PROFESÓ SU FE EN LA SANTÍSIMA TRINIDAD Y EN LA EUCARISTÍA
Simone Weil, de origen judío y raíces agnósticas,
se quedó a las puertas del bautismo, pero hizo profesión expresa de fe en la
Trinidad y en la Eucaristía.
Se han cumplido ochenta años de
la muerte de Simone Weil (1909-1943), una filósofa francesa
inclasificable que, siendo de origen judío y agnóstico, se quedó a las puertas
de la Iglesia y sigue siendo considerada una referencia intelectual para
quienes resisten a las consecuencias de LA MODERNIDAD.
Benoît Dumoulin, profesor de derecho constitucional y de historia de las ideas
políticas y director del Centro Antropológico de Provenza,
ofrece una buena presentación de esta escritora en el número 362 (octubre de
2023) de La Nef:
SIMONE
WEIL, LA PASIÓN POR LA VERDAD
El 24 de agosto de 2023 se
cumplieron 80 años de la muerte de Simone Weil, que falleció a los 34 años, víctima de
privaciones autoimpuestas y de tuberculosis pulmonar, ante la indiferencia
general. Ese 24 de agosto de 1943, siete personas asistieron a su funeral en el
cementerio británico de Ashford (Kent), entre ellas el democristiano Maurice
Schumann [judío
converso al catolicismo, futuro ministro con Pompidou] con quien había trabajado en el Estado Mayor de la Francia
Libre en Londres.
Su muerte resume el destino de
toda una vida. Le habría gustado morir en el campo del honor como Charles Péguy en 1914, pero la Providencia le tenía
reservado un destino diferente, fruto de su extrema compasión: "No podía comer cuando pensaba en los franceses que
morían de hambre en Francia", explica su biógrafa y compañera de
estudios en la Escuela Normal Superior, Simone Pétrement.
La biografía de Simone Pétrement
'Vida de Simone Weil'
ha sido publicada en español por Trotta.
De hecho, como señala Gustave
Thibon, que la acogió
en su casa en 1941, "era la única persona en
la que no veía ninguna discrepancia real entre los ideales que defendía y la
vida que llevaba". Tal vez sea este el rasgo más importante de su
personalidad: ser fiel a sí misma.
Nacida en París en 1909 en el
seno de una familia burguesa, agnóstica y culta, Simone Weil era doblemente judía, asquenazi de Alsacia por parte de padre y
judía rusa por parte de madre, que procedía de Galitzia (actual Polonia del
sur).
"El genio de
los niños Weil procedía más de Galitzia que de Alsacia", dice Simone Pétrement, refiriéndose a la personalidad igualmente genial
y caprichosa de su madre Selma.
Simone era la hermana inseparable de André Weil, un gran matemático
que, como Pascal,
resolvía ecuaciones a los ocho años, aprobó la 'agregación'
[capacitación para la enseñanza] en matemáticas a los 19 y
se hizo médico a los 22 años. Hizo una brillante carrera en Estados Unidos,
renovando el enfoque de las matemáticas. Fue tanto la influencia de Platón como la de su hermano
André lo que ancló a Simone en su amor por las matemáticas, que para ella
reflejaban la belleza y la armonía del mundo, como explica Eugénie Bastié en un
retrato conjunto de André y Simone Weil publicado en Le Figaro el
15 de agosto de 2023.
Tras aprobar el bachillerato en
filosofía en 1925, ingresó en la 'hypokhâgne' [clase
de preparación a la Escuela Normal Superior] del Liceo Enrique IV, donde
durante tres años estudió con el filósofo Alain [Émile
Chartier], al que consideraba su maestro intelectual y que la enraizó en
el platonismo, así como en un pacifismo que
no abandonaría hasta más tarde. Estudiante de la Escuela Normal Superior desde
los 19 años, aprobó la 'agregación' en
filosofía a los 22, en 1931. En aquella época, leía L'Humanité [periódico del Partido
Comunista Francés] y se declaraba miembro de la extrema
izquierda.
UNA
BÚSQUEDA EXISTENCIAL DE LA VERDAD
Su búsqueda de la verdad era de
naturaleza existencial. En su Autobiografía
espiritual, dirigida al padre Perrin el 15 de
mayo de 1942, recuerda la profunda crisis que tuvo que afrontar de adolescente,
cuando creía que la verdad era inaccesible a sus facultades: "A los catorce años caí en una de esas
desesperaciones sin fondo de la adolescencia, y pensé seriamente en morir, a
causa de la mediocridad de mis facultades naturales" comparadas con
las de su hermano. Lamentaba especialmente "no poder
esperar ningún acceso a ese reino trascendente donde solo pueden entrar los hombres verdaderamente
grandes y donde habita la verdad.
Preferiría morir a vivir sin ella", prosigue, con su radicalismo
habitual.
