Comienzo con las palabras de Juan
Pablo II llamando a “una nueva evangelización, nueva en su ardor, nueva en sus métodos”
No hay nada de malo en pensar y
decir que la Iglesia necesita de
métodos, aunque muchos se empeñen en negarlos aduciendo que lo único que
hace falta es ser santos, cuando la realidad es que santidad y métodos no están
reñidos sino que más bien van de la mano.
Cualquiera que conozca un poco la
historia de la Iglesia reconocerá que el genio militar de San Ignacio infundió a la Compañía de Jesús una manera de organizarse y hacer
las cosas que la llevo a conquistar medio mundo para Cristo y jugar un papel
fundamental en la historia de los últimos siglos de la Iglesia.
Lo mismo se puede predicar del
Císter, con grandes organizadores
como San Esteban Harding, y genios conquistadores
como San Bernardo de Claraval que expandieron su reforma de Cluny de una manera
concéntrica mediante fundaciones que poblaron de monasterios la cristiandad
entera.
Pero no todo se trata de santos
exmilitares, también hemos tenido fundadoras
incansables estilo Santa Teresa de Jesús, maestros de la pedagogía estilo San Juan Bosco, o excelentes legisladores como Santo
Domingo.
En todos ellos coincide la santidad con la capacidad de liderazgo que les lleva a “producir”
obras que les han perdurado hasta nuestros días.
Por mucho que se empeñen algunos hay
modelos de santidad que son admirables, pero no imitables, y personas que no
están llamadas a liderar a otros, aunque ayuden a muchos siendo instrumento de
Dios. Para mí dos ejemplos actuales son San
Pio de Pietrelcina y San Juan
Maria Vianney, el santo cura de Ars. En ellos vemos santidad y dones
extraordinarios, pero detrás de ellos no ha surgido una orden religiosa,
simplemente Dios no les dio ese carisma, ni les hizo con esa capacidad humana.
Lo mismo pasa con San Francisco de
Asís, aunque de otro modo, pues quienes lo sucedieron tomaron sobre sí
la labor de dirigir una orden que el poverello nunca habría sabido o
querido crear.
Lo que está claro es que en la Iglesia existe una mentalidad que lo
cifra todo en la santidad, olvidándose a veces de temas tan humanos y
necesarios como la santidad misma. Un ejemplo clásico es San Pablo, quien con
absoluto desparpajo decía “imitadme a mí, como yo soy imitador de Cristo” y fue
el hombre elegido por Dios para expandir el cristianismo entre los gentiles,
llegando a lugares y personas a los que el bueno de Pedro nunca habría llegado.
Existe, por supuesto, el peligro de poner todo el acento en lo humano
y olvidarse de la acción de Dios, pero en clave de Santo Tomás de Aquino
hay que reconocer que Dios fomenta la naturaleza humana, trabaja con lo que
somos, dones y capacidades incluidas, por lo que no hay que tener miedo a
reclamar lo humano en nuestra acción como cristianos.
Hablar de esto no es políticamente
correcto en ciertos ámbitos, pues pronto surgen voces que exaltan la santidad
por encima de todo y menosprecian a quien habla de métodos. Personalmente no me
inspiran confianza, pues como oí de un jesuita una vez, es mejor un director espiritual prudente que uno santo (claro que
si es las dos cosas, mejor). Si la Iglesia nos está pidiendo nuevos métodos, lo
lógico es ser buenos católicos y profundizar en lo que quiere decir con esa
expresión el Papa.
A este respecto, Rick Warren es demoledor en su libro “Una
Iglesia con un propósito” el cual recomiendo a todo párroco que se vea en
la responsabilidad de dirigir una comunidad cristiana: “Estoy convencido de
que la gente que no puede aprender de otros modelos tiene un problema de ego. La Biblia dice
“Dios se resiste a los orgullosos, pero da la gracia a los humildes” (Santiago
4,6) ¿Por qué Dios hace esto? Una razón es porque cuando la gente está llena de
orgullo no se les puede enseñar nada, pues creen que lo saben todo. He
encontrado gente que cree que tiene todas las respuestas, lo que normalmente
significa que ni siquiera conocen todas las preguntas. Mi objetivo es aprender
lo más posible, de cuanta más gente posible, tan a menudo como sea posible.
Intento aprender de mis críticos, de la gente con la que disiento e incluso de
mis enemigos”
Como decía Santo Tomás, una verdad,
es una verdad, la diga quien la diga.
