Prepararse a
emprender un viaje para toda la vida exige escoger el compañero adecuado. ¿Qué
orientaciones da la fe cristiana? ¿Cómo combinar cabeza y corazón?
Por: Juan Ignacio Bañares | Fuente: Opusdei.es
Uno de los cometidos más importantes del noviazgo es poder transitar del
enamoramiento (la constatación de que alguien origina en uno sentimientos
singulares que le inclinan a abrir la intimidad, y que dan a todas las
circunstancias y sucesos un color nuevo y distinto: es decir, un fenómeno típicamente
afectivo), a un amor más efectivo y libre. Este tránsito se realiza gracias a
una profundización en el conocimiento mutuo y a un acto neto de disposición de
sí por parte de la propia voluntad.
En esta etapa es importante conocer realmente al otro, y verificar la
existencia o inexistencia entre ambos de un entendimiento básico para compartir
un proyecto común de vida conyugal y familiar: “que
os queráis –aconsejaba san Josemaría-, que os tratéis, que os conozcáis, que os
respetéis mutuamente, como si cada uno fuera un tesoro que pertenece al
otro".
A la vez, no basta con tratar y conocer más al otro en sí mismo; también
hay que detenerse y analizar cómo es la interrelación de los dos. Conviene
pensar cómo es y cómo actúa el otro conmigo;
cómo soy y cómo actúo yo con él; y cómo es la propia relación en sí.
EL NOVIAZGO, UNA
ESCUELA DE AMOR
En efecto, una cosa es cómo es una persona, otra cómo se manifiesta en
su trato conmigo (y viceversa), y aún otra distinta cómo es tal relación en sí
misma, por ejemplo, si se apoya excesivamente en el sentimiento y en la
dependencia afectiva. Como afirma san Josemaría, “el
noviazgo debe ser una ocasión de ahondar en el afecto y en el conocimiento
mutuo. Es una escuela de amor, inspirada no por el afán de posesión, sino por
espíritu de entrega, de comprensión, de respeto, de delicadeza".
Ahondar en el conocimiento mutuo implica hacerse algunas preguntas: qué
papel desempeña –y qué consecuencias conlleva– el atractivo físico, qué
dedicación mutua existe (tanto de presencia, como de comunicación a través del
mundo de las pantallas: teléfono, SMS, Whatsapp, Skype, Twitter, Instagram,
Facebook etc.), con quién y cómo nos relacionamos los dos como pareja, y cómo
se lleva cada uno con la familia y amigas o amigos del otro, si existen
suficientes ámbitos de independencia en la actuación personal de cada uno –o
si, por el contrario, faltan ámbitos de actuación conjunta–, la distribución de
tiempo de ocio, los motivos de fondo que nos empujan a seguir adelante con la
relación, cómo va evolucionando y qué efectos reales produce en cada uno, qué
valor da cada uno a la fe en la relación...
Hay que tener en cuenta que, como afirma san Juan Pablo II, “muchos fenómenos negativos que se lamentan hoy en la
vida familiar derivan del hecho de que, los jóvenes no sólo pierden de vista la
justa jerarquía de valores, sino que, al no poseer ya criterios seguros de
comportamiento, no saben cómo afrontar y resolver las nuevas dificultades. La
experiencia enseña en cambio que los jóvenes bien preparados para la vida
familiar, en general van mejor que los demás".
Lógicamente, importa también conocer la situación real del otro en
algunos aspectos que pueden no formar parte directamente de la relación de
noviazgo: comportamiento familiar, profesional y social; salud y enfermedades relevantes;
equilibrio psíquico; disposición y uso de recursos económicos y proyección de
futuro; capacidad de compromiso y honestidad con las obligaciones asumidas;
serenidad y ecuanimidad en el planteamiento de las cuestiones o de situaciones
difíciles, etc.
COMPAÑEROS DE VIAJE
Es oportuno conocer qué tipo de camino deseo recorrer con mi compañero de viaje,
en su fase inicial; el noviazgo. Comprobar que vamos alcanzando las
marcas adecuadas del sendero, sabiendo que será mi acompañante para la
peregrinación de la vida. Los meeting points se han de ir cumpliendo. Para eso podemos
plantear ahora algunas preguntas concretas y prácticas que se refieren no tanto
al conocimiento del otro como persona, sino a examinar el estado de la relación de
noviazgo en sí misma.
