lunes, 6 de noviembre de 2023

JUBILEO EN BARÉIN POR LOS 1.500 AÑOS DEL MARTIRIO DE SAN ARETAS: SE BEBIERON LA SANGRE DE SUS HIJAS

 "HOY SOMOS TESTIGOS DEL RESUCITADO, CON NUESTRAS PALABRAS Y NUESTRAS OBRAS, CON NUESTRAS DEBILIDADES Y NUESTRAS FORTALEZAS, CON EL MISMO AMOR QUE ANIMÓ A LOS MÁRTIRES", SEÑALÓ EL VICARIO APOSTÓLICO.

La Catedral de Nuestra Señora de Arabia en Awali, Baréin, diseñada por el Camino Neocatecumenal y terminada hace justo un año, acogió este domingo una misa solemne con motivo de la apertura del Jubileo extraordinario por el 1.500 aniversario del martirio de San Aretas y compañeros.

Aldo Berardi, vicario apostólico de Arabia del Norte, presidió la celebración y, antes de la misa, se llevó a cabo el rito de apertura de la Puerta Santa. La homilía corrió a cargo de Eugene Martin Nugent, nuncio apostólico en Baréin, Kuwait y Qatar. El prelado llevó a todos el saludo del Papa Francisco y su cercanía en la oración.

MARTIRIO DE 4000 CREYENTES 

Nugent manifestó su deseo de que este Jubileo sea un tiempo de gracia y de renovación espiritual para esta comunidad católica. "No es fácil ser cristiano en este tiempo en el que tantos cristianos son perseguidos", apuntó.

Siguiendo el ejemplo de Aretas y sus compañeros mártires, asesinados junto a otros 4.000 creyentes durante una persecución anticristiana en el año 523 en Naŷrán, en la Arabia preislámica, el nuncio los exhortó a vivir y dar testimonio cada día del Evangelio del amor proclamado por Cristo.

Berardi entregó a los presentes un texto suyo en el que los invita a seguir el ejemplo de fe, valentía y perseverancia de los mártires que dieron su vida por amor a Cristo. "Los mártires mantuvieron la fe cristiana frente a la burla, la persecución y las amenazas. Permanecieron firmes en la fe. Mirar el pasado nos inspira. La vida en el pasado no era más fácil que hoy. La fe se transmitió y permaneció como un faro en la tormenta y una luz en la noche. Es el camino de la vida y la luz para quienes miran a Cristo y lo siguen".

"Hoy somos testigos del Resucitado, con nuestras palabras y nuestras obras, con nuestras debilidades y nuestras fortalezas, con el mismo amor que animó a los mártires. A nosotros nos toca levantarnos y dar testimonio de Cristo con una vida honesta y coherente, una vida entregada por amor y orientada hacia el bien y lo bello, hacia el amor fraterno y el compromiso por la paz, la justicia y la tolerancia", expresó. 

El 9 de noviembre, a las seis de la tarde hora local, la Puerta Santa también será abierta por Paolo Martinelli, vicario apostólico de Arabia del Sur, en la Catedral de San José de Abu Dabi, en los Emiratos Árabes Unidos, donde el Papa estuvo en febrero del 2019. Para este Jubileo, el Santo Padre concedió la indulgencia plenaria desde el 24 de octubre de este año hasta el 23 de octubre del 2024.

UNA CRUELDAD TERRIBLE  

La historia del martirio de San Aretas y compañeros se remonta a principios del siglo VI, cuando los etíopes aksumitas cruzaron el Mar Rojo y extendieron su dominio sobre los árabes y judíos de Himyar (actual Yemén), a quienes impusieron un virrey. Dunaán, un miembro de la familia himyarita que había sido sacada del trono, se levantó en armas y tomó Zafar. Como se había convertido al judaísmo, asesinó a los miembros del clero y convirtió la iglesia en sinagoga.

En seguida puso sitio a Najrán, que era uno de los grandes centros cristianos. La ciudad se defendió tan valientemente que Dunaán, sintiéndose incapaz de conquistarla, le ofreció la amnistía si se rendía. Los defensores aceptaron la oferta; pero Dunaán, en vez de cumplir su palabra, permitió a los soldados que saqueasen la plaza y condenó a muerte a todos los cristianos que no apostatasen.

El organizador de la defensa fue el jefe de la tribu de Banu Horith (que desde entonces se llamó Aretas) con muchos de sus hombres, y todos fueron decapitados. Los sacerdotes, los diáconos y las vírgenes consagradas fueron arrojados en fosos llenos de fuego. Como la esposa de Aretas se negó a acceder a las proposiciones amorosas de Dunaán, éste mandó ejecutar a sus hijas delante de ella y la obligó a beber su sangre; en seguida ordenó que la degollasen.

El obispo Simeón de Beth-Arsam, legado del emperador Justino I, se hallaba en la frontera persa con una tribu árabe. Cuando se enteró de lo sucedido, transmitió la noticia al abad de Gabula, que se llamaba también Simeón. Al mismo tiempo, los refugiados de Najrán difundieron la noticia por todo Egipto y Siria. La impresión que el hecho produjo no se borró en varias generaciones; Mahoma alude a esa matanza en el Corán y condena al infierno a los asesinos (sura LXXXV).

G. de A.

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