Hablando de este tema del tema de
los métodos, Rick Warren explica algo que a mí me encanta: “si alguien
estudia la iglesia hoy en día, se le hace obvio que Dios utiliza todo tipo de
métodos, y también que bendice algunos métodos más que otros. Es también
evidente que algunos métodos que han
funcionado en el pasado ya no son efectivos. Por fortuna una de las
bondades del cristianismo ha sido su habilidad de cambiar métodos al
confrontarse con otras culturas y tiempos.”
No se crean que el autor citado se
queda aquí, llega a afirmar que lo triste es que gente que es absolutamente ortodoxa en su fe se vuelve infiel a Cristo
cuando se niegan a cambiar programas, métodos, estilos, edificios o lugares
para así poder alcanzar un mundo perdido para Cristo, pues una iglesia puede
ser absolutamente recta doctrinalmente
y estar igualmente vacía espiritualmente.
Y es que la cuestión no se trata de
abrazar métodos sin ton ni son, sino de descubrir
la santidad de los métodos, la santidad que hay en hacer la voluntad de
Dios cumpliendo el mandato misionero que nos compete a todos, y no entorpecer
al Espíritu Santo con nuestra obstinación por hacer las cosas como siempre.
Nada de esto afecta ni amenaza la
santidad de las cosas. Al revés, la exalta. Porque nos obliga a seguir a Dios y no a las obras de Dios en medio de un
mundo y una cultura cambiantes a los que no nos podemos aferrar. Esto obliga a
rezar mucho, a ser muy santo, a trabajar con el Espíritu Santo de una manera
nueva en la que el protagonista de la evangelización es El, y no los
chiringuitos que nos hemos montado.
Y aunque parezca una contradicción, la santidad no basta, no es suficiente, Jesús
nos llama a dar fruto (Jn 15,16). Para esto también hay que hacer bien
las cosas, utilizar la cabeza que Dios nos ha dado, y ejercitar el
discernimiento con el sentido común…y además de esto hay que acertar. En Eclesiastés 10,10 se dice: “si se
embota el hierro y no se afilan sus caras, se necesita más fuerza, pero también
supone ganancia afinar en sabiduría”
(o en una traducción más libre, si el hacha está mellada, hace falta hacer más
fuerza, pero la habilidad es lo que hace que funcione)
Por supuesto nada de esto está
reñido con el respeto a la Tradición, ni con la obediencia a los legítimos
pastores, pues remamos dentro de la barca de Pedro y trabajamos en el nombre
Cristo, no en el propio. Pero tristemente esto hay que recordarlo a cada paso, porque los zelotes de la ley
ponen bajo sospecha a cualquiera que no se amolde a su manera de ver las cosas
en la iglesia.
Volviendo a Rick Warren: “muchas soluciones simplistas para el crecimiento de
la Iglesia se formulan en términos tan píos que se hace muy difícil a
cualquiera ponerlos en cuestión sin parecer poco espiritual. Alguien tiene que
proclamar lo que es patente: la oración
sola no hará crecer la Iglesia. Algunos de los mayores “rezadores” que
conozco pastorean o son miembros de iglesias agonizantes. Por supuesto la oración es esencial. Un ministerio
sin oración es un ministerio sin poder. Pero hacer que la iglesia crezca
conlleva mucho más que orar, hace falta actuar de una manera diestra.”
Concluyendo, para mi gusto, esto es
pura dinamita en una Iglesia en la que las cosas parece que no marchan. Por
supuesto hay cosas que funcionan y signos de esperanza, y es sano preguntarse
si éstas tienen los fundamentos
adecuados para crecer y dar el fruto al que Dios nos llama.
Los Lineamenta hablan de la confusión y perplejidad en la que
muchos están en la Iglesia hoy en día, viendo cómo se desmorona el régimen de
cristiandad en el que crecieron y en el que mentalmente están. La mayor fuente
de perplejidad es la falta de fruto aparente de la vida de santidad y
obediencia a la Iglesia que llevan esas personas, porque sinceramente se
esfuerzan por la santidad.
Pero no basta con la santidad, sólo es el 51%, hace falta
destreza, saber hacer las cosas. La buena noticia es que santidad y
habilidad van de la mano, que Dios nos ha creado hombres, con nuestros dones y
defectos. Y por si esto fuera poco más allá de la virtud, existe la virtud
infusa y hasta el don del Espíritu Santo, de manera que Dios actúa en lo ordinario y lo extraordinario.
Al final
todo se trata de hacer la voluntad de
Dios, y de dejarse conducir por Dios, y hacerlo presente en la historia.
La buena noticia es que es posible, que Dios quiere que demos fruto y que
Cristo hace siempre nuevas todas las cosas… ¿dejaremos pues a Dios ser Dios?
José Alberto Barrera
Marchessi
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