lunes, 4 de mayo de 2020

SÚPLICA A LOS RESPONSABLES DE LAS RETRANSMISIONES DE ACTOS LITÚRGICOS


A causa del problema de salud pública que tiene trastocados nuestros hábitos, las retransmisiones de celebraciones litúrgicas han adquirido una importancia sin precedentes. Este recurso, disponible  ordinariamente para las personas impedidas de salir de sus casas, se ha constituido como necesario para la generalidad de los fieles. Quien escribe estas líneas se ha visto confrontado estos días con un fenómeno añejo sobre el cual quisiera elevar un ruego, confiando en representar a otras personas.
Por favor, estimados responsables de las retransmisiones audiovisuales de actos litúrgicos: les ruego que realicen las retransmisiones conservando en el mayor grado posible la fidelidad a la realidad de lo que se retransmite.
Es claro que la Cristiandad plasmó todo su esplendor espiritual, vital y social en obras de arte de extraordinaria belleza, raramente igualadas por intentos posteriores. Pero no sé si es oportuno sustituir la imagen del presbiterio por la contemplación de tal vidriera, tal imagen o tal detalle de retablo, baldaquino o ábside.
Tampoco sé de dónde ha salido la idea de que los comentarios del locutor, sean estos improvisados o leídos, tengan preferencia sobre partes de la liturgia, como es el caso de las antífonas de entrada, ofertorio o comunión. Por si alguien no lo supiera, en estos momentos del rito lo que se oye no es como ese hilo musical que en algunas iglesias tienen puesto todo el día como música de fondo. Por el contrario, son elementos del rito que deben ser respetados y vividos como tales. No encuentro ninguna razón que asista al comentarista  para sobreponer su voz sobre ellos, salvo si se limita a  enunciar la traducción del texto del modo más escueto y breve posible.  Aun así, dudo de que esto sea siempre necesario. Ayer sábado, en la retransmisión desde la basílica de San Pedro, el locutor tuvo el detalle de dejarnos escuchar sin estorbos el pregón pascual, que el cantor  proclamó en la bellísima versión latina original. Hoy en día no existe ninguna dificultad para seguir la traducción en alguna aplicación o sitio web con el teléfono móvil. Tampoco sería demasiado complicado ir incluyendo la traducción del texto en la pantalla. Esta última es una sugerencia que elevo con la máxima intensidad.
Hay también algo de anacrónico en este deseo de llenarlo todo de palabras. Tengo oído que antes de la reforma de Pablo VI había presbíteros, celosos por la comprensión  litúrgica de sus fieles, que se subían al púlpito a retransmitir el significado de las palabras y gestos del celebrante en la liturgia tradicional. Se supone que la simplificación de los ritos y  la permisión de traducir ciertas partes a la lengua local que dispuso el segundo concilio vaticano tenía como objetivo hacer innecesarias esas explicaciones:
(…) En esta reforma, los textos y los ritos se han de ordenar de manera que expresen con mayor claridad las cosas santas que significan y, en lo posible, el pueblo cristiano pueda comprenderlas fácilmente y participar en ellas por medio de una celebración plena, activa y comunitaria (Concilio Vaticano II. Constitución Sacrosanctum Concilium, nº 21.
Pero parece que en las retransmisiones muchos no lo han comprendido así. De modo que, ante una audiencia que presumiblemente suele asistir a misa todos los domingos y en no pocos casos todos los días, hay locutores que, por ejemplo, impiden a los fieles escuchar el canto del ofertorio con el fin de explicarles  qué es el ofertorio. Como si no lo supieran, como si nunca hubieran visto uno.
Más cómicas resultan las retransmisiones del silencio. Así, en la Actio Liturgica del Viernes Santo está prescrito ese impresionante silencio con que se inicia y termina la celebración. Lo último que hace falta es que irrumpa el locutor y destruya el silencio aclarando que “el celebrante entra en silencio” o “la celebración acaba en silencio". ¿Dónde ha quedado el silencio, entonces? ¿Es que hace falta explicar el silencio? ¿Es que  el signo del silencio -no digamos el de los celebrantes postrados ante el altar desnudo- no es suficientemente claro en sí mismo?
Por favor, ya resultan suficientemente cargantes los frecuentes excesos de pedagogía litúrgica que salpican tantas celebraciones habituales de moniciones,  explicaciones, aclaraciones y mini-homilías. En la liturgia no solo es eficaz la palabra: también el silencio y la música. De lo contrario, las celebraciones degeneran en verborrea que acaba convirtiéndose en ruido (exterior e interior) que agota y dispersa la atención.
No sabemos cómo es el futuro inmediato que nos espera en cuanto al confinamiento domiciliario y la posibilidad de reunirnos físicamente en nuestros templos. Entretanto, las retransmisiones quedan como una oportunidad transitoria de participar en celebraciones hermosas, a veces modélicas, en basílicas, catedrales o monasterios. Déjennos vivirlas, por favor, no nos las estropeen con su buena intención, de la que nadie duda.
Raúl del Toro

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