–Qué serios aparecen. Y de los dos consta que eran deslumbrantes de alegría.
–Enamorados de
Cristo Crucificado, se mostraban serios en los momentos solemnes.
No es fácil para el hombre actual imaginar siquiera cómo la Edad Media tuvo su alma en los miles y miles de monasterios que había en ella. Aquella inmensa red de monasterios fue durante siglos el alma de Europa, formando no sólo la trama religiosa, sino también física y cultural de la Cristiandad. No es fácil por eso imaginar lo que fue el nacimiento de los religiosos mendicantes: franciscanos y dominicos, que no vivían como los monjes fuera del mundo. Intentaré estimular su conocimiento y estima en el día de San Francisco de Asís.
–LAS ÓRDENES MENDICANTES
Derivadas del viejo tronco
monástico, nacen a comienzos del siglo XIII y se caracterizan por su devoción a
la pobreza y a la vita apostolica (Hch 2,42). Recordaré principalmente a los
franciscanos, aunque también aludiré a los dominicos, fijándome especialmente
en cómo los nuevos frailes no realizan la renuncia al mundo, clave bautismal,
en la clausura del marco monástico, sino más bien mediante la pobreza y el
recogimiento. Perfecta fórmula de vida, pobreza y
recogimiento. Viven como los monjes, pero dentro del mundo.
Y no olvidemos que
franciscanos y dominicos, por medio de las Órdenes de Terciarios,
suscitaron en muchos laicos e incluso sacerdotes la participación en los
dones que ellos habían recibido, y que florecieron en su misma santidad: como Santa Catalina de Siena, Beata Angela de Foligno,
Santa Rosa de Lima y tantos más.
–SAN FRANCISCO DE ASÍS (1182-1226)
San
Francisco establece una Regla (1209) para vivirla dentro del mundo, no fuera de él, como los
monjes. Con sus nuevos hermanos «quiere vivir según
la forma del santo Evangelio y guardar en todo la perfección evangélica» (Leyenda de los tres compañeros 48; + Tomás de Celano, 1 Vida, 84).
La Regla de San Francisco está, por tanto, compuesta simplemente por normas
tomadas directamente de los Evangelios o de las Epístolas apostólicas.
Santo
Domingo de Guzmán (1170-1221) comunica a sus discípulos, los dominicos, un espíritu
semejante en la Orden de predicadores (1216),
centrada en la oración-estudio y la predicación: «contemplata
aliis tradere».
Señalaré
las líneas principales de la espiritualidad de los franciscanos, ateniéndome
a las fuentes primitivas que pueden hallarse en San
Francisco de Asís. Escritos, biografías, documentos (BAC 399, Madrid 1978).
–AMOR A LAS CRIATURAS
«Y vio Dios
que era muy bueno cuanto había hecho» (Gen 1, 31)… Nunca la renuncia al mundo en el cristianismo vino
impulsada por un dualismo ontológico maniqueo, que ve
las criaturas como de suyo malas. Los movimientos mendicantes, que «lo dejan todo» en formas tan extremas, aman tan
profundamente a las criaturas como San Francisco lo expresa en el Himno al hermano Sol.
En él se considera hermano de «la hermana
madre tierra». Nadie, en efecto, ama al mundo con un amor tan grande
como quien renuncia totalmente a él por el amor a Dios y al prójimo.
Francisco «en
cualquier objeto admiraba al Autor,
en las criaturas reconocía al Creador, se gozaba en todas las obras de las
manos del Señor. Y cuánto hay de bueno le gritaba: “Aquel que nos ha hecho es
mucho mejor”… [Cita implícita de San Agustín, Confesiones I,4; II,6,12;
III,6,10]. Abrazaba todas las cosas con indecible devoción afectuosa, les hablaba
del Señor y les exhortaba a alabarlo. Dejaba sin apagar las luces,
lámparas y velas, no queriendo extinguir con su mano la claridad que le era
símbolo de la luz eterna. Caminaba con reverencia sobre las piedras, en
atención a Aquél que a sí mismo se llamó Roca… Pero ¿cómo decirlo todo? Aquel
que es la Fuente de toda bondad, el que será todo en todas las cosas [1Cor
15,28], se comunicaba a nuestro Santo también en todas las cosas» (Vida
2, Tomás de Celano 165).
