Uno de los argumentos más repetidos últimamente en el campo de ese hispanismo que, de un tiempo a esta parte, -¡alabado sea el Señor!-, se abre paso con fruición, es el consistente en equiparar al Imperio Español con el Imperio Romano, y ello por contraposición a otros imperios como el macedonio, el mongol, el timúrida, el portugués, el inglés, el francés o el holandés.
El argumento es “bien intencionado”, -llamémoslo
así-, y pretende “incluir” a España en un modelo de
imperialismo, el romano, “amable”, “integrador”, “civilizador”,
“autorreplicante”, etc. etc. etc., por contraposición a otro
modelo sólo preocupado, por un lado, de la
explotación del territorio (que
en su expresión máxima podría llevar al exterminio de
las poblaciones preexistentes); y por otro, del
dominio de las personas que lo pueblan (que en su expresión
máxima podría llevar a la esclavitud de esas personas).
Cuando llevamos siglos soportando que si ha existido en la historia un
imperialismo “depredador”, ese “imperialismo” no
ha sido otro que, precisamente, el español de los siglos XVI a XIX, debemos
reconocer que "algo es algo".
Pero, no. A pesar de ser un paso en la buena dirección, no cabe transigir ante
el argumento: el Imperio Español no fue igual de amable, integrador,
civilizador y “autorreplicante” que el Imperio Romano… El Imperio Español lo
fue más, mucho más. Y no es “leyenda rosa”, es
la realidad, que intentaré demostrar. Y para ello, voy a aportar dos argumentos
sencillos, pero suficientemente esclarecedores, que no se trata de escribir
aquí una tesis, sino un artículo y breve en lo posible.
El primero, está relacionado con la ciudadanía. La extensión de la ciudadanía
en el Imperio Romano a los habitantes de las provincias no se va a producir
sino a los dos siglos y medio del inicio del Imperio, si entendemos como tal la
conquista de las Galias por Julio César, consumada en el año 51 a. C.. Una extensión que se produce con el edicto promulgado en 212 d.C. por el
Emperador Caracalla, conocido como “Edicto de Caracalla”, o también,
“Constitutio Antoniana”.
Pues bien, España consideró a los indígenas americanos como sus
súbditos, y en consecuencia como ciudadanos de la monarquía española, desde el
minuto 1. Tanto así que ya en 1503, en las
instrucciones que emite al gobernador Nicolás de Ovando, la Reina Isabel anima
a los españoles a casarse (no a amancebarse o a mantener relaciones sexuales,
no, a casarse), con los indígenas, aduciendo como razón para ello, “porque
los indios son vasallos libres de la Corona española”. Unos vasallos, además, en especial situación de
vulnerabilidad, a los que hay que tratar “muy
bien y con cariño, y abstenerse de hacerles ningún daño, disponiendo que ambos
pueblos debían conversar e intimar y servir los unos a los otros en todo lo que
puedan”.
El segundo argumento tiene que ver
con la esclavitud.
El Imperio Romano no dejó de ser en ningún momento un imperio esclavista, que
utilizaba como esclavos a los habitantes de los territorios que conquistaba. En
el Imperio Español la esclavitud de los indígenas fue proscrita desde el minuto
1 también, y más allá de abusos y contravenciones, de forma legal no se
practicó jamás.
Cuando España llega a América, tiene un "modelo
de imperio" a imitar, que lleva ya funcionando dos buenos siglos y
se halla bien contrastado: el
modelo portugués. El
Imperio Portugués se basaba en la llegada a un determinado territorio, la
instalación de una base en la costa, y la captura, -o mejor dicho, compra-, de
los naturales del territorio para extraerlos de su territorio natural,
exportarlos a Europa, y venderlos como esclavos. Un comercio que había
convertido a Portugal en la monarquía más rica de toda Europa, y quizás del
mundo, durante los siglos XIV y XV. Lo primero que hace Isabel es romper con ese modelo contrastado y
exitoso: tan pronto como el 20 de julio de 1500, una Real Provisión de la Reina
Isabel prohíbe la esclavitud de sus nuevos súbditos americanos. Y
eso que ya en su segundo viaje, Colón había hecho acopio de un gran número de
esclavos, más de cuatrocientos, los cuales había traído a Europa y a cuya venta
había procedido, provocando la indignación de Isabel, convertida ésta en una de
las razones por las que Colón será traído a España en 1500 entre grilletes.
No, el Imperio español no fue tan bueno como el Imperio Romano, y
en consecuencia, mejor que los imperios macedonio, mongol, timúrida, portugués,
inglés, francés u holandés. El Imperio español fue mejor que todos ellos, tanto el macedonio, el mongol, el
timúrida, el portugués, el inglés, el francés o el holandés... pero también que
el Romano. ¡Qué le vamos a hacer si
así fue! Alguno tenía que ser el mejor, ¿no? ¿y por qué no el español?
Y si eso fue así, fue gracias a
la irrupción en la Historia de un ser excepcional, sin parangón en ella: la de
la Reina Isabel I de Castilla. De no haber sido por ella, y sólo
por ella, las cosas habrían sido diferentes.
Una cosa sin embargo, es también de reseñar: de acuerdo con
el principio universal de la Historia, “a
rey muerto, rey puesto”, cualquiera
de sus sucesores a lo largo de los siglos, tanto Habsburgos como Borbones,
perfectamente habría podido cuestionar y revocar este principio de vasallaje hispánico de los indígenas
americanos y no esclavitud emanado de Isabel. Pero lo cierto es...
que ninguno lo hizo. Once reyes sucedieron a
Isabel al frente del Imperio, y ninguno lo hizo. Esto también es un hecho
extraordinario.
Que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos.
Luis
Antequera
Si
desea ponerse en contacto con el autor, puede hacerlo en luiss.antequera@gmail.com
Por: En cuerpo y alma
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