«¡Señor!, no te fíes de mí. Yo sí que me fío de Ti» (San Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, 194). Pensé en esta expresión de un santo de nuestra época al leer en el Evangelio hace unos días aquel relato de san Juan Apóstol.
Cuando después de la
multiplicación de los panes y de los peces «al oscurecer, los discípulos de
Jesús bajaron al mar, embarcaron y empezaron la travesía hacia Cafarnaún.
Era ya noche cerrada, y
todavía Jesús no los había alcanzado, soplaba un viento fuerte, y el
lago se iba encrespando.
Habían remado unos veinticinco
o treinta estadios, cuando vieron a Jesús que se acercaba a la barca, caminando
sobre el mar, y se asustaron. Pero él les dijo: «Soy
yo, no teman» (Juan 6,16-21).
FIARSE DE DIOS
Es la invitación que Jesús
hace a sus discípulos. Humanamente hablando podían haber motivos para
desconfiar:
La noche
cerrada, el viento fuerte, el lago encrespado… pero habían sido testigos de un
milagro portentoso: Una multiplicación de panes y peces para dar de comer a una
multitud.
En este tiempo que vivimos
podemos caer nosotros también en esa desconfianza, y no faltan razones: la pandemia que se prolonga, la muerte de seres queridos, situaciones dolorosas que no
cambian, la descristianización de algunos ambientes…
Sin embargo, El Señor se
sigue haciendo presente,
ha resucitado, es el mismo ayer, hoy y siempre, y nos repite: «¡Soy yo, no teman!».
¡Yo estaré con
ustedes hasta el fin del mundo, iré en la barca de la Iglesia en este mar del
mundo para ayudarlos a llegar a la orilla!
¿PERO CÓMO CONFIAR EN DIOS CUANDO TODO PARECE IR A
PEOR?
Hay muchas pasajes de los Evangelios que nos hablan de este fiarse de Dios. Solo por recordar algunos: «No temas, basta que tengas fe», le dice Jesús a
Jairo, jefe de la sinagoga de Cafarnaum.
«No
temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios», le dice el Ángel a María en la Anunciación. «No
temas, desde ahora serás pescador de hombres», le dice a Jesús a Pedro
después de la pesca milagrosa.
«¡Ánimo,
hija! Tu fe te ha salvado», le responde a la hemorroísa
que toca su vestido en medio de la multitud. Y otras veces reprocha la falta de
fe, especialmente después de la Resurrección:
«Resucitado al
amanecer del primer día de la semana, se apareció primero a María Magdalena, de
la que había echado siete demonios. Ella fue a anunciárselo a sus compañeros,
que estaban de duelo y llorando.
Ellos, al oírle
decir que estaba vivo y que lo había visto, no le creyeron. Después se apareció
en figura de otro a dos de ellos que iban caminando al campo. También ellos
fueron a anunciarlo a los demás, pero no les creyeron.
Por último, se
apareció Jesús a los once, cuando estaban a la mesa, y les echó en cara su
incredulidad y dureza de corazón, porque no habían creído a los que lo habían
visto resucitado» (Mc 16,9-20).
¿Tú te fías del
Señor cuando todo parece ir a peor?, ¿confiar en Dios te cuesta cada vez más?,
¿lo haces solo cuando te va bien o en medio de las crisis, el dolor o la
incertidumbre?
¡Recuerda que Él está siempre
a tu lado, tenemos a un padre que no nos abandona!
JOSÉ CONFÍO EN DIOS, AÚN CUANDO PARECÍA IMPOSIBLE
Fiarse del Señor, no dejarnos
llevar por el miedo ante lo que no entendemos, acoger la realidad como se
presenta:
«José acogió a
María sin poner condiciones previas. Confió en las palabras del ángel. (…) Muchas veces ocurren
hechos en nuestra vida cuyo significado no entendemos.
Nuestra primera reacción es a
menudo de decepción y rebelión. José deja de lado sus razonamientos para dar
paso a lo que acontece y, por más misterioso que le parezca, lo acoge, asume la
responsabilidad y se reconcilia con su propia historia.
Si no nos reconciliamos con
nuestra historia, ni siquiera podremos dar el paso siguiente, porque siempre
seremos prisioneros de nuestras expectativas y de las consiguientes
decepciones. (Papa Francisco, Patris corde)
Estas palabras del papa no son
una renuncia a pensar, sino una invitación a ser más realistas, siguiendo el
ejemplo de san José, a fiarse de Dios antes que de sí mismo.
«DICHOSO EL CORAZÓN ENAMORADO…»
«Dichoso el
corazón enamorado, que en solo Dios ha puesto el pensamiento: por Él renuncia
todo lo creado, y en Él halla su gloria y su contento.
Aún de sí mismo vive
descuidado, porque en su Dios está todo su intento, y así alegre pasa y muy
gozoso las ondas de este mar tempestuoso. (Santa Teresa, Poesías, Corazón
feliz).
Artículo elaborado por el Padre Pablo
Quintero.
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