«Nosotros lo
hemos dejado todo y te hemos seguido» (Mt 19,27). En el Evangelio, el que deja el mundo, lo hace para mejor
seguir a Cristo. La conversión de San Francisco es el paso de un amor
desordenado al mundo a un enamoramiento de Dios, en el que se centra totalmente
su corazón. «Si quieres ser perfecto, déjalo todo y
sigue a Cristo» (19,21). Francisco, joven rico, alegre y con muchos
amigos, inicia el camino de la perfección cuando el Señor le llama para venderlo todo y
así mejor seguirle.
En consecuencia segura sucedió
que «en tanto que crecía en él muy viva la llama de
los deseos celestiales, por el frecuente ejercicio de la oración, y que
reputaba en nada las cosas todas de la tierra –llevado de su amor a la patria
del cielo–, creía haber encontrado el tesoro escondido, y, cual prudente
mercader, se decidía a vender todas las cosas para hacerse con la preciosa
margarita [Mt 13,44-46]. Pero todavía ignoraba cómo hacerlo; lo único que
vislumbraba era que el negocio espiritual exige desde el principio el desprecio
del mundo, y que la milicia de Cristo debe iniciarse por la victoria de sí
mismo» (Leyenda mayor 1,4).
Francisco, viviendo todavía en
el mundo y trabajando en el comercio familiar, «buscaba
despreciar la gloria mundana y ascender gradualmente a la perfección
evangélica» (1,6). Y muy pronto Dios dispone su vida de tal modo que le
es dado dejar totalmente el mundo
para seguir totalmente al Señor. «Desembarazado ya el despreciador del mundo de la
atracción de los deseos terrenos, abandona la ciudad», y sale al bosque,
cantando al Señor (Leyenda menor 1,8).
–MUCHOS COMPAÑEROS LE DA DIOS EN SEGUIDA
Francisco, con la palabra y el
ejemplo, anima a renunciarlo todo para seguir del todo a Cristo. Y muchos se
hacen hermanos suyos, queriendo compartir este camino. Bernardo es el primero
que decide «renunciar por completo al mundo», y consulta a Francisco cómo
hacerlo. Abren tres veces el Evangelio, y leen: –1º, si
quieres ser perfecto, vende todo… –2º, no toméis
nada para el camino… –3º, el que quiera venirse
conmigo, que cargue con su cruz y me siga… «Tal es –dijo
el Santo– nuestra vida y regla, y la de todos
aquellos que quieran unirse a nuestra compañía. Por tanto, si quieres ser
perfecto, vete y cumple lo que has oído» (Leyenda mayor 3,3).
El mismo camino toma el
sacerdote Silvestre,
que «abandonó el mundo», y siguió a Cristo (2
Celano 3,5). Y muy pronto «muchísimos hombres
buenos e idóneos, clérigos y laicos, huyendo del mundo y rompiendo virilmente
con el diablo, por gracia y voluntad del Altísimo, le siguieron devotamente en
su vida e ideales» (1 Celano 56). El éxito de esta pastoral
vocacional fue realmente fulgurante. A poco de la fundación de la Orden, en el Capítulo de las esteras (1221) eran ya unos 5.000 frailes.
–EXTRANJEROS, POBRES Y PEREGRINOS EN LA TIERRA:
«ciudadanos
del cielo»
«Como
extranjeros y peregrinos» (1Pe 2,11)… Francisco es visto ya por sus contemporáneos como un «hombre celestial» (1Cor 15,48; Flp 3,20): «A los que lo contemplaban, les parecía ver en él a un
hombre de otro mundo, ya que, con la mente y el rostro siempre vueltos al
cielo, se esforzaba por elevarlos a todos hacia arriba [Col 1,1-3]» (San
Buenaventura, Leyenda mayor 4,5).
