Un mensaje que es llevado a todo el mundo a través de mensajeros frágiles y decididos, que escuchan la voz de Dios, en una tarde de silencios.
Por: Fernando Pascual | Fuente: Catholic.net
Dios llama. Ayer, hoy, y mañana. Hombres y
mujeres se consagran. Sacerdotes, religiosos y religiosas, laicos que dan un sí
para siempre, sin condiciones. El mundo es distinto con cada respuesta, con
cada entrega. Hay hombres y mujeres que quieren amar más, que reflejan, con su
vida, que Dios es fiel, que Dios nos quiere con locura.
Cada vocación es un misterio. Dios sonríe y espera un sí libre, sincero. Quiere
que le amemos, que le demos lo que somos, sin límites, sin condiciones. Quiere
que seamos felices en sus manos, que confiemos, que sigamos sus huellas, camino
del Calvario, hacia un Sepulcro vacío que nos habla de Vida y de Esperanza.
Dar un sí a Dios no es fácil si falta amor. Dios no subyuga con la fuerza ni
con amenazas. Su voz es suave, discreta, respetuosa. Invita y calla, susurra y
deja tiempo. Hay quien le sigue pronto, sin miedos, y hay quien retrasa su
respuesta, meses, años, para seguir planes vacíos, proyectos huecos, fuera del
sueño de un Dios bueno.
Cuando sopla el viento de la tarde, Dios espera. Quizá hoy un joven piensa,
reza, y mira al cielo. Busca al Dios que lo buscaba, sueña en la voz que resonó
un día dentro de su alma. Puede ser un momento decisivo. Puede ser el inicio de
una nueva vida.
Otros esperan, cerca o lejos, el sí de cada nueva vocación. El silencio de la
noche revela voces que rezan a Dios, como Cristo un día, para pedir que envíe
más obreros, pues la mies es mucha, la cosecha está ya lista, el cielo tiene
abiertas sus puertas con el triunfo de la Pascua.
No hay anuncio sin anunciadores. No hay salvación sin fe en el mensaje. Un
mensaje que es llevado a todo el mundo a través de mensajeros frágiles y
decididos, que escuchan la voz de Dios, en una tarde de silencios: “Ven y sígueme”...
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