«Traicionamos a Dios con los mismos dones que Él nos da». Hace poco escuché esa frase de una charla del P. Loring sj. para una meditación sobre el pecado: «Piensen en los ángeles, en Adán y Eva… todos le dieron la espalda a Dios con las cosas que Él mismo les dio».
No entendía muy bien, ¿qué cosas me da Dios que uso en contra suya? ¡Y entonces
lo supe! Estaba con mi equipo de trabajo en la universidad y fui con un
padre para desahogarme:
«Padre, no
quiero ser soberbia, pero ya no aguanto a mis compañeros, todos están en su
propio interés, no colaboran y se supone que somos un equipo y además amigos…».
Estuve
varios minutos describiéndole la situación.
«Muy bien,
primero: dale a Dios las gracias por tener este don de claridad de la
situación. Segundo: medita, ¿qué tanto te sirve esta claridad para acercarte a
tus hermanas y hermanos o para alejarte?, ¿sientes más ansiedad o te ayuda?».
Me explicó que san Ignacio
reconoció que el demonio suele aprovecharse de lo más puro, lo verdadero, lo
más bueno que nos da Dios: nuestros dones, para desviarnos del camino del amor.
«Es por eso que
hasta con nuestros dones y talentos tenemos que ser indiferentes, no aferrarnos
a ellos porque puede contaminarlos el mal». ¡Qué importante y urgente es ser
más humildes!
¿CÓMO ES ESO DE NO AFERRARNOS A NUESTROS DONES?
San Ignacio hablaba de «ser desapegados», «indiferentes»: «No desear más la
riqueza que la pobreza, más la salud que la enfermedad…». Decía que
rezar nos ayuda a estar abiertos a la voluntad de Dios y no a la nuestra.
Además afirmaba que las cosas
pueden empezar siendo buenas, y poco a poco, si no las revisamos y discernimos,
pueden estarse desviando hasta acabar mal. «El don
en sí, no es malo, pero hacia dónde nos lleva si no lo sabemos usar como Dios
quiere, sí» —me decía este padre—.
PONGAMOS LAS COSAS MÁS CLARAS
Pensemos en la inteligencia:
cuántas personas inteligentes empiezan con sueños de mejorar el mundo, hacen
estrategias geniales, pero en el camino se pervierten y terminan oprimiendo
pueblos enteros.
Reflexionemos en la
sexualidad, en que abarca ¡tantas cosas hermosas! Bien vivida, ayuda a unir
mucho más a la pareja casada, gracias a ella también podemos procrear, pero al usarla sin amor nos esclaviza y lastima profundamente.
Y ahora hablemos del dinero,
millones de personas tienen facilidad para los negocios. Nacen con este don de
gentes que además de ayudarlos a alcanzar el éxito, les permitiría ayudar a cientos.
Pero terminan olvidando que el fin no es el dinero, sino las personas.
Lo mismo pasa con el
entendimiento. Muchas personas, en su afanada búsqueda de identidad o de
conocer a Dios, terminan mezclando las cosas. Aceptando un poco de allí y otro
poco de allá, un poco de Jesús, un poco de Buda. ¡Y
se pierden en el camino!
¿LE ESTOY DANDO UN CORRECTO USO A LOS DONES QUE
DIOS ME DIO?
Meditaba entonces: ¿pongo mis dones al servicio de
los demás?, ¿los estoy usando o los guardo solo para mí?, ¿a
través de ellos le ayudo a otros a acercarse más a Dios?
Si soy una persona entregada a
grandes causas, pero eso me lleva a olvidarme de mi familia y de mis
responsabilidades básicas, es hora de replantear mi conducta.
Si soy una persona «muy amorosa», pero estoy en una relación que no
termina de definirse y lo único que hace es atormentarme, ¿será tiempo de evaluar mis intenciones?
Si soy una persona a la que le
encanta orar, pero por vivir todo el día en la oración descuido a mi esposo,
mis hijos, mi trabajo, hay que hacer una pausa y pensar que sea cual sea el don
que Dios me haya dado, debo emplearlo sabiamente.
PIDÁMOSLE A DIOS QUE NOS HAGA HUMILDES
Pidamos la gracia de sabernos
criaturas, de ser conscientes de que todo cuanto nos es dado por Dios debemos
compartirlo con los demás. De que mis dones no son para sacarles provecho de
manera egoísta, para hacerme más poderoso, para obtener más placer o fortuna.
Sino para dar gloria a Dios,
para dar fruto y para que otros lo conozcan a Él a través de mí, sin que yo me
sienta en ningún momento más importante o más especial que los demás. ¡Somos solo instrumentos de su amor!
Oremos para que sepamos vencer la tentación,
que muchas veces nos lleva a sentirnos superiores, a ver a los que nos rodean
como insignificantes. A sentir que todo lo podemos conseguir por nuestra
cuenta, que somos autosuficientes.
«El pecado de
Adán y Eva fue creer que necesitaban algo más… Contra el pecado tenemos que
creer que ya lo tenemos todo, todo» —me dijo mi mamá—.
¡Y qué cierto es
esto! Si seguimos
con esta sed de tener más y más, nos perderemos del Camino, la Verdad y la
Vida… Robamos, traicionamos, engañamos, matamos.
Pero en la certeza de que Dios
le da a cada uno lo que necesita en su momento y en su justa medida, podremos vivir en paz sin desórdenes.
Bienaventurados los pobres…
porque no se sienten dueños ni expertos en nada, y viven un día a la vez,
confiando en lo que Dios traerá mañana.
Escrito por Sandra Estrada
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