El
mayor gozo de Francisco es la oración, que por unas horas le saca de este mundo oscuro y engañoso, y lo
introduce en el mundo celestial, luminoso y verdadero. Así, «ausente del Señor en el cuerpo [2Cor 5,6], se esforzaba por estar presente en el espíritu en el
cielo; y al que se había hecho ya conciudadano de los ángeles, le separaba [del
Señor y del cielo] sólo el muro de la carne» (2 Celano 94).
–LA POBREZA EVANGÉLICA
La pobreza
voluntaria es el paso primero de los frailes mendicantes en el camino de la perfección, de la
perfección propia y de la ajena: «dejarlo todo». En
efecto, los que por amor de Cristo «nada tienen» enseñan a vivir
cristianamente a «los que
tienen», por vocación divina,
familia, trabajo, casa, posesiones. Los frailes viven una pobreza absoluta y un
celibato perfecto para que los que tienen bienes de este mundo y también
cónyuge y familia, posean todo lo que Dios les ha dado «como si no los
tuvieran» (1Cor 7,29-31). Por eso
estos frailes son para todos los laicos verdaderos espejos evangélicos. Como
hombres celestiales, en efecto, salvan el mundo exiliándose de él por la
pobreza, el recogimiento y la mortificación. Y los fieles que viven en el mundo
ven a estos frailes tan metidos ya en el cielo, que no tratan con ellos si no
es de las cosas que conducen a la vida eterna.
Si leemos el Evangelio,
procurando enterarnos de lo que dice el Maestro y Salvador, tendremos que
entender que siempre será la pobreza el primer tramo del camino de la
perfección. Aquellos frailes mendicantes, «tan
animosamente despreciaban lo terreno, que apenas consentían en aceptar lo
necesario para la vida, y, habituados a negarse toda comodidad, no se asustaban
ante las más ásperas privaciones» (1 Celano 41).
Eran, pues, realmente exiliados del mundo, al tiempo que eran los hermanos más
próximos a todos los hombres,
especialmente a los más necesitados. Quería Francisco que la pobreza evangélica
pusiera su huella en todo, expresando continuamente que los frailes «no eran de este mundo». Y por eso «detestaba profundamente que hubiese muchos y exquisitos
enseres. Nada quería, en las mesas y en las vasijas, que recordase el mundo,
para que todas las cosas que se usaban hablaran de peregrinación, de destierro»
(2 Celano 60).
–RECOGIMIENTO DE LOS SENTIDOS
Los nuevos frailes viven una
perfecta renuncia al mundo por medio de un gran recogimiento de los
sentidos y de la mente. Y logran
así viviendo en el siglo una libertad del mundo tan perfecta como la de los
monjes, que en el claustro viven separados de él. La vida de franciscanos y
dominicos, al menos en buena parte, transcurre en compañía de los hombres
seculares. Pues bien, como si estuvieran viviendo en el más alejado monasterio,
ellos están llamados a vivir un perfecto recogimiento en el hablar, en el oír,
en el mirar. Así es como los frailes consuman lo que todo cristiano profesa al
ser bautizado: «la renuncia al mundo», y
prolongan de un modo nuevo la renuncia monástica.
–POBREZA EN EL HABLAR
Moderar
el uso de las palabras… Estando con sus hermanos en la Porciúncula, dispuso Francisco: «Cualquier religioso que pronuncie una palabra ociosa o
inútil, confesará al instante su culpa, y por cada una de ellas rezará un
padrenuestro» (2 Celano 17). Una vez más, hace regla de lo
enseñado por Cristo: «Yo os digo que de toda palabra ociosa que hablaren los
hombres habrán de dar cuenta el día del juicio» (Mt 12,36). Nunca Francisco se
avergonzaba y silenciaba las palabra y mandatos de Cristo. Ésta es nota propia
de todos los santos.
