sábado, 17 de noviembre de 2012

POR DIGNIDAD HUMANA, TRABAJO PARA TODOS


MADRID, viernes 16 noviembre 2012 (ZENIT.org).- Ante la actual situación de crisis económica, la Acción Católica General (ACG) de España promueve entre sus militantes, niños, jóvenes y adultos la realización de una campaña sobre uno de sus aspectos más sangrantes: el desempleo. La campaña finaliza mañana 17 de noviembre. La Asamblea General de la Conferencia Española de Religiosos (CONFER) se expresó en el mismo sentido.

Fruto de la campaña de la ACG, se consta en cada realidad el drama del paro en la sociedad española, no sólo desde las cifras y estadísticas oficiales, sino poniendo rostro y nombre a quienes lo sufren; se ha indagado en sus causas y consecuencias, denunciándolas y valorándolas a luz del Evangelio; y se han puesto en marcha múltiples iniciativas en cada una de las diócesis, que tratan de ser testimonio de fe, esperanza y caridad en nuestra sociedad.

“Estamos asistiendo a un desbordamiento de las instituciones y organismos de asistencia social y a un aumento imparable de los colectivos en riesgo de exclusión como consecuencia del desempleo: los inmigrantes, las personas sin soporte familiar, las familias monoparentales con hijos, las familias con todos sus miembros en paro, las que son desahuciadas de sus viviendas, los jóvenes, que en muchas ocasiones se ven obligados a emigrar, los niños, que ven como empeoran sus condiciones sanitarias y educativas y de manera creciente la calidad de su alimentación, los mayores de 45 años, los jubilados con familia dependiente de ellos, las personas con discapacidad, los autónomos con pequeños negocios, etc”, afirma en su comunicado final la ACG.

“Además de ser un desastre social --añade--, la falta de trabajo es un drama personal: repercute muy negativamente en la persona y en su entorno familiar; trunca los proyectos vitales y hace que surjan problemas de autoestima, de consideración social, de retrocesos en los avances de la emancipación de la mujer, incluso de violencia y autoritarismo en las relaciones. Todo esto provoca sentimientos de desasosiego, impotencia, rabia, indignación y miedo”.

Observa igualmente “una precarización del empleo que sigue provocando incertidumbre e inseguridad”. “No es una opción admisible –subraya- combatir las cifras del paro mediante una flexibilización sin límites del mercado laboral que además, ni siquiera está frenando la destrucción de empleo”.

Recuerda el comunicado que “es clara y repetida la doctrina de la Iglesia sobre el trabajo. El trabajo no puede ser un mero instrumento al servicio de la productividad o competitividad, es decir, no debe supeditarse a intereses económicos o incluso especulativos. Antes bien, el trabajo ha de ser expresión insoslayable de la dignidad humana, revelando a la persona como protagonista de su historia y, al mismo tiempo, ha de suponer una contribución al bien común”.

A este respecto, insiste la ACG, son especialmente esclarecedoras las palabras de Benedicto XVI en el nº 63 de su encíclica Caritas in Veritate cuando expresa que “Al considerar los problemas del desarrollo, se ha de resaltar la relación entre pobreza y desocupación. Los pobres son en muchos casos el resultado de la violación de la dignidad del trabajo humano, bien porque se limitan sus posibilidades (desocupación, subocupación), bien porque se devalúan 'los derechos que fluyen del mismo, especialmente el derecho al justo salario, a la seguridad de la persona del trabajador y de su familia'. Por esto, ya el 1 de mayo de 2000, mi predecesor Juan Pablo II, de venerada memoria, con ocasión del Jubileo de los Trabajadores, lanzó un llamamiento para 'una coalición mundial a favor del trabajo decente', alentando la estrategia de la Organización Internacional del Trabajo. De esta manera, daba un fuerte apoyo moral a este objetivo, como aspiración de las familias en todos los países del mundo. Pero ¿qué significa la palabra 'decente' aplicada al trabajo? Significa un trabajo que, en cualquier sociedad, sea expresión de la dignidad esencial de todo hombre o mujer: un trabajo libremente elegido, que asocie efectivamente a los trabajadores, hombres y mujeres, al desarrollo de su comunidad; un trabajo que, de este modo, haga que los trabajadores sean respetados, evitando toda discriminación; un trabajo que permita satisfacer las necesidades de las familias y escolarizar a los hijos sin que se vean obligados a trabajar; un trabajo que consienta a los trabajadores organizarse libremente y hacer oír su voz; un trabajo que deje espacio para reencontrarse adecuadamente con las propias raíces en el ámbito personal, familiar y espiritual; un trabajo que asegure una condición digna a los trabajadores que llegan a la jubilación”.

