada la cercanía con el antiguo Comité
16 (hoy San Martín) de autos a Lima…
Por esas
épocas, viajar a la capital era cosa seria, había que ir con buena ropa y
zapatos lustrados. Los viajes se preparaban con anticipación, incluida la
compra de salchicha y relleno para la familia de Lima.
Al ver
que no había sitio y que los que allí estaban, eran más grandes que yo, -pues
había que trompearse para ganar un sitio.- Me dirigí a la esquina de Atahualpa y Veintiocho de Julio, al antiguó bazar Dulanto, punto de encuentro de bolicheros, pero ¡no encontré a ninguno!
Desanimado
fui hacia la plaza de armas, más al pasar por la antigua "radio Huacho" se acercó mi vecino Arakaki, quién tenía una fábrica de hielo y su
hermano fue alcalde. Me dijo: !Zambito! ¿Quieres ganar
plata? -Yo asentí con un movimiento de cabeza. Luego subí a su
camioneta, nos dirigimos a la fábrica "Lever
Pacocha", hoy día. Plaza del sol, al
frente hay un local en cuyo frontis aparece un compás, como símbolo (de los “Masones”). Me colocó, en la entrada y dijo: Zambito, a cada persona que entre, le limpias los zapatos, no
los lustres sólo le sacas el polvo ¿Ya? -Pero
no hay nadie, acoté. Ya vienen, me dijo.
Esperé
como una hora, cuando ya aburrido me retiraba, vi llegar dos ómnibus, de la
línea "Villanueva", de la ruta Huacho – La Campiña, que llegaba cargado de gente
de terno y corbata, con raros medallones y faldones. Ellos se formaron en fila,
mientras yo procedía a desempolvar sus zapatos. Cosa que hice con rapidez a más
de cien personas, entre las cuales habían personas conocidas y honorables de la
época: Kian, Matsumura, Arakaki, Bustamante, dedicados
a la empresa y el comercio.
Cuando ya
terminaba, sentí la mano en mi cabeza de una comadre de mi tía, quien decía a
la vez: ¡Buena Darío, te doblaste con los Masones! Lo
que a mis nueve años lo entendí como, “los
matones", sería por el bullicio. Luego de terminar con el último
señor, todos ingresaron al local y empezaron una ceremonia que yo no entendía.
Desesperado
por la incertidumbre de mi pago, pues Arakaki
no aparecía, empecé a preocuparme y poner cara triste. Cuando este apareció
diciendo: !zambito me había olvidado de ti! A lo
cual ingreso al local. Comenzó a hablar al oído a los señores Kian y Bustamante,
grandes hombres de la época, ellos a una señal reunieron una propina. Se acercó
Arakaki y me entregó una bolsita de papel a
la vez que me decía: ¡Te doblaste zambito!
Cogiendo
la bolsita la metí en mi pecho y caminé hacia la espalda del local en donde
estaba la antigua planta de luz y bajo la luz mortecina y amarillenta abrí la
bolsa. ¡Y vaya que casi me caigo de poto al ver 9
billetes de 10 soles! Color naranja (nueve libras), nunca había ganado
tanto lustrando zapatos.
Emocionado
corrí hacia el mercado, en donde entré a la antigua bodega
Phang, entre La Merced y Adán Acevedo, en donde todas las noches se
encontraba la rica palta ambarina, las micas de manteca y el pescado frito. En
la bodega compré: quaker, café, embutidos, etc.
para el lonche. Y con entusiasmo corrí a la casa. Ahí encontré a mis
primos y tíos que comenzaban a cenar, con yerba luisa y pan y medio por cabeza.
Puse el costalillo con víveres en la mesa, a la vez que los invité a comer lo
que quieran.
Pero a
diferencia de hoy, antes, primero te sacaban la mierda y después te
preguntaban. Me pusieron en confesión, a punto de peñiscones. Y dije que los “matones” habían pagado mi trabajo, a cual la vieja
candelera de mi abuela exclamó: -¡¿Y todavía con
delincuentes?! A la vez que mi patilla era levantada. A todo esto mi tío
dijo: ¡Ya comamos y dejen en paz al muchacho! ¡¡Creo
que ha estado con los “Masones”!! -Luego, me miró, tocó mi cabeza y
dijo: ¡¡Eres grande, carajo! ¡¡Ojalá lo seas siempre!!
Esa noche me sentí un grande y
los días siguientes fui el rey en mi colegio, invitando pan con torreja a
todos. Pero, esa es otra historia…
De Darío Pimentel Delgado
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