San
Ignacio, por
ejemplo: «No decir palabra ociosa, la cual
entiendo, cuando ni a mí ni a otro aprovecha, ni a tal intención se ordena» (Exercicios
40). El siervo de la cultura liberal está acostumbrado a las palabras
ociosas, tiende a la incontinencia verbal por su propia naturaleza, a una
especie de verborrea que incluye con frecuencia murmuraciones y hablar de lo
que no se sabe.
Y ésa era, igualmente, la
norma de Santo Domingo:
los frailes predicadores, «como varones que desean su salvación y la de los
demás, pórtense honesta y religiosamente como hombre evangélicos, siguiendo las
huellas de su Salvador, hablando consigo y con los prójimos, con
Dios o de Dios, y evitarán la familiaridad de toda compañía
sospechosa» (Libro de las costumbres, dist. 2ª, 31).
–POBREZA EN LAS MIRADAS
Moderar
el uso de la vista… San Juan evangelista habla de «la concupiscencia de los ojos»
(1Jn 2,16). San Francisco enseñó a sus hermanos a librarse en absoluto de ella,
pues por ella el alma se dispersa, se debilita y se pierde.
Un día iba a pasar el
emperador Otón, con su espectacular y elegante comitiva, por el camino en que
estaba la choza de Francisco y sus compañeros; pero éste «ni salió a verlo ni permitió que saliera sino aquél que
valientemente le había de anunciar lo efímero de aquella gloria».
Aborrecía Francisco tanto la vana curiosidad como la adulación a los grandes: «Él estaba investido de la autoridad apostólica, y por
eso se resistía en absoluto a adular a reyes y príncipes» (1 Celano
43)
Queriendo evitar toda
tentación de mirar a una mujer con mal deseo (cf.
Mt 5,28), San Francisco, con gran humildad, y prefiriendo no tener a tener
como si no se tuviera, era sumamente recogido en la mirada,
especialmente hacia las mujeres, hasta el punto que pudo decir a un compañero: «te confieso la verdad, si las mirase, no las conocería
por la cara, si no es a dos» (2 Celano 112), quizá su madre y
Santa Clara. Y este mismo cuidado humilde recomendaba a los suyos que
guardaran: «os doy ejemplo para que vosotros hagáis
también como yo hago» (205).
También Santo Domingo,
en ese mismo tiempo, incluye en el elenco de culpas graves la costumbre de «fijar la mirada donde hay mujeres» (Libro de
las costumbres, dist. 1ª, 21; cf. la misma norma en las Constituciones de las monjas 11, sobre mirar a los hombres). Esta gran
modestia de los ojos, prudente y penitencial, es enseñada en la Biblia (Eclo
9,5; Mt 5,28). Y es también doctrina de los maestros cristianos antiguos
y los modernos. Por ejemplo, S. Ignacio, Regla 2ª de
modestia, 1555; S. Pablo de la Cruz, +1775, en Cartas
y Diario espiritual; S. Antonio Mª
Claret, +1870, Autobiografía n. 394-395; A. Tanquerey +1932, Compendio
776; A. Royo-Marín, Teología de la perfección cristiana 238).
Esta gran modestia de los religiosos en el hablar
y el mirar es, sin duda, un gran ejemplo para los laicos,
que en otros modos conformes a su condición, han de guardar también en el mundo
un prudente y mortificado recogimiento de su mente y de sus sentidos.
–NEGARSE PARA AMAR
Para muchos cristianos
modernos esta espiritualidad resulta incomprensible; les parece
escandalosamente negativa y próxima al maniqueísmo y al ridículo. Están tan
alejados de la Cruz y de toda forma de ab-negación ascética de sí mismos, que
no entienden nada del Evangelio, y cebándose en las criaturas quedan
inapetentes de Dios: “Adoraron y sirvieron a la
criatura en lugar del Creador… Por eso Dios los entregó a las pasiones
vergonzosas” (Rm 1,25-26)..
