Enfoquémonos en Dios que nos llamó y que nos ama.
Por: Pbro. Francisco Suárez González | Fuente:
Semanario Alégrate
La vida es un camino. Cada uno escoge hacia dónde dirige sus pasos. La mirada y
el corazón recuerdan continuamente la meta. Para el cristiano, la meta es
Jesús. Por eso tenemos los ojos puestos en Él, junto a tantos hombres y mujeres
que nos acompañan.
Sentimos, sin embargo, un peso
que nos impide volar. Tentaciones y pecados, luchas y derrotas, tristezas y
desalientos. El enemigo espera que las tinieblas oscurezcan la certeza del
cielo que nos espera. Desea que nuestro corazón sucumba ante la fuerza del viento.
Quiere que apartemos la mirada de la meta.
Hay que sacudir toda somnolencia
y abrir los ojos. Las nubes, ciertamente, impiden ver la luz del sol, pero no
destruyen en el corazón del creyente la certeza de la fe. Más allá de la
tormenta, por encima de las dificultades, la mirada sigue puesta en Jesús. Hay
que seguir en la lucha. Cada día nos acerca a la victoria. La fuerza nos llega
cuando bebemos del agua espiritual y cuando estamos fundados en la Roca
verdadera, la que nunca falla: Jesús y la paz llega
a lo más íntimo del alma. Seguimos en
camino, con la certeza de que “quien inició en ustedes la buena obra, la irá
consumando hasta el día de Cristo Jesús” (Flp 1,6).
Por lo tanto tener la mirada
puesta en Jesús, significa seguir su Palabra que él nos ha dejado a través de
las Escrituras. Siendo obedientes, en no dejarnos llevar por las cosas que no
provienen de Dios, y que a pesar de las dificultades confiemos en que con
nuestros ojos puestos en Jesús será más fácil nuestro camino. Ya que muchas
veces nuestra mente y corazón, tienden a dudar de lo que Dios puede hacer, las
circunstancias por las que en ocasiones atravesamos nos hacen caer en un estado
de incredulidad porque no vemos la respuesta rápida de Dios en nuestra vida. O
quizás porque se nos hacen largos los procesos.
Pero nuestra mirada y corazón
deben estar firmes, que a pesar de que pasemos por muchos obstáculos, Jesús es
nuestro respaldo y no debemos dudar de nuestra identidad como hijos. Debemos
reconocer que hemos sido llamados por Dios y los dones y llamamientos son
irrevocables, Dios no ha cambiado eso; porque quizás en ocasiones pensamos que
el llamamiento no ha sido para nosotros, y de allí surgen una cantidad de dudas
e inquietudes, que no tienen absolutamente nada que ver con el plan que Dios
tiene, entonces esos pensamientos empezaran a desenfocarnos del propósito que
Dios tiene para con nuestras vidas.
Enfoquémonos en Dios que nos
llamó y que nos ama, no dejes que la bendición que era para otro te distraiga,
no tenemos que llenarnos de malestar o envidia por lo que veamos a nuestro
alrededor, porque eso era para “ella” o para
“él”, y lo que es para ti, llegará.
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