DOM PIUS MARY NOONAN ES PRIOR DE UN NUEVO Y PUJANTE MONASTERIO AUSTRALIANO
Después de muertos, ¿hay algún periodo en el que el alma separada del cuerpo
pueda tomar una "opción final" antes del
juicio de Dios? ¿O, como ha sostenido siempre la doctrina católica, ese juicio
se produce en el momento del fallecimiento y es en función del estado de
nuestra alma en ese instante preciso como se decide nuestro destino
eterno?
La cuestión fue estudiada a fondo
en 2015 por el monje benedictino Pius Mary Noonan para la tesis con la que se doctoró en
teología por el Instituto Santo Tomás de Aquino de Toulouse (Francia). Se editó al año
siguiente con el título La opción final en la muerte:
¿realidad o mito?, y recientemente ha salido de imprenta
una versión resumida y divulgativa: Mientras sea de día. Prepararse
desde ahora para el más allá.
Dom Noonan, nacido en 1967 en
Louisville (Kentucky, Estados Unidos), es actualmente prior del
monasterio Notre Dame Priory en
Colebrook (Tasmania, Australia), y sintetiza con gran claridad este tema en un
artículo publicado en el número 352 (noviembre de 2022) de La Nef,
que consagra un completo dossier a "por
qué la muerte da tanto miedo".
LA
TESIS DE LA "OPCIÓN FINAL"
El mes de noviembre nos recuerda
que debemos rezar por nuestros difuntos. También nos invita a prepararnos para
morir. ¿Por qué lo hacemos? En
el mismo momento de nuestra muerte seremos juzgados por Dios, y recibiremos una
recompensa que corresponde a la calidad de nuestra vida
en la tierra: si morimos en gracia de Dios, nos salvaremos e iremos al cielo
para siempre. Pasando, si es necesario, por el purgatorio. Si morimos alejados
de Dios por el pecado mortal, estaremos separados de Él para siempre: esta es la condenación eterna del infierno.
'El juicio de un alma'
de Mateo Cerezo (1664), Museo del Prado. La Santísima Virgen, Santo Domingo
Guzmán y San Francisco de Asís interceden por él, mostrando estos últimos un
rosario y un pan, respectivamente, como símbolos de sus oraciones y sus obras
de caridad.
La gravedad del juicio
-dramatizada por la secuencia del Dies Irae-
solo tiene sentido si el juicio particular que sigue inmediatamente a la
muerte es realmente un juicio, es decir, si
realmente somos juzgados por los hechos y las palabras de nuestras vidas. Si
existiera una especie de "sala de espera"
después de la muerte, en la que uno pudiera reevaluar su vida y cambiar
la dirección tomada durante la misma, entonces el juicio ya no sería alarmante
y, de hecho, no sería un juicio en absoluto, sino que sería una
iluminación que permitiría ver con más claridad y añadir un acto
final a la propia vida cuando uno ya está muerto. Esto se ha llamado la "opción final". Hay
muchas ideas de este tipo que circulan entre los cristianos. Sin embargo, no
tienen nada que ver con la fe católica. Son una ilusión inspirada en filosofías paganas
y muestran una falta de responsabilidad ante la dificultad de vivir de forma
verdaderamente cristiana.
TODO
ESTÁ EN JUEGO EN ESTE MUNDO
Según toda la tradición católica
(claramente resumida en el Catecismo de la
Iglesia Católica, nn. 1021-1022 y 1051), la gracia se da en esta vida
por medio de la Iglesia y sus sacramentos, para encontrar a Dios y vivir en su amistad. Es en este mundo,
y solo en este mundo, donde uno merece ver a Dios o perderlo. Hay que tomar al pie
de la letra estas palabras de San Pablo: "Porque
todos tenemos que comparecer ante el tribunal de Cristo para recibir cada cual
por lo que haya hecho mientras tenía este cuerpo, sea el bien o el mal"
(2 Cor 5,10). Es por las acciones realizadas en el cuerpo por las que seremos juzgados. De hecho,
el juicio es sobre nuestras acciones humanas,
y solo el binomio cuerpo/alma es capaz de realizar acciones humanas. En
otras palabras, solo los actos
realizados en la carne pueden ser recompensados por Dios, para
bien o para mal.
En el cristianismo, por tanto, es
imposible concebir la opción de salvarse mediante una decisión que se tomaría
cuando uno ya está muerto, y esto es lo que se entiende por el término "opción final". Por esta razón,
cualquiera que sugiera que es posible convertirse después de la muerte se opone a la fe católica.
Ciertamente, la gracia de Dios
puede alcanzarnos hasta el último momento de la vida y, a veces, la persona que
la recibe ya no es capaz de manifestar sentimientos externos de conversión. Por
eso rezamos por todos los difuntos, aunque no hayan dado ninguna señal de
arrepentimiento o de conversión a la verdadera fe antes de su muerte. Sin
embargo, no debemos olvidar que, según los santos, las
conversiones en el lecho de muerte son raras y difíciles.
San Alfonso de
Ligorio escribe: "El Señor no dice que nos
preparemos cuando llegue la muerte, sino que estemos preparados para esa hora;
en efecto, el tiempo de la muerte es un tiempo de confusión en el que es
moralmente imposible prepararse bien para comparecer en el juicio y obtener una
sentencia favorable" (Camino de salvación).
Y fray Luis
de Granada saca esta
conclusión: "En general... a una mala vida le
seguirá una mala muerte, así como una buena muerte será la consecuencia de una
buena vida... Esta es una verdad que se encuentra en cada página de las
Escrituras... Este es el resumen de toda la filosofía cristiana" (Guía
para pecadores 1,3). En efecto, la palabra de Dios nos dice: "Si un árbol cae, ya sea en el sur o en el norte, el
árbol permanece donde cayó" (Ec 11,3). Santo Tomás explica:
"Cada uno será en el juicio tal como cuando
salió de la vida. Por tanto, debemos velar para que en el momento de la muerte
seamos hallados dignos" (Comentario sobre los Hebreos, cap.
10).
El mensaje que esta enseñanza
pretende transmitir es sencillo: nuestras acciones
humanas nos moldean y nos preparan para la eternidad. Cada acción, aquí
y ahora, puede dejar una marca en nosotros que nunca se borrará. Las decisiones
que tomamos en este mundo realmente cuentan, porque determinan
nuestra eternidad. El cardenal Journet explica el porqué de esta situación: "El paso de aquí a allá es un paso a nivel. Las
riquezas del cielo se anticipan en las de la gracia; las privaciones del
infierno se anticipan en las del pecado mortal. Quien comprenda el misterio del
pecado mortal habrá comprendido el misterio del infierno que lo eterniza" (El
Mal, Ensayo teológico).
La conclusión que podemos sacar
de esta verdad la resume San Benito en tres enjundiosas
fórmulas: "Temer el día del juicio. Tener la
muerte ante nuestros ojos cada día, como si estuviera a punto de sorprendernos.
Velar por las acciones de uno en cada momento de su vida" (Regla,
cap. 4). No dejemos nuestra conversión para mañana, porque no sabemos si tendremos un mañana. Si es necesario, vayamos a
confesarnos. El Señor nos ama. No le hagamos esperar.
Traducido por Verbum
Caro.
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