Llegan así a escandalizarse del ejemplo de los santos. Y por eso los desfiguran muchas veces cuando escriben sus vidas, como
sucede a veces en las biografías de San Francisco de Asís. Su retrato apenas
tiene nada que ver con su fisonomía real. Todas esas negaciones, obradas por
tan gran recogimiento y pobreza, están motivadas por la más grande caridad a
Dios y al prójimo, y nada hay tan positivo como el amor sobrenatural. Negarse para amar:
–por amor a
Dios.
La renuncia
evangélica al mundo está hecha, como siempre, del santo temor a la fascinante
peligrosidad del siglo presente, pero es mucho más todavía un enamoramiento de
Dios y de su Cristo. No es otra actitud que la de San Pablo: «por amor de Cristo… todo lo sacrifiqué, y lo tengo por
estiércol, con tal de gozar de Cristo» (Flp 3,7-8). Recogimiento y
pobreza de criaturas son bienaventuranzas, para más agradar a Dios y más gozar
de Él: «los limpios de corazón verán a Dios» (Mt
5,8)
Nadie suele discutir la
positividad de Francisco de Asís, que tan atractivo es para cristianos y
paganos; pero casi nadie recuerda el rigor extremo de su mortificación en ayunos y penitencias, y la condición extrema de su recogimiento.
«Si sobrevenían
visitas de seglares u otros quehaceres, corría de nuevo al recogimiento,
interrumpiéndolos sin esperar a que terminasen. El mundo ya no tenía goces para
él, sustentado con las dulzuras del cielo. Los placeres de Dios lo habían hecho
demasiado delicado para gozar con los groseros placeres de los hombres» (2 Celano 94). Por eso
tendía siempre a recogerse en lugares solitarios, y el final de su vida fue en
la soledad.
–POR AMOR A «JESUCRISTO, Y ÉSTE CRUCIFICADO»
(1Cor 2,2).
El enamoramiento de Francisco por Jesús Crucificado llegó a expresarse en los estigmas de la Pasión.
Para él «los placeres del mundo le eran cruz,
porque llevaba arraigada en el corazón la cruz de Cristo. Y por eso le
brillaban las llagas al exterior –en la carne–, porque la cruz había echado muy
hondas raíces dentro –en el alma–» (2 Celano 211).
–por amor a
los hombres, para procurar su salvación. La renuncia al mundo de los
mendicantes medievales está hecha, como siempre, de santo temor a su fascinante
peligrosidad. Pero es para ellos, que aman al mundo más y mejor que todos,
penitencia expiatoria, con-crucifixión con Cristo para la redención del mundo.
Ejemplo imprescindible de los que no tienen en favor de los que tienen, para ayudarles
a tener santamente, como si no tuvieran (cf.
1Cor 7,29-31). Y con este espíritu, vestidos de saco, descalzos, con una cuerda
por cinturón, viviendo de lismosnas, «ostentaban
vileza, para dar así a entender que estaban completamente “crucificados para el
mundo”» (1 Celano 39), al modo de San Pablo (Gál 6,14).
