Os pongo aquí algunos
iconos de la familia del zar que fue fusilada por los rojos y canonizada por la
Iglesia Rusa. Estos preciosos iconos me llevan a hacer algunas reflexiones.
En mi opinión,
deberían ser canonizados (en la Iglesia Católica) solo los más grandes santos
de entre los santos. Es decir, debería buscarse a las mayores luminarias. No la
cantidad, sino la calidad.
Ahora bien, tampoco nunca me ha
parecido mal que se canonice a personas que no estaban en el primer nivel, en
el más excelso nivel. Canonizar a alguien solo implica afirmar que está en el
cielo. Y presentarlo como ejemplo, juicio este último no amparado por el
carisma de la infalibilidad.
En este sentido, hasta donde yo
sé, la familia del zar no está, precisamente, en el primer rango de santidad.
Fueron "buena gente". Pero confío
(lo digo sinceramente) en el buen juicio de la iglesia rusa para presentarlo
como ejemplo. Desde luego, el sufrimiento de su última etapa borró los pecados
de todos, porque seguro que la vivieron de una manera completamente cristiana.
Los procesos para canonizar a
alguien podrían, sin problema, ser aligerados y acortados, porque, lo repito,
canonizar a alguien implica, únicamente, afirmar que su alma ya está en el
cielo (y podemos pedir su intercesión), su alma ya es santa. Y, en segundo
lugar, presentarlo como ejemplo, esto segundo es un juicio falible. Con lo cual,
no pasa nada si de un santo, después, se descubren grandes pecados. Podemos
pedir su intercesión porque, a pesar de todo, al final se salvó.
Si el juicio acerca de su
salvación no tuviera asegurada la intervención divina para no equivocarse, ni
con las mayores investigaciones podríamos estar seguros. Yo invoco mucho a los
santos. Me encanta leer vidas de santos y pido mucho su intercesión.
Post
data I:
A una mujer devota
de Alcalá, y que varias veces me había pedido mi sotana, le he dicho que le dejaré
mi calavera cuando me muera. Pero le pido que espere a que fallezca del todo.
Y, por si acaso, haré lo posible por sobrevivirla.
Post data II: ¡Mi calavera es mía y solo mía! No es ni siquiera del obispado.
P. FORTEA
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