jueves, 12 de febrero de 2009

EULANA


Eulana Englaro tenía 38 años y estaba en coma vegetativo desde 1992.

Vivía - en coma, pero vivía - en un centro atendido por unas religiosas. A instancias de su padre, y por orden de un Tribunal, la trasladaron a La Quiete, una residencia de ancianos de Udine, para liberarla del coma y de la vida. La dejaron morir de hambre y de sed, retirándole la sonda nasogástrica mediante la cual recibía el alimento y la hidratación. El caso de Eulana recuerda al de la norteamericana Terry Schiavo. También a esta otra mujer, valiéndose de órdenes judiciales, la destinaron a un fin similar.

Nadie debería invocar, a propósito de Eulana, el talismán de la muerte digna.

No es una muerte digna condenar a alguien a morir de hambre y de sed. Si somos justos con el significado de las palabras, deberíamos más bien hablar de homicidio o incluso de asesinato. Porque asesinar es matar a alguien con premeditación y alevosía. La muerte de Eulana no ha carecido de ninguno de esos dos ingredientes. Su fin ha sido pensado reflexivamente, calculado, proyectado y se siguieron todas las cautelas posibles para minimizar los riesgos para los autores de este hecho.

Eulana estaba en coma, pero no era víctima de ninguna clase de encarnizamiento terapéutico. No estaba sometida a un tratamiento médico oneroso, peligroso, extraordinario o desproporcionado, sino que era objeto, simplemente, de los cuidados ordinarios debidos a una persona enferma: la alimentación, la hidratación, la higiene. Y estos cuidados mínimos no pueden ser legítimamente interrumpidos.

Italia se ha conmocionado. Y con razón. Casos como el de Eulana abren descaradamente la puerta a la eliminación directa, disfrazada de falsa piedad, de las personas disminuidas, enfermas o moribundas.
Guillermo Juan Morado
Una pequeña reflexión:
¿Cuántos de nosotros (mundo) dejamos morir día a día a millones de personas? ¿Nos juzgarán algún día por eso?
Gobiernos que echan la leche al río porque tienen una sobre producción y así protjen el precio. Comida que es donada y no la reparten a tiempo por una simple burocracia, y esta se malogra y es echada a la basura. Inocentes que mueren por las bombas, atrapados en un conflicto por un pedazo de tierra. Niños y niñas que son prostituidos a la vista y descaro de la autoridades. Ancianos abandonados en las calles para que se mueran o en algún asilo para que no estorben.
Los casos de Eulana o de Terry, son sólo uno de los tantos casos que injustamente aceptamos amparados por la "justicia terrena"... pero de la Justicia Divina nadie se escapa.
José Miguel Pajares Clausen

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