Dios, en Su infinita bondad, saca de nosotros aquello de lo que disponemos, lo que sea y lo convierte en algo maravilloso.
Por: Oscar Schmidt | Fuente: www.reinadelcielo.org
Siempre he admirado a esas mujeres, reinas de su
hogar, que llegan tarde y cansadas a casa con el firme impulso del amor por los
suyos retumbando en el corazón. Sin demasiado tiempo y con el cosquilleo en el
estómago de los habitantes del nido familiar, se dirigen con confianza al
refrigerador y, detenidas en posición de plena sabiduría maternal, miran y
estudian lo que hay disponible.
Unos restos de la comida de anoche, un poco de verduras que quedaron de la
última incursión culinaria, un proyecto de aderezo que no fue utilizado aún, y
algunas cosas que fueron tomadas de las góndolas del supermercado por aquí y
por allá. ¡Manos a la obra! El proyecto ya
está claro en su mente. Se pica una cebolla y se enciende el fuego, con una
sartén con aceite a calentar, los utensilios
aparecen como por arte de magia y los maravillosos perfumes brotan de sus manos
adornando toda las habitaciones y los corazones. ¡La
casa está viva!
Pronto se ve a todos los habitantes de su reino, chicos y grandes, convocados a
poner la mesa y a sorprenderse una vez más de tan grande muestra de habilidad,
y de amor. ¿Quién no disfruta o ha disfrutado de
estos momentos maravillosos, donde el amor se vuelve alimento y envuelve a los
que se reúnen alrededor de la mesa familiar? Creo que todos guardamos
recuerdos de esos olores, esos sabores, de esos deliciosos platos puestos frente
a nuestros ojos de niños. Recuerdos que nos conmueven, donde un simple aroma
nos vuelve décadas atrás, nos transporta a otro tiempo y a otro lugar, y nos
deja envolvernos con el amor en el recuerdo, amor que traspasa toda barrera y
se abre a la sencillez de nuestra niñez más inocente.
Creo que Dios hace lo mismo con nosotros: El mira
dentro de nosotros como si fuéramos un refrigerador espiritual y hace un rápido
cuadro de las materias primas que tenemos a Su disposición. Una virtud
poco desarrollada por aquí, un deseo de justicia por allá, un recuerdo que
infunde amor en nuestro corazón, un dolor surgido en un episodio que aún no
logramos olvidar, un poquito de fortaleza escondida en algún rinconcito de
nuestra alma. Dios, parado en la puerta de nuestro refrigerador espiritual,
busca y rebusca, mira y sopesa cada artículo
que encuentra, deja algunos para utilizarlos luego, y va poniendo otros encima
de Su Cocina Espiritual. Y mientras cierra la puerta de nuestro refrigerador,
se dice a Sí mismo: ¡Manos a la obra!
Rápido y sabiendo a la perfección cual es Su plan de cocina, trabaja sobre las
especies y los utensilios con Mano
Maestra. Pela y pica algunos condimentos, lava otros, mezcla, condimenta, fríe
y cocina, y pone todo en una hermosa presentación, listo para ser disfrutado. ¡La comida está lista! Las obras de bien, que
siempre son obras de Dios, brotan de Sus manos maestras en forma imprevista y
haciendo que surjan de quien ni siquiera había anticipado tal posibilidad. Por
supuesto que lo hace con la seguridad de proveer el más sabroso sabor y aroma
que comida alguna puedan jamás producir: el amor. Sus
platos son siempre ricos en amor, tanto en sabor como en aroma. Y por supuesto
que alimentan a los comensales, alimento para el alma, para el espíritu.
Dios, en Su infinita bondad, saca de nosotros aquello de lo que disponemos, lo
que sea. Será poco, o será mucho. Será el más exquisito producto de cocina, o
el más humilde resto de la cena de ayer. Pero siempre es suficiente para que El
se sienta feliz de poder elaborar un exquisito plato de amor, adornado por la
Mano del que todo lo puede.
¿Y que tenemos que hacer nosotros?
Simplemente abrir la puerta de nuestro refrigerador, para que El pueda servirse
de lo que tenemos dentro, para que sea El el que siga Su plan maestro de cocina
y haga de nosotros un rico plato pleno de virtudes, alimento para los
comensales que se sienten con nosotros a la mesa. Así como una madre es capaz
de mostrar el amor del que es capaz, en algo tan simple y cotidiano como un plato
de comida hogareña, así es capaz el amor de nuestro Dios de producir exquisitos
manjares espirituales a partir de nuestra voluntad. Solo debemos ponerla a Su
disposición, abrir los portales de nuestro corazón y dejar que sea El el que
desarrolle las recetas que nos alimenten, nos den vida, y den sentido a nuestro
día.
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