Esta carta representa el balance de mi vida.
Tengo 82
años, 4 hijos, 11 nietos, 2 bisnietos y una habitación de 12 metros cuadrados.
Ya no
tengo casa y tampoco mis cosas amadas, pero tengo quien me ordena la
habitación, me prepara para comer y me hace la cama, me controla la presión y
me pesa.
Ya no
tengo las risas de mis nietos, ya no puedo verlos crecer, abrazarse y pelear;
algunos de ellos vienen a visitarme cada 15 días; otros cada tres o cuatro
meses; otros, nunca.
Ya no
hago las croquetas ni los huevos rellenos y tampoco los rollos de carne picada,
ni el punto de cruz. Todavía tengo un pasatiempo que hacer y el sudoku me
entretiene un poco.
No sé
cuánto tiempo me quedará, pero debo acostumbrarme a esta soledad; hago terapia
ocupacional y ayuda en lo que puedo quien está peor que yo, aunque no quiero
encariñarme demasiado: desaparecen frecuentemente. Dicen que la vida es más
larga. ¿Por qué? Cuando estoy sola puedo mirar
fotos de mi familia y algunos recuerdos que me traje de casa. Y eso es todo.
Espero que las próximas
generaciones entiendan que la familia se construye para tener un mañana (con los
hijos) y pagar a nuestros padres con el tiempo que nos regalaron para criarnos.
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