¿Cuánto hemos crecido desde que iniciamos la
relación de noviazgo? ¿Cómo nos hemos enriquecido –o empobrecido– en nuestra
madurez personal humana y cristiana? ¿Hay equilibrio y proporción en lo que ocupa
de cabeza, de tiempo, de corazón? ¿Existe un conocimiento cada vez más profundo
y una confianza cada vez mayor? ¿Sabemos bien cuáles son los puntos fuertes y
los puntos débiles propios y del otro, y procuramos ayudarnos a sacar lo mejor
de cada uno? ¿Sabemos ser a la vez comprensivos –para respetar el modo de ser
de cada uno y su particular velocidad de avance en sus esfuerzos y luchas– y
exigentes: para no dejarnos acomodar pactando con los defectos de uno y otro?
¿Valoro en más lo positivo en la relación? A este respecto, dice el Papa
Francisco: “convertir en algo normal el amor y no el odio, convertir en algo
común la ayuda mutua, no la indiferencia o la enemistad".
A la hora de querer y expresar el cariño, ¿tenemos
como primer criterio no tanto las manifestaciones sensibles, sino la búsqueda
del bien del otro por delante del propio? ¿Existe una cierta madurez afectiva,
al menos incoada? ¿Compartimos realmente unos valores fundamentales y existe
entendimiento mutuo respecto al plan futuro de matrimonio y familia? ¿Sabemos
dialogar sin acalorarnos cuando las opiniones son diversas o aparecen
desacuerdos? ¿Somos capaces de distinguir lo importante de lo intrascendente y,
en consecuencia, cedemos cuando se trata de detalles sin importancia?
¿Reconocemos los propios errores cuando el otro nos los advierte? ¿Nos damos
cuenta de cuándo, en qué y cómo se mete por medio el amor propio o la
susceptibilidad? ¿Aprendemos a llevar bien los defectos del otro y a la vez a
ayudarle en su lucha? ¿Cuidamos la exclusividad de la relación y evitamos
interferencias afectivas difícilmente compatibles con ella? ¿Nos planteamos con
frecuencia cómo mejorar nuestro trato y cómo mejorar la relación misma?
El modo de vivir nuestra relación, ¿está
íntimamente relacionado con nuestra fe y nuestras virtudes cristianas en todos
sus aspectos? ¿Valoramos el hecho de que el matrimonio es un sacramento, y
compartimos su alcance para nuestra vocación cristiana?
PROYECTO
DE VIDA FUTURA
Los aspectos tratados, es decir, el conocimiento del matrimonio –de lo
que significa casarse, y de lo que implica la vida conyugal y familiar derivada
de la boda–, el conocimiento del otro en sí y respecto a uno mismo, y el
conocimiento de uno mismo y del otro en la relación de noviazgo, pueden ayudar
a cada uno a discernir sobre la elección de la persona idónea para la futura
unión matrimonial. Obviamente, cada uno dará mayor o menor relevancia a uno u
otro aspecto pero, en todo caso, tendrá como base algunos datos objetivos de
los que partir en su juicio: recordemos que no se trata de pensar “cuánto le quiero" o “qué
bien estamos", sino de decidir acerca de un proyecto común y muy
íntimo de la vida futura. El Papa Francisco, al hablar de la familia de Nazaret
da una perspectiva nueva que sirve de ejemplo para la familia, y que ayuda al
plantearse el compromiso matrimonial: “los caminos
de Dios son misteriosos. Lo que allí era importante era la familia. Y eso no
era un desperdicio]. No podemos cerrar un contrato con
cláusula de éxito con el matrimonio, pero podemos adentrarnos en el misterio,
como el de Nazaret, donde construir una comunidad de amor.
Así se pueden detectar a tiempo carencias o posibles dificultades, y se
puede poner los medios –sobre todo si parecen importantes– para tratar de
resolverlas antes del matrimonio: nunca se debe pensar que el matrimonio es una
“barita mágica" que hará desaparecer
los problemas. Por eso la sinceridad, la confianza y la comunicación en el
noviazgo puede ayudar mucho a decidir de manera adecuada si conviene o no
proseguir esa relación concreta con vistas al matrimonio.
Casarse significa querer ser esposos, es decir, querer instaurar la
comunidad conyugal con su naturaleza, propiedades y fines: “esta íntima unión, como mutua entrega de dos personas,
lo mismo que el bien de los hijos, exigen plena fidelidad conyugal y urgen su
indisoluble unidad".
Este acto de voluntad implica a su vez dos decisiones: querer esa
unión–la matrimonial–, que procede naturalmente del amor esponsal propio de la
persona en cuanto femenina y masculina, y desear establecerla con la persona
concreta del otro contrayente. El proceso de elección da lugar a diversas
etapas: el encuentro, el enamoramiento, el noviazgo y la decisión de contraer
matrimonio. “En nuestros días es más necesaria que
nunca la preparación de los jóvenes al matrimonio y a la vida familiar (…). La
preparación al matrimonio ha de ser vista y actuada como un proceso gradual y
continuo".
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