sábado, 23 de mayo de 2020

HECHOS PARA MÁS


Por: Alison González Andrade | Fuente: Catholic.net

¿No te ha pasado que sientes que eres uno más en un millón? Que tu presencia podría pasar por desapercibida… que en la escuela en lugar de ser 46 alumnos, podrían ser 45 y no pasaría absolutamente nada. Que en tu trabajo podría estar otra persona haciendo lo que tú haces y las cosas en el mundo seguirían funcionando con normalidad.

La verdad es que a mí sí me ha pasado, que me he sentido uno más del montón y que a veces no entiendo bien para qué estoy aquí.

Sentirse así en ocasiones, es normal, sin embargo la trampa consiste en recorrer la vida en este estado. Es una de las tentaciones que el demonio nos pone para quitarnos el sentido de vivir, para arrancar de nuestro corazón la alegría de sabernos pensados, estratégicamente dotados con las habilidades que poseemos.

El cristiano que piensa que tiene que estudiar porque así lo marca la sociedad o que trabaja sólo porque necesita llevar pan a su casa, no ha comprendido nada del Cristianismo.

Dice el papa emérito Benedicto XVI: “No somos producto causal y sin sentido de la evolución. Cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno de nosotros es querido, cada uno es amado, cada uno es NECESARIO.”

Somos un pensamiento de Dios. En el momento de la creación, el Señor lo pensó todo y te pensó a ti. Estás en sus planes desde siempre. Eres necesario para cumplir la Gloria de Dios. Sin ti, todo lo creado carecería de sentido, sin ti todo queda incompleto.

¿Alguna vez te habías puesto a pensar que eres la obra maestra de la Creación? Es decir, cuando Dios lo creó todo: el día y la noche, los mares y la tierra, el cielo y las estrellas… Dice el génesis “y vio Dios que era bueno”, pero después tuvo una mejor idea: “Hagamos a los seres humanos a nuestra imagen, según nuestra semejanza” Gn1, 26.

Todo lo creado da gloria a Dios, pero tú, no sólo das gloria a Dios, sino que lo posees en ti mismo. Estás hecho de Dios. Eres una creatura de la tierra con espíritu divino.

Por lo tanto, se podría decir que la gloria de Dios es la vida del hombre en plenitud. 

En P L E N I T U D.

Una vida gozada, disfrutada al máximo, llena de sentido, de grandes ideales, días llenos de trabajo que edifiquen y transformen la realidad. Días llenos de sentido. Una vida de entrega a los demás, en donde nunca te canses de hacer el bien y amar a tu familia y amigos, incluso a tus enemigos. Una vida en plenitud en donde nunca dejes de aprender y conocer nuevos lugares, en donde te vuelvas experto en levantarte después de cada caída y en donde nunca dejes de verle el lado bueno a las cosas.

Una vida en plenitud no se pregunta ¿Por qué? Sino ¿Para qué?... No se queja por las malas situaciones de vida sino que con lo que tiene sigue creciendo y mejorando lo que le rodea.

Eres imago Dei, tienes la esencia de Dios en ti, por eso tienes el corazón inquieto. Por eso tienes la capacidad de dar vida, justo como Dios te la dio y amar con todo tu ser incluso hasta que duela.

La creación está incompleta y el Señor te la confía a ti. No todo está terminado, por eso eres necesario. Tú estabas hecho para existir y ahora estás aquí. ¿Qué estás haciendo al respecto? Tu vida le da sentido al universo entero. Porque tú contienes el universo en un instante. En ti está todo lo que Dios quiso de la creación. Tu vida tiene tanto sentido, que sin ti el mundo no funciona igual.

Otras palabras muy atinadas del papa emérito Benedicto XVI me dejaron pensando: “El mundo nos ofrece comodidad, pero no fuimos hechos para la comodidad, sino para la grandeza.”

Fuimos hechos para más… mucho más que una vida rutinaria, mucho más que una relación amorosa mediocre, mucho más que falsas amistades, incluso mucho más que para perder el tiempo enojándonos por todo y desperdiciando oportunidades.

Fuiste hecho para más que ser un licenciado, maestro e incluso doctor. Fuiste hecho para más que conseguir un buen trabajo y llevar dinero a casa, fuiste hecho para muchísimo más de lo que te imaginas. Deja que Dios te guíe por sus caminos, pero mientras los recorres, disfruta el viaje, cada momento, cada persona, cada sonrisa, incluso cada fracaso.

No tengas miedo de descubrir los planes que el Señor tiene para ti y como dice C.S. Lewis: “Courage, dear heart.”

Sábete siempre acompañado.

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