Y de una forma aún más contundente se expresó Juan Pablo II en su encíclica Centesimus Annus nº 43 al afirmar que “una sociedad en la que este derecho (al trabajo) se niegue sistemáticamente y las medidas de política económica no permitan a los trabajadores alcanzar niveles satisfactorios de ocupación, no puede conseguir su legitimación ética ni la justa paz social”.

Por todo lo expuesto y como miembros de la Iglesia, que no permanece ajena a esta realidad, los compromisos de la ACG, en diversas direcciones, serán: colaborar para cambiar la realidad actual de desempleo, implicándose a fin de que éste pase de ser un problema personal a un problema social; como cristianos y ciudadanos, ejercer una ciudadanía activa, participando en estructuras de decisión, en coherencia con su ser Iglesia, con el fin de que las estructuras de poder estén al servicio del ser humano, dentro de su medio social y natural, y teniendo la luz del Evangelio como guía; manifestar solidaridad en diferentes ámbitos y con diferentes formas; reclamar a los poderes públicos que aseguren a todos los habitantes los mínimos básicos, universalizando el derecho a la sanidad y la educación; seguir participando en el fortalecimiento de las redes de asistencia y ayuda mutua, empezando por la estructura familiar y siguiendo por la vecinal, parroquial, social, etc; la forma de consumo predominante en la actualidad, afirman, “es un caminar a la destrucción sin retorno”, por ello se comprometen “a vivir más sencillamente y a moderar nuestro consumo, como forma de vida más justa para el hombre y para la naturaleza”.

Para más información: http://www.accioncatolicageneral.es/.

Por otra parte, la Asamblea General de la Conferencia Española de Religiosos aprobado en su sesión de ayer 15 de noviembre, un comunicado sobre la situación.

“Los religiosos y religiosas de España, reunidos estos días en Asamblea General como CONFER y representando a la Vida religiosa española no podemos en estos momentos y en esta fecha sentirnos ajenos a lo que es un clamor popular de exigencia de justicia en nuestro país”, afirma el comunicado.

“Lo queremos hacer como signo de solidaridad con tantas tragedias, cuyas lágrimas y angustias no son para nosotros anónimas, sino de rostros que conocemos bien, conscientes también de las ambigüedades en que muchas veces cae nuestra propia Vida Consagrada., y llamados, como todos, a la conversión personal sin la que no será posible un cambio social que ponga en primer plano los valores de la justicia y la solidaridad, la ética y la búsqueda del bien común antes que los intereses particulares y partidistas”, añade.

Constatan, “con enorme preocupación, el prolongarse angustioso de la crisis social y económica, que afecta cada vez a más sectores de nuestra sociedad”. “Nuestra vocación –señala el comunicado- nos llama a ser testigos de la misericordia y el amor de Dios en el mundo”, y por ello no pueden “permanecer insensibles ante una sociedad que egoístamente ha desplazado a los márgenes a aquellos que para Jesús son el centro”.

Preguntan “con libertad evangélica a los responsables de los asuntos públicos, cómo es posible que aun disponiendo de tantos medios económicos y técnicos, no han sido capaces de ordenar la vida común de un modo verdaderamente justo y humano” y “si se están repartiendo con equidad las cargas de la crisis”, y “si de verdad se esfuerzan por encontrar todos los recursos posibles y necesarios para remediar lo que ya son necesidades primarias como la comida, la salud, la vivienda, la educación, la cooperación al desarrollo de los países empobrecidos, etc”.

“No podemos creer –subrayan- que la palabra 'no hay alternativas' sea la última palabra de nuestro momento presente como si fuese ya el fin de la historia. Nosotros creemos en el ser humano porque creemos en el Dios de la esperanza como motor de la vida”.

Y concluyen: “Nos unimos, pues, a todas las voces, angustiadas o indignadas, que claman, en el día de hoy y cada día, por una sociedad distinta, donde sean posibles la justicia y la misericordia”.

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