De
verdad, es algo tan emotivo escuchar a esta víctima de la justicia. Uno siempre
piensa que el sistema legal y policial trabajará para defender al inocente.
Pero la realidad, a veces, resulta increíble.
Lo que este hombre ha sufrido solo lo sabe él.
Le he notado debilitado, envejecido, en tan poco tiempo. La investigación
policial, el juicio, la condena se le han debido hacer eternos, inacabables. El
tiempo para él debió tomar una nueva dimensión como condenado. Ha probado el
sabor del odio, de la soledad.
Nadie
piensa en reformar la justicia en ningún país. La maquinaria judicial puede ser
perfeccionada. Toda maquinaria tiene averías. El sistema puede hacerse más
fiable, más seguro. Pero nadie piensa en reformar la justicia. Cualquier otra
cosa, sí. Pero eso, no.
Me alegro
mucho, cardenal Pell. Ha sufrido un daño irreparable, pero veo en sus ojos el
perdón. Es el perdón de un seguidor de Jesús, de un hombre de fe.
Es curioso, en este caso, cuando la policía y la
justicia le fallaron, fueron los presos los que creyeron en su inocencia. Los
culpables, de un modo intuitivo, sintieron que entre sus muros tenían un hombre
inocente.
P. FORTEA
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