POR LA SEÑAL DE LA
SANTA CRUZ
En el vasto mundo de la
espiritualidad de la Iglesia, la oración del Rosario ocupa un lugar especial.
Es un modo de oración mixto, como a mitad de camino entre la oración mental y
la vocal.
Involucra al hombre en su
realidad espiritual y corporal. Participan de ella la inteligencia, la
voluntad, la memoria, la imaginación, el mundo de los afectos y pasiones; y
también interviene el cuerpo, especialmente a través de la recitación de las
oraciones vocales.
Alcanzar la plena conjunción
de todas estas potencias supone un proceso que nos lleva la vida entera. No es
tarea fácil, además, porque la oración es, siempre, una auténtica lucha
espiritual. Nuestro propio mundo interior se convierte en un campo de batalla,
que tanto Dios como el Enemigo quieren conquistar.
Por eso, cada vez que
comienzas a rezar tu Rosario, la Iglesia te invita a trazar tres cruces con tu
dedo pulgar sobre tu frente, tus labios y tu pecho, acompañadas por las
significativas palabras: “por la señal de la Santa
Cruz, de nuestros enemigos, líbranos Señor Dios nuestro”.
¿CUÁLES SON NUESTROS
ENEMIGOS? ¿POR QUÉ ESAS CRUCES EN ESOS LUGARES DEL CUERPO?
A nuestra MENTE vienen durante la oración pensamientos
perturbadores, recuerdos que nos distraen o entristecen, temores del futuro que
nos “sacan” del encuentro íntimo con nuestro
amado Señor y su Madre… Por eso trazamos la Señal de la Cruz en la FRENTE, como “exorcizando”
con la fuerza de la Pascua todo pensamiento vano, inútil, pernicioso o
distrayente, y pidiendo al Señor que encienda la llama luminosa de una fe viva
y penetrante. Pedimos en ese simple gesto que nuestra inteligencia, nuestra
memoria y nuestra imaginación se dispongan dócilmente a la contemplación de los
misterios del Redentor
En nuestro CORAZÓN conviven el anhelo de lo sublime con pasiones
oscuras, las ganas de ser fieles a Dios con la fragilidad que nos amenaza de
manera constante, la generosidad con el egoísmo, la capacidad de abnegación con
la búsqueda desordenada del placer, la confianza ilimitada en el poder del
Creador con la duda… El mismo amor a Jesús puede verse manchado por la búsqueda
de nosotros mismos, o un sutil deseo de evadirnos de la realidad, bajo pretexto
de estar a solas con Él. Por eso trazamos el Signo de la Cruz en el PECHO, pidiendo que la Sangre redentora aquiete
nuestras pasiones, armonice nuestros afectos e inflame nuestro corazón en la
verdadera caridad.
Pero el Rosario implica no
sólo nuestra mente y nuestro corazón: también
nuestra VOZ participa de esta ofrenda espiritual. Trazamos la señal de la Cruz
sobre nuestros LABIOS para que el Señor nos preserve de la precipitación y el
apuro, para que nuestras palabras nunca sean simples fórmulas vacías ni
mecánicas, sino que siempre concuerden con nuestro interior. Y para que
esos labios que proclaman el amor y la fe continúen, más allá del Rosario,
siendo manantial de palabras de vida y esperanza.
Por eso, realiza este simple
gesto con solemne sencillez y con profunda piedad. Cree y confía que
verdaderamente Él dio la vida en el Calvario por Ti, y anímate a dejarte sanar
y salvar por su amor.
Así, protegidos con el escudo
de la cruz y bajo el Signo de la Sangre del Cordero, nos disponemos, unificados
interiormente, a caminar con María siguiendo los pasos de su hijo en la Tierra,
hasta el Cielo.
Leandro Bonnin
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