martes, 27 de marzo de 2018

LA TÍMIDA AUDACIA DE LA HEMORROÍSA



¿Por qué aquella mujer no pidió un milagro a Jesús cuando es patente que tenía mucha fe? Las circunstancias del momento lo explican bastante bien. Esta enfermedad era considerada “impureza legal”. Eso era así durante los ritmos naturales, pero este caso era más fuerte aún. No es fácil saber el origen de esta separación, pero estaba prohibido tocar o acercarse a una mujer en esas circunstancias.

Era una enfermedad que ni se podía mencionar. Aquella mujer debía saber muy bien lo que era una intocable. No podía clamar como la cananea que su hijo estaba muriendo, si habla la rechazarían.

El milagro de la hemorroísa es distinto de los demás, es un milagro peculiar. Al leerlo en el evangelio se ve aflorar la personalidad de una mujer en la que se juntan la timidez y la audacia. Por una parte es tímida o temerosa, pues no se atreve a pedir el milagro a Jesús directamente. Por otra, su fe le lleva a creer que con sólo tocar la orla del vestido de Jesús bastará para curarse. Con este doble juego de pensamientos y sentimientos se ingenia para realizar su propósito de la manera más discreta. Busca un momento en que mucha gente rodea al Señor; y cuando éste avanza entre estrecheces y apreturas, se abre paso con decisión y esfuerzo y toca la orla del vestido de Jesús. Quizá tuvo que arrojarse al suelo para conseguirlo.

Muchos pensarían que su actuar era excesivo, que quizá era una fanática, o que estaba loca. Pero lo cierto es que a los ojos de Dios su modo de actuar fue grato y quedó curada. Dios busca la fe y eso es lo que movía a aquella buena y atribulada mujer.

Pero leamos lo que dice el evangelio de San Marcos Una mujer padecía flujo de sangre desde hacía doce años, y había padecido mucho por parte de muchos médicos, y gastado todos sus bienes sin aprovecharle nada, sino que iba de mal en peor, cuando oyó hablar de Jesús, vino por detrás entre la muchedumbre y tocó su vestido; porque decía: si pudiera tocar, aunque sólo fuera su manto, quedaré sana. En el mismo instante se secó la fuente de sangre y sintió en su cuerpo que estaba curada de la enfermedad [400].

Aquella mujer no se había quedado inactiva ante su enfermedad -que no era mortal- había acudido a muchos médicos y había gastado todos sus bienes, y eso durante doce años. La sensación de fracaso debía ser grande. Había hecho todo lo posible desde el punto de vista humano, pero no había nada que hacer. Hasta que oyó hablar de Jesús y, aunque no era timorata, el Señor le infunde respeto hasta el punto de no atreverse a hablar con Él, y decide tocar su vestido solamente. La curación debió ir unida a una sensación nueva propia de una salud repentina, y el gozo le inundó el alma. Los que estaban alrededor aprenderán una nueva lección de Jesús sobre la verdadera pureza y el sentido de las prohibiciones.

La fe es la condición de todo milagro, pero en éste hay un matiz nuevo: tocar el vestido de Jesucristo. Aquí esta mujer está dando una lección y un estímulo a los seguidores de Jesucristo: también podemos tocar al Señor.

El trato con Dios es espiritual, pero como también somos cuerpo, Dios ha querido instituir unos signos sensibles de su gracia, que son los sacramentos. Así los define el Catecismo de San Pío V ciertas señales sensibles que causan la gracia, y al mismo tiempo la declaran, como poniéndola delante de los ojos [401].

Dios se nos da a través de algo sensible como el agua en el bautismo, el aceite en la unción de los enfermos, y, sobre todo, en el pan eucarístico, en el que más que tocarle podemos comerle. ¡Que grandeza de Dios que se nos hace tan próximo! Verdaderamente es “Dios con nosotros”, como había sido profetizado. Aunque nos concede su gracia de muchos otros modos, ha instituido expresa y libremente -sólo Él podía hacerlo- estos siete signos eficaces, para que de una manera estable y asequible a todos, los hombres puedan hacerse partícipes de los méritos de la Redención [402]. Nuestra actitud ante los sacramentos debería ser lo más cercana posible a la de la hemorroísa pues como dice San Ambrosio tocó delicadamente el ruedo del manto, se acercó con fe, creyó y supo que había sido sanada… así nosotros, si queremos ser salvados, toquemos con fe el manto de Cristo [403] . El manto de Cristo son los sacramentos.

¿Tocamos al Señor con la fe de la hemorroísa o como la muchedumbre que le deja pasar con dificultad? Comenta San Agustín: Ella toca, la muchedumbre oprime. ¿Qué significa ‘tocó’ sino ‘creyó ‘? [404].

Necesitamos tocar al Señor con la fe de aquella mujer en todos los sacramentos. La teología ha explicado los frutos de los sacramentos en el hombre con dos frases. Una es ex opere operato, con ella se indica la acción del sacramento independientemente de las disposiciones del que lo recibe. La otra es ex opere operantis e indica las buenas o malas disposiciones del sujeto que recibe el sacramento. Si las disposiciones son óptimas la recepción de la gracia del sacramento es altísima. Si las disposiciones están cargadas de distracción y de poca fe la recepción será pequeña, o incluso nula.

Mejorar nuestras disposiciones en la recepción de los sacramentos es vivir aquella expresión tan bonita de la liturgia: sancta sancte tranctanda -las cosas santas deben ser tratadas santamente-.

Así lo indicó el Señor pues al momento Jesús, conociendo en sí mismo la virtud salida de él, vuelto hacia la muchedumbre, decía: ¿Quién me ha tocado mis vestidos? Y le decían los discípulos: Ves que la muchedumbre te oprime y dices ¿quién me ha tocado? Y miraba a su alrededor para ver a la que había hecho esto. La mujer, asustada y temblorosa, sabiendo lo que le había ocurrido, se acercó, se postró ante él y le confesó la verdad. El entonces le dijo: Hija tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu dolencia [405].

La mirada de Jesús a la muchedumbre llenaría de estupor a muchos que no entendían lo que había pasado. También hoy se repite esta mirada del Señor a tantos que se acercan a Él con disposiciones de lo más variado: unos van porque todos lo hacen, otros por curiosidad, otros acuden con esa fe tan grande capaz de conseguir milagros.

La tímida audacia de la hemorroísa debe servirnos para “tocar” a Jesús. Su timidez nos puede ayudar a no perder el respeto al Santo de los Santos. Su audacia para acercarnos más frecuentemente a los sacramentos. La fe une timidez y audacia y se manifiesta conseguir lo que se desea ardientemente. No olvidemos que Jesús está esperando que le toquemos en los sacramentos con audacia y respeto.

Alegra comprobar como la hemorroísa cuenta a todos su curación. Por una parte es la alegría del milagro, pero además está la nueva libertad que Cristo trae ante prescripciones humanas que conducían a una situación injusta no querida por Dios. Nosotros podremos proclamar la alegría de los dones que se nos dan conectados a la recepción con fe viva de los sacramentos.

[400] Mc 5,25-30
[401] Catecismo de San Pío V. II,1,3
[402] Beato Josemaría Escrivá. Es Cristo que pasa. n. 78
[403] San Ambrosio. tratado sobre el evangelio de san Lucas. in loc
[404] San Agustín. Tratado sobre el evangelio de san Juan. 26,3
[405] Mc 5,30-34

Reproducido con permiso del Autor,
Enrique Cases, Mujeres valientes 3ª ed Eunsa pedidos a eunsa@cin.es

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