miércoles, 10 de junio de 2009

DEJANDO AL NIÑO ATRÁS


Miré a mi padre por última vez antes de que finalmente lo enterrasen. Y me dije a mí misma: “Te perdono, Papá”. Le he perdonado pero no he olvidado la confusión, el terror y el abuso que atravesé.

Mi padre trabajaba la mayor parte del tiempo mientras yo crecía. Pero cuando estaba en casa, era violento. Recuerdo llorar en medio de la noche mientras escuchaba cómo golpeaba a mi madre. Podía escuchar sus sollozos. Y yo lloraba porque no podía hacer nada al respecto.

Le tenía terror. Estábamos supuestos a no hacer nada malo de acuerdo a sus términos. Cuando tenía seis años de edad, me empujó la cabeza tan duro contra el piso que todavía tengo la cicatriz en mi frente.

Cuando le diagnosticaron depresión a mi madre, los cuatro hermanos tuvimos que mudarnos y vivir con él. Él empleó a alguien que nos cuidase mientras el trabajaba.

Había tanto temor en nosotros cuando el volvía. Mi padre estaba tan disgustado con uno de mis hermanos que un día le dio una paliza y quería echarlo de la casa. Observé aquel episodio con horror.

A partir de entonces, intenté no cometer errores. Lloraba por dentro porque no quería oír ningún lloriqueo. Y continué viéndole expresar su ira con el resto de mis hermanos.

Hallé solaz en los amigos del colegio. Disfrutaba leer cuentos y literatura. Invertía mi tiempo en la biblioteca del colegio. No había hogar, dulce hogar.

Hasta hace poco, no quería admitir que mi niñez me había afectado emocional y mentalmente. He traído las memorias de una época pasada hasta mi existencia diaria.

En todas mis relaciones, todo fue bien hasta que mis compañeros sugirieron un compromiso serio. Entonces yo saboteaba las relaciones.

No podía abrirme a nadie. Estaba muy a la defensiva cada vez que daban un consejo u opinión sobre mi actitud o conducta.

Cuando había discusiones, me cerraba o me iba. Nunca quería enfrentar asunto alguno y resolverlos.

Me destaqué en mi carrera invirtiendo muchas horas y esfuerzo. Ahora me doy cuenta de que era una manera de escapar a la realidad. Me mantenía tan ocupada que no notaba cosas que necesitaban atención. Usaba el trabajo como un medio de evitar compromisos.

Hubo una cosa que obtuve de la experiencia de ser abandonada. Podía sentarme en silencio sola por horas y reflexionar.

Ha desarrollado mi fascinación con la belleza de la naturaleza. Amo sentir el viento soplando sobre mi rostro. Disfruto ver la lluvia caer. Y sin importar cuán malo esté el clima, es todavía hermoso.

Sentí curiosidad por muchas cosas. Pregunté a otros y a mí misma sobre la vida y cómo algunas cosas le pasan a cierta gente. Me pregunté por qué la gente se comporta de la manera en que lo hace. Busqué respuestas.

He desarrollado la fortaleza para perseverar. Pero no es suficiente. Quiero convertirme en una sobreviviente que puede balancear su vida y disfrutar la abundancia que el universo nos ofrece.

He decidido liberarme de las cadenas de mi frágil crianza. Me prometo a mí misma que no permitiré a mi pasado arruinar mi futuro.

Esta niña ha crecido y no va a llorar en silencio más nunca.
Fatimah Musa

Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño; pero cuando llegué a ser hombre, dejé las cosas de niño. 1 Cor 13:11

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