–LA PERFECTA ALEGRÍA
La
alegría franciscana es marca de la Orden. Como toda alegría
evangélica, está en querer y hacer la voluntad de Dios providente, sea ésta la
que sea, grata o ingrata. Es la alegría de San Pablo: «Alegráos,
alegráos siempre en el Señor» (Flp 4,4); «vivid alegres en la esperanza»
(Rm 12,12); «estad siempre alegres y orad sin
cesar. Dad en todo gracias a Dios, porque tal es su voluntad en Cristo Jesús» (1Tes
5,16-18). Todas las vocaciones cristianas han de vivir esta norma, también por
supuesto la de los laicos. Pero esa alegría se manifiesta con especial
profundidad en la vida monástica. Y es lógico: los
que más han dejado por Dios, son los que más se alegran en Dios. Y
siendo máximo el dejarlo todo en el franciscanismo, se comprende que la alegría
sea una nota predominante de la espiritualidad franciscana. He aquí una
anécdota que la expresa:
Caminando
San Francisco de Asís un frío invierno con el hermano León a Santa María de los Ángeles, le dijo: «Figúrate
que al llegar ahora, empapados de lluvia, helados de frío, desfallecidos de
hambre… llamamos a la puerta del convento», nos pregunta el portero
quiénes somos, y habiéndoselo dicho, responde: «Mentira.
Sois dos bribones que andáis engañando y robando las limosnas de los pobres.
Marchaos de aquí». Y cuando le insistimos, el hermano portero de nuevo
nos insulta y nos echa con violencia… «Si todo eso
lo sufrimos nosotros pacientemente, sin alterarnos, pensando humilde y
caritativamente que aquel portero conoce realmente nuestra indignidad y que
Dios le hace hablar así contra nosotros, escribe, ¡oh hermano León! que en esto está “la perfecta alegría”» (Florecillas
VII).
No está loco, no,
Francisco de Asís. Nuestro
Francisco de Javier, como los demás santos,
manifiesta la misma experiencia. En una carta a sus hermanos de la Compañía en
Roma escrita desde una isla de Malaca, después de describir la situación totalmente desastrosa en la que se encuentra,
les dice: «Nunca me acuerdo haber tenido tantas y
tan continuas consolaciones espirituales como en estas islas» de Malaca
(Cochín, 20-I-1548, 4 y 21).
–MUERTE DICHOSA
Estos frailes, que han pasado
toda su vida tan muertos al mundo, tan «escondidos
con Cristo en Dios» (cf. Col 3,3), no habrán de
sufrir mucho a la hora de morir, cuando el Padre les llame a dejar
la vida del mundo presente. Así San Francisco, que «tuvo
por deshonra vivir para el mundo, amó a los suyos en extremo, y recibió a la
muerte cantando… Ya nada tenía de común con el mundo… “He concluído mi tarea;
Cristo os enseñe la vuestra”» (2 Celano 214; cf. Gerardo
de Frachet, OP, Vidas
de los frailes predicadores, V parte, 2: De la dichosa muerte de los
frailes).
COMENTARIO FINAL
–La imagen de San Francisco
creada modernamente por cristianos y paganos apenas tiene nada que ver con lo
que él fue realmente. –Cuanto más han renunciado al mundo los monjes y los
frailes, tienen más alegría, más vocaciones, y más fuerza atractiva y
persuasiva ante los hombres para evangelizar sus vidas y para promover la
transformación cristiana del mundo. –Y es que cuanto más se toma la Cruz de
Cristo más se participa en su Resurrección; más se glorifica al Señor, y más
salvación temporal y eterna se comunica a los hombres. –Todo esto, aunque en modos concretos muy diversos, es
la verdad en laicos, sacerdotes y religiosos. –La espiritualidad de San
Francisco es tan diferente, más aún, tan contraria a la hoy imperante, que para
no pocos lectores será «escándalo y locura… pero es
poder y sabiduría de Dios para los llamados» (1Cor 1,23-24). En fin, San
Francisco está plenamente identificado con Jesucristo, nuestro Señor y
Salvador, en el Evangelio, y hoy estamos muy distanciados de San Francisco… Ergo?…
José María Iraburu, sacerdote
Post
post. –Muy
distantes de San Francisco, sí, pero igualmente distantes de Cristo y de los
santos, como Pablo, Ignacio de Antioquía, el Crisóstomo, Agustín, Tomás,
Loyola, Teresa, Juan de la Cruz, Claret, Foucauld, etc., que enseñaron y
vivieron lo mismo que él, cada uno al modo que Dios le concedió.
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