La corrección fraterna nunca debe hacerse en primera instancia ante terceros. Y tiene una doble cara: también hay que saber recibirla.
Mateo 18, 15-20
En el Evangelio de este domingo leemos: "En
aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: 'Si tu hermano llega a pecar, vete y
repréndele, a solas tú con él. Si te escucha, habrás ganado un hermano'". Jesús
habla de toda culpa; no restringe el campo sólo a la que se comete contra
nosotros. En este último caso de hecho es prácticamente imposible distinguir si
lo que nos mueve es el celo por la verdad o nuestro amor propio herido. En
cualquier caso, sería más una autodefensa que una corrección fraterna. Cuando la falta es contra nosotros, el primer deber no es la corrección,
sino el perdón.
¿Por qué dice Jesús: "Repréndele a solas"? Ante todo por respeto al
buen nombre del hermano, a su dignidad. Lo peor sería pretender corregir a un
hombre en presencia de su esposa, o a una mujer en presencia de su marido; a un
padre delante de sus hijos, a un maestro en presencia de sus alumnos, a un
superior ante sus subordinados. Esto es, en
presencia de las personas cuyo respeto y estima a uno le importa más.
El asunto se convierte inmediatamente en un proceso público. Será muy difícil
que la persona acepte de buen grado la corrección. Le va en ello su
dignidad.
Dice "a solas tú con él" también
para dar a la persona la posibilidad de defenderse y explicar su propia acción con toda
libertad. Muchas veces, en efecto, aquello que a un observador externo le
parece una culpa, en la intención de quien la ha cometido no lo es. Una
explicación sincera disipa muchos malentendidos. Pero esto deja de ser posible cuando el tema se pone en conocimiento de muchos.
Cuando por cualquier motivo no es posible corregir fraternamente, a
solas, a la persona que ha errado, hay algo que absolutamente se
debe evitar: la divulgación, sin necesidad, de la culpa del hermano,
hablar mal de él o incluso calumniarle, dando por probado aquello que no lo es
o exagerando la culpa. "No habléis mal unos de
otros", dice la Escritura (St 4,11). El cotilleo no es menos malo o
reprobable sólo porque ahora se le llame "gossip".
Una vez una mujer fue a confesarse con San Felipe Neri acusándose de haber hablado mal de
algunas personas. El santo la absolvió, pero le puso una extraña penitencia. Le
dijo que fuera a casa, tomara una gallina y volviera donde él desplumándola
poco a poco a lo largo del camino. Cuando estuvo de nuevo ante él, le dijo: "Ahora vuelve a casa y recoge una por una las plumas
que has dejado caer cuando venías hacia aquí". La mujer le mostró
la imposibilidad: el viento las había dispersado. Ahí es donde quería llegar
San Felipe. "Ya ves -le dijo- que es
imposible recoger las plumas una vez que se las ha llevado el viento, igual
que es imposible retirar murmuraciones y calumnias una
vez que han salido de la boca".
Volviendo al tema de la corrección, hay que decir que no siempre depende de
nosotros el buen resultado al hacer una corrección (a pesar de nuestras mejores
disposiciones, el otro puede que no la acepte, que se obstine); sin
embargo, depende siempre y exclusivamente de nosotros el buen
resultado... al recibir una corrección. De hecho la persona que "ha cometido la culpa" bien podría ser
yo y el que corrige ser el otro: el marido, la mujer, el amigo, el hermano de
comunidad o el padre superior.
En resumen, no existe sólo la corrección activa, sino también la pasiva; no sólo el deber de corregir, sino también el deber de dejarse corregir. Más aún: aquí es
donde se ve si uno ha madurado lo bastante como para corregir a los demás. Quien
quiera corregir a otro debe estar dispuesto también a dejarse corregir. Cuando
veáis a alguien que recibe una observación y le oigáis responder con sencillez:
"Tienes razón, ¡gracias por habérmelo
dicho!", quitaos el sombrero: estáis ante un auténtico hombre o
ante una auténtica mujer.
La enseñanza de Cristo sobre la corrección
fraterna debería leerse siempre junto a lo que dijo en otra ocasión: "¿Cómo es que miras la brizna que hay en el ojo de
tu hermano y no reparas en la viga que hay en tu propio ojo? ¿Cómo puedes decir
a tu hermano: 'Hermano, deja que saque la brizna que hay en tu ojo', no viendo
tú mismo la viga que hay en el tuyo?'" (Lc 6, 41 y ss.).
Lo que Jesús nos ha enseñado sobre la corrección puede ser también muy útil en
cuanto a la educación de los hijos. La corrección es uno de los deberes
fundamentales del progenitor: "¿Qué hijo hay a
quien su padre no corrige?" (Hb 12,7); y también: "Endereza la planta mientras está tierna, si no
quieres que crezca irremediablemente torcida". La renuncia total a toda forma
de corrección es uno de los peores servicios que se puede hacer a los hijos, y sin embargo hoy lamentablemente es
frecuentísimo.
Sólo hay que evitar que la corrección misma se transforme en un acto de
acusación o en una crítica. Al corregir más bien hay que circunscribir la reprobación al error cometido, no generalizarla rechazando en bloque a toda la
persona y su conducta. Más aún: aprovechar la
corrección para poner en primer plano todo el bien que se reconoce en el chaval
y lo mucho que se espera de él, de manera que la corrección se presente más
como un aliento que como una descalificación. Este era el método que
usaba San Juan Bosco con
sus chicos.
No es fácil, en casos individuales, comprender si es mejor corregir o dejar
pasar, hablar o callar. Por eso es importante tener en cuenta la regla de oro,
válida para todos los casos, que el Apóstol da en la segunda lectura: "Con nadie tengáis otra deuda que la del mutuo
amor... El amor no hace mal al prójimo". Agustín sintetizó
todo esto en la máxima "Ama y haz lo que quieras". Hay que asegurarse ante todo de que haya en el corazón
una disposición fundamental de acogida hacia la persona. Después, lo que se
decida hacer, sea corregir o callar, estará bien, porque el amor "jamás hace daño a nadie".
Tomado de Homilética.
Por: Raniero
Cantalamessa
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