¡Estate
atento al misterio de Cristo!
Nació del seno de la Virgen a la vez Siervo y Señor; Siervo para obrar, Señor
para mandar a fin de enraizar en el corazón de los hombres un Reino para Dios.
Tiene un doble origen pero es un solo ser. No es distinto el que viene del
Padre al que viene de la Virgen. Nacido del Padre antes de todos los siglos, es
el mismo que tomó carne en el transcurso del tiempo. Por eso es llamado Siervo
y Señor: por nuestra causa, Siervo, pero a causa de la unidad de la sustancia
divina, Dios de Dios, Principio del Principio, Hijo en todo igual al Padre, su
igual. En efecto, el Padre no engendra un Hijo extraño a Él mismo, este Hijo
del cual declara: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco» (Mt 3,17)...
El Siervo conserva en todo los títulos de su dignidad.
Dios es grande, y es grande el
Siervo; al venir en la carne, no pierde esta «grandeza que no tiene límites»
(sl 144,3)... El cual, «siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser
igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de Siervo» (Flp
2,6-7)... Es, pues, igual a Dios como Hijo de Dios; tomó la condición de Siervo
al encarnarse; «gustó la muerte» (Hb 2,9), él, cuya «grandeza no tiene
límites»...
¡Cuán buena es esta condición de Siervo que nos ha
hecho libres! ¡Sí, cuán buena es! Le ha valido «el nombre que está por
encima de todo nombre»! ¡Cuán buena es
esta humildad! Ha obtenido que «al nombre de Jesús toda rodilla se doble
en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Jesús
es el Señor para gloria de Dios Padre» (Flp 2, 10-11). (San Ambrosio, Sermón sobre el salmo 35, 4-5)
Cuán buena
es esta humildad. ¿Somos nosotros realmente humildes como lo es el Señor? Dijo
es Señor que el que quisiera ser el primero, sirviera a todos los demás. ¿Somos
conscientes de ello?
En nuestra
vida cotidiana quisiéramos ser reconocidos, relevantes de forma personal,
poderosos, etc. ¿Nos damos cuenta de todo el peso que nos echamos a la espalda
queriendo todas estas cosas? ¿No es mucho mejor ser humilde y no aspirar a nada
por nosotros mismos?
Sólo desde
la humildad podemos reconocer que Jesús es Señor para gloria de Dios Padre. Por
eso nos cuesta tanto doblar las rodillas en la consagración y arrodillarnos
frente al altar. Somos soberbios y entendemos este lengua de humildad como una
humillación personal insoportable?
Hasta nos
decimos que la bondad y misericordia de Dios todo lo acepta. Lo que no pensamos
es que el problema no está en Dios sino en nosotros. Si no somos verdaderamente
humildes, somos nosotros quienes sufrimos nuestra propia actitud. Si en algo
somos relevantes o tenemos autoridad, que esto sea para mayor gloria del Señor.
Nunca para gloria de nosotros mismos.
Decía el
Padre Pio: “¿Ha observado usted un campo de trigo en sazón? Unas espigas se
mantienen erguidas, mientras otras se inclinan hacia la tierra. Pongamos a
pruebe a los mas altivos, descubriremos que están vacíos, en tanto los que se
inclinan, los humildes, están cargados de granos”
La humildad
pesa y nos hace inclinarnos ante el Señor. Igual que las espigas con más
granos, quien se humilla es quien puede dar más de si a los demás. El que se
comporta de forma soberbia, solo es capaz de imponer su presencia por la
fuerza. Quien es humilde llena la estancia sin hacer evidencia de quién es y
qué busca.
Ya dijo el
Señor: “Así los últimos serán los primeros, y el primero será el último:
pues muchos serán llamados, pero pocos serán elegidos” (Mt 20,16) ¿Por qué
serán pocos los elegidos? Porque Dios elige a los humildes y son pocos los que
han respondido a la llamada del Señor con humildad.
Que el Señor
nos ayude a encontrar al humildad en nosotros mismos.
Néstor
Mora Núñez
No hay comentarios:
Publicar un comentario