jueves, 4 de octubre de 2018

LAS OFRENDAS DE LA MISA (Y V)


¿Qué se ofrece entonces?
¿Qué se lleva al altar?
¿Cuáles son las ofrendas de la Misa?
¿Las enfatizamos con “añadiduras superfluas", que decía Benedicto XVI?
¿Podemos incluir moniciones a cada ofrenda en vez del canto que resuena durante la procesión?
¿Qué le podemos sumar al pan y al vino? ¿Lo que queramos?
5. ÚNICA Y DESTACADA OFRENDA: PAN Y VINO SUFICIENTES
    A tenor de lo que marcan los documentos de la Iglesia, el realce absoluto lo tendrá exclusivamente la ofrenda del pan y del vino, las únicas que se colocan sobre el altar. En ellas se compendia todo, incluida la vida misma de los oferentes y del pueblo cristiano.
 Sobre estos dones, reales, entregados en procesión, reza la Iglesia:
“Presentamos, Señor, estas ofrendas en tu altar como signo de nuestra servidumbre; concédenos que, al ser aceptadas por ti se conviertan para tu pueblo en sacramento de vida y redención”[1][1];
“Señor, acepta con bondad estas ofrendas, y consagra con tu poder lo que nuestra pobreza te presenta”[2][2];
“haz que estos dones se transformen en fuente de gracia para los que te invocan”[3][3].
     Las ofrendas que se llevan al altar van a permitir la renovación sacramental del sacrificio de Cristo; las ofrendas de pan y vino son signo de un intercambio único: Dios las transforma en el Cuerpo y Sangre de su Hijo y se nos da para santificarnos. Sólo el pan y el vino pueden ser una verdadera oblación: 
“Tú nos has dado, Señor, por medio de estos dones que te presentamos, el alimento del cuerpo y el sacramento que renueva nuestro espíritu; concédenos con bondad que siempre gocemos del auxilio de estos dones”[4][4];
“recibe, Señor, la oblación que tú has instituido, y por estos santos misterios, que celebramos para darte gracias, santifica a los que tú mismo has redimido”[5][5];
“acepta, Señor, estas ofrendas por las que se va a renovar entre nosotros el sacrificio único de Cristo”[6][6];
“acepta, Señor, los dones que te presenta la Iglesia y que tú mismo le diste para que pueda ofrecértelos; dígnate transformarlos con divino poder en sacramento de salvación para tu pueblo”[7][7].
   En ese clarísimo sentido de oblación e intercambio por el que nosotros presentamos pan y vino y Dios, en admirable intercambio, nos va a entregar a su propio Hijo en el sacramento, oran algunas plegarias bellísimas:
“Mira, Señor, los dones de tu Iglesia que no son oro, incienso y mirra, sino Jesucristo, tu Hijo, al que aquellos dones representaban y que ahora se inmola y se nos da en comida [8][8];
“acepta, Señor, estas ofrendas en las que vas a realizar con nosotros un admirable intercambio, pues al ofrecerte los dones que tú mismo nos diste, esperamos merecerte a ti mismo como premio”[9][9].
   El contenido de estas oraciones sería imposible aplicarlo a otros elementos ajenos al pan y al vino, tales como las ofrendas que, a modo de símbolos y compromisos, se llevan al altar.
    Insistamos, una vez más: los dones que se presentan al altar son verdaderos, el pan y el vino, porque ellos van a ser transformados en el Cuerpo y Sangre de Cristo. Deben ser el centro de la procesión de ofrendas y no quedar disimulados por multitud de ofrendas que no son reales ni útiles ni sirven para la iglesia o para los pobres.
 Ya de por sí el pan y el vino compendian varios sentidos en sí mismos y son elocuentes; no hay que añadir arbitrariamente esas llamadas “ofrendas” que no son tales (con el añadido de una monición a cada una). No casan con el sentido real de este ofertorio en la liturgia ni romana ni hispano-mozárabe ni ninguna otra.
 Los sentidos del pan y del vino en cuanto ofrendas son muy iluminadores a poco que se sepan mirar:
“El rito tiene un significado bautismal, eucarístico, antropológico y social. El sentido bautismal aparece en el hecho de estar reservado a los bautizados en comunión con la Iglesia.
El eucarístico es el más claro y acentuado, pues los dones se presentan para ser consagrados y, una vez convertidos en el Cuerpo y Sangre de Cristo, ser distribuidos a los fieles, de tal modo que presentación-consagración-distribución del Cuerpo y Sangre de Cristo, en que los dones han sido transustanciados, son tres momentos de una misma celebración.
            El sentido antropológico se desprende del hecho de que la presentación de los dones es la contribución material inmediata de los fieles a la celebración Eucarística –que en no pocas culturas son los frutos más representativos del trabajo del hombre y el alimento base de la vida material-, contribución que quiere ser signo externo del ofrecimiento interior de cada fiel.
            Finalmente, el carácter social se advierte en la cualidad de las ofrendas, que no sólo son individuales sino también ofrenda de toda la Iglesia, bellamente significada en la naturaleza del pan y del vino, hechos de muchos granos de trigo y de muchas uvas”[10][10].
  ¿Conseguiremos, así pues, recuperar la centralidad del pan y del vino para esta procesión ofertorial, y sólo del pan y del vino, aportando todas las patenas y copones necesarios para la consagración, con el canto del Ofertorio, sin otros aditamentos ni ofrendas extrañas, en verdadera procesión y sin la interrupción de moniciones? 
  ¿Conseguiremos que brille la limpia sobriedad y solemnidad del rito romano o habrá que sufrir su distorsión tan extendida y secularizada de ofrecer símbolos? 
   ¿Conseguiremos que lo pastoral sea comprender y conocer bien el significado de estos dones eucarísticos llevados en procesión o seguiremos arruinando el sentido pastoral de la liturgia con la inventiva de que cada cual añada, quite o cambie elementos por iniciativa propia, a despecho de lo establecido por el Concilio Vaticano II (cf. SC 22)?

[1][1] OF IV Tiempo Ordinario.
[2][2] OF 19 de diciembre.
[3][3] OF 1 de mayo, S. José Obrero.
[4][4] OF XI Tiempo Ordinario.
[5][5] OF XXVII Tiempo Ordinario.
[6][6] OF 20 de diciembre.
[7][7] OF 21 de diciembre.
[8][8] OF Epifanía del Señor.
[9][9] OF 29 de diciembre.
[10][10] IBAÑÉZ-GARRIDO, Iniciación…,  315-316.

Javier Sánchez Martínez

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