Documento de la Pontificia Academia para la Vida sobre la condición de los ancianos tras la pandemia.
Por: Davide Dionisi | Fuente: Vatican News
“La vejez: nuestro futuro. La condición de los ancianos
después de la pandemia”. Este es el título del documento publicado hoy
con el que la Pontificia Academia para la Vida, de acuerdo con el Dicasterio
para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, propone una reflexión sobre
las lecciones que hay que extraer de la tragedia causada por la propagación del
Covid-19, sobre sus consecuencias para hoy y para el futuro próximo de nuestras
sociedades.
REPENSAR
EL MODELO DE DESARROLLO
Lecciones que han hecho surgir una doble conciencia: "por
un lado, la interdependencia entre todos y por otro la presencia de fuertes
desigualdades. Todos estamos a merced de la misma tormenta, pero en un cierto
sentido, se puede decir, que remamos en barcos diferentes, los más frágiles se
están hundiendo cada día”. “Es esencial repensar el modelo de desarrollo de
todo el planeta", dice el documento, que retoma la reflexión ya
iniciada con la Nota del 30 de marzo de 2020 (Pandemia y Fraternidad Universal), continuada con la Nota del 22 de julio de 2020 (La Humana Communitas en la era de la Pandemia. Consideraciones
intempestivas sobre el renacimiento de la vida) y con el documento conjunto con el Dicasterio
para el Servicio del Desarrollo Humano Integral (Vacuna para todos. 20 puntos para un mundo más justo y sano) del 28 de diciembre de 2020. La intención es
proponer el camino de la Iglesia, maestra de humanidad, a un mundo cambiado por
Covid-19, a mujeres y hombres en busca de sentido y esperanza para sus vidas.
COVID-19
Y LAS PERSONAS MAYORES
Durante la primera oleada de la pandemia, una parte sustancial de las muertes
por Covid-19 se produjo en instituciones para ancianos, lugares que se suponía
que debían proteger a los más frágiles de la sociedad y en los que, en cambio,
la muerte golpeó desproporcionadamente más que en el hogar y el entorno
familiar.
“Lo que ha sucedido durante
la pandemia deCOVID-19 nos impide resolver la cuestión de la atención a los
ancianos con la búsqueda de chivos expiatorios, de culpables individuales y,
por otro lado, de levantar un coro en defensa de los excelentes resultados de
los que evitaron el contagio en las residencias. Necesitamos una nueva visión,
un nuevo paradigma que permita a la sociedad cuidar de los ancianos”.
DOS
MIL MILLONES DE PERSONAS MAYORES DE 60 AÑOS EN 2050
El documento del PAV subraya que “bajo el perfil
estadístico-sociológico, los hombres y las mujeres tienen en general, hoy en
día, una más larga esperanza de vida”. “Esta gran transformación demográfica
representa, efectivamente, un gran desafío cultural, antropológico y
económico". Según datos de la Organización Mundial de la Salud, -
se lee en el documento - en 2050 en el mundo habrá dos mil millones de personas
mayores de sesenta años, es decir, una de cada cinco será anciana. Así pues, “es esencial hacer que nuestras ciudades sean lugares
inclusivos y acogedores para la vida de los ancianos y, en general, para la
fragilidad en todas sus expresiones”.
SER
MAYOR ES UN DON DE DIOS
En nuestra sociedad suele prevalecer la idea de la vejez como una edad infeliz,
entendida solamente como la edad de los cuidados, de la necesidad y de los
gastos para tratamientos médicos. “Llegar a anciano
es un don de Dios y un enorme recurso, un logro que hay que salvaguardar con
cuidado”, dice el documento, “incluso cuando
la enfermedad llega a discapacitar y surge la necesidad de una atención
integrada y de alta calidad”. “Y es innegable que la pandemia ha reforzado en
todos nosotros la conciencia de que la ‘riqueza de los años’ es un tesoro que
debe ser valorado y protegido”.
UN
NUEVO MODELO PARA LOS MÁS FRÁGILES
En cuanto a la asistencia, la Pav indica un nuevo modelo, sobre todo para los
más frágiles, inspirado sobre todo en la persona: la aplicación de este
principio implica una intervención organizada a diferentes niveles, que realiza
un continuum asistencial entre el propio hogar y algunos servicios externos,
sin cesuras traumáticas, no aptas a la fragilidad del envejecimiento,
especifica el documento, observando que “las
residencias de ancianos deberían recalificarse en un continuum sociosanitario,
es decir, ofrecer algunos de sus servicios directamente en los hogares de los
ancianos: hospitalización a domicilio, atención a la persona individualmente
con respuestas de atención moduladas en función de las necesidades personales a
baja o alta intensidad, donde la atención sociosanitaria integrada y la
domiciliación sigan siendo el eje de un nuevo y moderno paradigma”. Se
espera reinventar una red más amplia de solidaridad “no
necesaria y exclusivamente basada en lazos de sangre, sino articulada según la
pertenencia, la amistad, el sentimiento común, la generosidad recíproca para
responder a las necesidades de los demás”.
EL
ENCUENTRO ENTRE GENERACIONES
En cuanto a la confrontación con los jóvenes, el documento evoca un "encuentro" que puede aportar al tejido
social “Esa nueva linfa de humanismo que haría que
la sociedad estuviese más unida”. Varias veces el Papa Francisco ha
instado a los jóvenes a ayudar a sus abuelos, recuerda el documento, que
también subraya que “el hombre que envejece no se
acerca al final, sino al misterio de la eternidad” y, para comprenderlo,
“necesita acercarse a Dios y vivir en relación con
Él”. De ahí que sea una “tarea de caridad en
la Iglesia” el “cuidar la espiritualidad de
los ancianos, su necesidad de intimidad con Cristo y de compartir su fe”. El
documento deja claro que "Es solamente gracias
a los ancianos que los jóvenes pueden redescubrir sus raíces, y sólo gracias a
los jóvenes que los ancianos recuperan la capacidad de soñar”.
LA
FRAGILIDAD COMO ENSEÑANZA
También es valioso el testimonio que pueden dar los ancianos con su fragilidad.
“Se puede leer como un “magisterio”, una enseñanza
de vida", señala la reflexión, y aclara que " La vejez también
debe ser entendida en este horizonte espiritual: es
la edad particularmente propicia al abandono en Dios”: “a medida que el cuerpo
se debilita, la vitalidad psíquica, la memoria y la mente disminuyen, la
dependencia de la persona humana a Dios se hace cada vez más evidente”.
EL
PUNTO DE INFLEXIÓN CULTURAL
Por último, un llamamiento: “Toda la sociedad
civil, la Iglesia y las diversas tradiciones religiosas, el mundo de la
cultura, de la escuela, del voluntariado, de las artes escénicas, de la
economía y de las comunicaciones sociales deben sentir la responsabilidad de
sugerir y apoyar -en el marco de esta revolución copernicana-nuevas e incisivas
medidas que permitan acompañar y cuidar a los ancianos en contextos familiares,
en sus propias casas y, en todo caso, en entornos domésticos que se asemejen
más a los hogares que a los hospitales. Este es un cambio cultural que debe ser
implementado”.
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