lunes, 4 de abril de 2011

¿NOS QUEDA MUCHO O POCO TIEMPO?


Nadie, absolutamente nadie, sabe el tiempo que le queda de viva en este mundo.

Y sin embargo a nadie le gusta pensar en esta realidad, ligada al momento en que abandonaremos este mundo. Se vive de espaldas a la realidad. Una realidad totalmente real, valga la redundancia, para el que es creyente y una realidad irreal para el que carece de fe.

Los planteamientos personales en ambos casos son diferentes. La actitud humana frente a esta cuestión, se sea creyente o no, varía mucho en función de la edad que se tenga, a un niño, a un adolescente o a un joven, el tema, tal como ellos dicen: me resbala.

Es en la madurez, cuando se empieza a pensar algo en esto, y cada vez se va pensando más sobre todo en la senectud y si esta está avanzada en un creyente de verdad, en cierto modo se vuelve a la niñez, como en tantas otras cosas y el tema empieza a resbalarle también, pues lo tiene tan asumido que sus maletas hace tiempo que están ya preparadas y esperando en el hall de su casa. Y ello es debido a que el transcurrir de la propia vida hacia las sombras de la ancianidad, al decaer su éxito y al disminuir el esplendor de su vida, se hace uno más consciente de la inmensa belleza de la vida interior.

Cuando uno se plantea esta pregunta, se tenga la edad que se tenga, si se está sano, nadie tiene en cuenta, las posibilidades que nos acechan, de que el tiempo se acorte inesperadamente por cualquiera de las tres fatídicas C, cáncer, corazón o carretera. Todos echamos mano de las estadísticas de esperanza de vida en nuestro país, y sobre la cifra resultante, aun inconscientemente, le añadimos un plus de más por nuestra cuenta, pues pensamos que estas estadísticas se refieren a todo el periodo de vida desde que se nace, y nosotros ya hemos sorteado muchos peligros, pues en la medida en que se envejece, quedan atrás muchas clases de enfermedades que ya no es posible que nos ataquen.

Dicho todo lo anterior en otras palabras, nos agarramos a esta vida como a un clavo ardiendo, incluso aunque seamos creyentes y por fe, sepamos que lo que nos espera, es mucho mejor que lo que tenemos aquí abajo. ¡Vamos! Que nos aplicamos aquello de que: Más vale pájaro en mano que ciento volando.

La raíz de todo esto, es que carecemos de una autentica fe, decimos y nos creemos que tenemos fe, porque nos limitamos a cumplir raspando los Mandamientos de la ley de Dios, vamos a misa los domingos, ¡bueno algún domingo no!, porque se me han complicado las cosas, pero en general si voy.

Incluso con mayor o menor frecuencia también buscamos las gracias sacramentales, y por razón de todas estas migajas que le ofrecemos al Señor, nos creemos con derecho a entrar en el Reino de los cielos. Entrar, puede ser que entremos, pero más por la misericordia del Señor, que por nuestros méritos actuales.

Desde luego que nadie de nosotros sabemos el tiempo que nos resta, ojalá sea mucho, para los que esto leen, porque sea el que sea hay que saber aprovecharlo y sacarle jugo. Y el jugo se encuentra en el fomento de nuestra vida interior o espiritual, ella es la única que lucha contra las apetencias de nuestro cuerpo y quiere bajarnos del pedestal que nos hemos creado y al cual sin darnos cuenta nos hemos subido.

Pero como antes ya decíamos, el avance de la edad en la persona determina un mayor interés en el desarrollo de su vida interior. En la senectud, se piensa más y el ser humano se hace más reflexivo. Pero el tiempo que nos quede es muy fundamental para el desarrollo de la vida interior, tanto como sino nos hemos ocupado antes de desarrollarla, como si no lo hemos hecho. La vida espiritual, necesita tiempo mucho tiempo y en función del amor que pongamos en su desarrollo y del tiempo de que dispongamos, así serán los resultados finales.

