Este pecado corta todas las vías para el arrepentimiento y la vuelta a Dios.
Por: P. Miguel A. Fuentes, IVE | Fuente:
TeologoResponde.org
PREGUNTA:
Me interesaría saber cuál es el pecado contra el
Espíritu Santo. He sentido hablar sobre él en una reunión, pero no entiendo a
qué se refiere.
RESPUESTA:
Estimado amigo:
La expresión “pecado contra el Espíritu Santo”
está tomada del Evangelio, en el cual leemos en Mt 12,32:
Todo pecado y blasfemia se perdonará a los
hombres, pero la blasfemia contra el Espíritu Santo no será perdonada. Y al que
diga una palabra contra el Hijo del hombre, se le perdonará; pero al que la
diga contra el Espíritu Santo, no se le perdonará en este mundo ni en el
otro.
Hay que tener en cuenta que estas palabras las pronuncia Cristo después que los
fariseos intentan desacreditar sus milagros diciendo que los obra por el poder
de Beelzebul, Príncipe de los demonios (Mt 12,24). Algunos Santos Padres, como
Atanasio, Hilario, Ambrosio, Jerónimo y Crisóstomo, consideraron que este
pecado es aquella blasfemia que atribuye las obras del Espíritu Santo a los
espíritus diabólicos (como ocurre en el episodio relatado en el Evangelio). San
Agustín enseñó, en cambio, que este pecado es cualquier blasfemia contra el
Espíritu Santo por quien viene la remisión de los pecados. Muchos otros después
de San Agustín lo identificaron con todo pecado cometido con plena conciencia y
malicia (y se llamaría “contra el Espíritu Santo” en cuanto contraría la bondad
que se apropia a esta divina Persona).
Santo Tomás, complementando estas tres
interpretaciones señaló que el “pecado contra el Espíritu Santo” es todo pecado
que pone un obstáculo particularmente grave a la obra de la redención en el
alma, es decir, que hace sumamente difícil la conversión al bien o la salida
del pecado; así:
(1) Lo que nos hace
desconfiar de la misericordia de Dios (la desesperación que excluye la confianza en la misericordia
divina) o nos alienta a pecar (la presunción, que excluye el temor de la
justicia).
(2) Lo que nos hace enemigos de los dones divinos que nos llevan a la
conversión: el rechazo de la verdad (que nos lleva a rebatir
la verdad para poder pecar con tranquilidad) y la envidia u odio de la gracia
(la envidia de la gracia fraterna o tristeza por la acción de la gracia en los
demás y por el crecimiento de la gracia de Dios en el mundo).
(3) Y finalmente, lo que nos impide salir del pecado: la
impenitencia (la negativa a arrepentirnos y dejar nuestros pecados) y la
obstinación en el mal (la reiteración del propósito de seguir pecando).
Evidentemente a este pecado no se llega de repente, sino después de haberse habituado en el pecado. La malicia de este pecado implica muchos otros pecados que van deslizando al hombre hasta rechazar la conversión. Dice Nuestro Señor que este pecado no será perdonado ni en este mundo ni en el otro (Mt 12,32). No quiere decir esto que este pecado no “pueda” ser perdonado por Dios, sino que de suyo no da pie alguno para el perdón (corta todas las vías para el arrepentimiento y la vuelta a Dios). Sin embargo, nada puede cerrar la omnipotencia y la misericordia divina, que puede causar la conversión del corazón más empedernido así como puede curar milagrosamente una enfermedad mortal.
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