Al final, llegó a la íntima
certeza de que la verdad no la abandonaría si hacía el esfuerzo necesario para
conocerla: "Cualquier ser humano, aunque sus
facultades naturales sean casi nulas, entra en ese reino de la verdad reservado
a los genios, si tan solo desea la verdad y hace un esfuerzo perpetuo de
atención para alcanzarla".
Esta exigencia de verdad la
llevó, primero, a renunciar a su carrera docente para vivir en primera persona
las agonías de la clase obrera.
También fue una oportunidad para reflexionar sobre la relación entre el hombre y la técnica en el mundo industrial. En 1934, trabaja
como obrera de prensado en Alsthom y luego en la cadena de montaje de la
fábrica Renault de Boulogne-Billancourt. Pero, dotada de un sentido práctico
tan poco desarrollado como aguda era su inteligencia, y aquejada de frecuentes
problemas de salud, fue suspendida y, más tarde, despedida. Tras su muerte, Albert Camus publicó
a título póstumo La condición obrera (1951),
una recopilación de textos que incluye su Diario
de fábrica.
En agosto de 1936, a pesar de su
pacifismo, decidió participar en la Guerra Civil
española, explicando a Georges
Bernanos: "No me gusta la guerra, pero lo que siempre me ha
horrorizado, más que la guerra, es la situación de los que están en segundo
plano, charlando de lo que no saben". A diferencia de su hermano,
que desertó en 1939, Simone quiso cumplir sus compromisos. Sin embargo, una vez
en España, no tardó en indignarse por la actitud de los republicanos españoles,
que derramaban sangre inútilmente. Gravemente
quemada tras meter un pie en una olla de aceite hirviendo, tuvo que regresar a
Francia. También se distanció de
la ideología marxista, que en su opinión no ofrecía ninguna solución
real a la difícil situación de la clase obrera.
Su honestidad intelectual la
condena a una cierta soledad, ya que a
menudo predica en contra de los consejos de sus compañeros de viaje. De hecho,
cree que la búsqueda de la verdad es una ascesis que obliga a evitar toda
lógica partidista. Por eso, en 1940, publicó una Nota sobre la supresión general
de los partidos políticos, que, en su opinión,
representaban un obstáculo estructural para la libertad de
conciencia.
Luego vino la experiencia de la fe. Nacida en una familia agnóstica, Simone
Weil se acercó al cristianismo en tres
ocasiones: en septiembre de 1935, en Portugal, cuando oyó cantar
himnos; en 1937, en Asís (Italia), tras las huellas de San Francisco; y en 1938, cuando asistió a la Semana Santa de Solesmes y
experimentó "una alegría pura y perfecta en la belleza inaudita del canto
y de las palabras".
En 1941, cuando fue expulsada de
la universidad a causa de las leyes raciales introducidas por el gobierno de
Vichy y quiso dedicarse al trabajo agrícola, el padre Joseph-Marie
Perrin, religioso dominico que la acompañaba espiritualmente,
pidió a Gustave Thibon que la acogiera en su granja de la Ardèche. Así nació
una extraordinaria amistad entre dos personas opuestas en todo salvo en
la inteligencia, el inconformismo y la búsqueda de la verdad.
Después de la guerra, Gustave
Thibon la dio a conocer al gran público con la publicación de La gravedad y la gracia. Su hermano André Weil le acusó de querer "catolizar" a Simone Weil. Pero fue ella
misma quien realizó un formidable camino espiritual. En un texto entregado a su
amiga judía conversa Simone Deitz antes de morir, escribió: "Creo en Dios, en la Trinidad, en la
Encarnación, en la Redención, en la Eucaristía y en las enseñanzas del
Evangelio". Sin
embargo, "hasta ahora nunca he pedido formalmente el bautismo a un
sacerdote. Tampoco lo haré ahora". Siempre preferirá permanecer en el
umbral de la Iglesia, conservando paradójicamente cierta aversión al Antiguo
Testamento y al principio del dogma, que ve como una estructura de opresión.
Tras una breve estancia en Nueva
York, en noviembre de 1942 se incorporó al personal de la Francia Libre en
Londres, con la esperanza de llevar a cabo misiones operativas. Allí escribió
su obra maestra, Echar raíces, en la que se propone
repensar los fundamentos de Occidente tras la guerra, partiendo de las
necesidades del alma y no de los derechos humanos, lo que la convierte en una
antimoderna.
"Echar raíces
es quizá la necesidad más importante y más ignorada del alma humana", afirma en este magnífico texto, que Albert Camus hizo famoso al publicarlo
a título póstumo en 1949. En él desarrolla también un patriotismo
compasivo, antítesis del nacionalismo,
con un "sentimiento de conmovedora ternura por
Francia, cosa bella, preciosa, frágil y perecedera". Pero fue
víctima de privaciones y murió de extenuación pocos meses después.
De esta "anarquista-conservadora"
-según la expresión de Eugénie Bastié- de temperamento desmesurado y
destino deslumbrante, la vida y la obra inspiran respeto y admiración.
Traducido por Verbum
Caro.
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