Escribe Fdz. Carvajal diciendo: “La vida interior, necesita tiempo, crece y madura como el trigo en el campo. Por ello, al que ha tomado plena conciencia de la necesidad que tiene, de encontrar al Señor dentro de sí, la falta de tiempo le agobia. San Agustín escribía: ¡Tarde te hallé! Estabas dentro de mí y yo te buscaba fuera. Hallar al Señor dentro de uno, es identificarse plenamente con Él es poder llegar a exclamar gozoso, la frase de San Pablo: “Vivo yo, más no soy yo, sino que es Cristo quien vive en mi (Gal 2, 20).

Y esto entre otras cosas requiere tiempo. En el ejercicio y desarrollo de la vida de la vida interior, se puede llegar a alcanzar el don de la contemplación, que nos abre el camino para la vía unitiva con el Señor, pero tal como escribe Thomas Merton: “En verdad no se concederá la contemplación a aquellos que voluntariamente se alejen de Dios, que reduzcan toda su vida interior a cumplir con rutina unos cuantos ejercicios de piedad y actos externos de adoración y servicio, llevados a cabo como un deber. Estas personas procuran evitar el pecado y respetan a Dios como a un amo, pero su corazón no le pertenece, pues no está realmente interesado en Él, si no es con la intención de asegurar el cielo y evitar el infierno, pero en la realidad de los hechos, sus mentes y sus corazones están absorbidos en sus propias ambiciones, preocupaciones, comodidades, en sus placeres y en todos sus intereses, ansiedades y temores mundanos. Invitan a Dios a entrar en sus interioridades confortables solo para que les resuelva las dificultades y les otorgue sus recompensas”. Pero la vida espiritual de una persona es mucho más. El Abad cisterciense Eugene Boyland, nos escribe: “Toda la vida espiritual es un reemplazamiento gradual del ser propio, por Dios, siempre naturalmente dejando nuestra propia identidad personal intacta. Según prospera este reemplazar lo humano por lo divino, aumenta la fuerza a nuestra disposición, y las posibilidades de un avance mayor crecen a cada paso. Por eso todo lo que tenemos que hacer es concentrarnos en el primer paso y nunca considerar la dificultad del próximo. Esto es lo que Dios hace en la vida espiritual. Porque la vida espiritual es una conspiración de amor, en la que Dios y el hombre están unidos para destruir a nuestro hombre viejo para hacer todas las cosas nuevas en Cristo, para restablecer todas las cosas en Él; en una palabra, para volvernos a modelar según el deseo del corazón de Dios. La regla de conducta, pues, para el católico que quiere vivir la plenitud de su vida es buscar a Cristo y estar unido a Él, por la diaria oración lectura y meditación, por el uso frecuente de los sacramentos, especialmente el de la Santísima Eucaristía y por el cumplimiento de la voluntad de Dios. No es necesario un programa más elevado para alcanzar la santidad. Cualquiera de quien se pueda decir al final de su vida, hizo la voluntad de Dios, es perfecto. Pero podemos dejar de decir, que donde quiera que se trate de Cristo en la vida espiritual, allí se encuentra también María. Y a ella, madre amorosa nuestra, que acoge, guía y protege al que se lo solicita, es a donde hemos de acudir, si queremos encontrar un buen atajo en nuestro caminar al encuentro con el Señor, dentro de nuestra vida espiritual. En definitiva, lo que el hombre debe de buscar en el desarrollo de su vida espiritual, es una verdadera identificación con Cristo, que mora en nuestro interior, desde que fuimos bautizados, si es que vivimos en amistad y gracia de Él. De esta identificación nos dice Jean Lafrance que: Es interior, es decir, se sitúa más allá de la vida moral, de la conciencia, de los sentimientos y de las facultades de conocimiento y voluntad. Es ante todo la invasión de nuestro ser por la persona de Jesús. Y la última etapa de la vida espiritual es con mucho la más bella, pero también la más misteriosa, pues aparece como un sumergirse de todo el ser en Dios”.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

1 comentario:

Anónimo dijo...

Que buen artículo Hermano José, un llamado a la reflexión en estos tiempos de consumismo y materialismo dejando a Dios relegado. Cuando se descubre la vida espiritual es bella y hay que fortalecerla día a día y hacer todo lo que ello conlleva. Empecemos por reducir nuestros apegos a todas estas cosas temporales, cuando lo verdaderamente importante es cultivar nuestro espíritu, el único verdadero activo que tenemos. Un cordial Saludo. Javier