martes, 6 de noviembre de 2012

DE SAN JOSÉ Y SU ESPECIAL RELACIÓN CON LOS ÁNGELES



Uno de los personajes de todo el Nuevo Testamento, excepción hecha del propio Jesús, que mejor comunicación tiene con los ángeles no es otro que el que según “se creía” (Lc. 3, 23), era el propio padre de Jesús, a saber, San José.

Los episodios en los que el bueno de San José aparece en fluida comunicación con los ángeles son cuatro. El primero cuando, sin haber Jesús ni siquiera nacido, sospecha José de la infidelidad de su esposa, que se halla encinta sin haber tenido él en ello mayor participación:

“Su marido José, que era justo, pero no quería infamarla, resolvió repudiarla en privado. Así lo tenía planeado, cuando el ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.» Todo esto sucedió para que se cumpliese lo dicho por el Señor por medio del profeta: Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que traducido significa: «Dios con nosotros». Despertado José del sueño, hizo como el ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer” (M. 1, 19-24).

La segunda cuando ya con Jesús nacido, Herodes el Grande, enterado por los magos del nacimiento de un vástago de la casa de David, determina buscarlo para eliminarlo: “Cuando ellos [los magos de oriente] se retiraron, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y estáte allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar al niño para matarle.» Él se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se retiró a Egipto; y estuvo allí hasta la muerte de Herodes; para que se cumpliera lo dicho por el Señor por medio del profeta: ´De Egipto llamé a mi hijo´.” (Mt. 2, 13-15).

Y la tercera cuando estando en Egipto, se produce la muerte de Herodes: “Muerto Herodes, el ángel del Señor se apareció en sueños a José en Egipto y le dijo: ‘Levántate, toma contigo al niño y a su madre, y vete a la tierra de Israel, pues ya han muerto los que buscaban la vida del niño’. Él se levantó, tomó consigo al niño y a su madre, y entró en tierra de Israel” (Mt. 2, 19-21).

Esta comunicación se completa con una cuarta que tiene lugar durante el viaje de regreso a casa, una vez ya en Israel: “Al enterarse de que Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allí; y, avisado en sueños [aquí el ángel no se menciona, aunque parece lo lógico aceptar que una vez más existe], se retiró a la región de Galilea, y fue a vivir en una ciudad llamada Nazaret; para que se cumpliese lo dicho por los profetas: ‘Será llamado Nazoreo’” (Mt. 2, 22-23).

Pasajes en los que llaman la atención algunas cosas. Por ejemplo y para empezar, que todas ellas llevan la misma firma, Mateo, no haciéndose eco de la especial relación con los ángeles de José ningún otro evangelista distinto de él.

También que las apariciones se producen siempre hallándose José en estado de dormición y durante el sueño, algo que, de alguna manera, le asemeja a su tocayo veterotestamentario, el penúltimo de los hijos de Jacob, que es capaz de interpretar sueños, aunque con una diferencia: mientras el José veterotestamentario interpreta los sueños ajenos (el del faraón por ejemplo), el José neotestamentario interpreta los propios.

En tercer lugar, la “arquitectura” literaria común a los episodios en los que José registra revelaciones angélicas, en casi todos los cuales, para ser precisos en tres de los cuatro, a la intervención del ángel sigue siempre la indicación de una profecía veterotestamentaria, “Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel”, que no proviene sino del Libro de Isaías (Is. 7, 14); “De Egipto llamé a mi hijo” que no proviene sino del Libro de Oseas (Os. 11, 1); y “Será llamado Nazoreo”, curiosa licencia literaria mateiana, pues aunque el evangelista la presenta como una profecía, no ha sido posible identificar con claridad con qué pasaje del Antiguo Testamento se corresponde.

Y también y por último, el hecho de que el ángel que habla con José, a diferencia del que realiza la Anunciación por ejemplo, San Gabriel, pero a semejanza de lo que ocurre con tantos otros ángeles de los que intervienen en el Nuevo Testamento, el que auxilia a Jesucristo en el Huerto de los Olivos por ejemplo, no tiene nombre propio, no siendo ni siquiera posible establecer si se trata siempre del mismo o es cada vez uno diferente: apenas “el ángel del Señor”.

Luis Antequera

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