miércoles, 9 de noviembre de 2022

PECADOS CONTRA EL ESPÍRITU SANTO

Decía en mi artículo anterior – Antropolatría: la fe del Anticristo – que el mundo moderno ha puesto en el centro a la persona y el hombre ha caído, una vez más, en el pecado de querer ser como Dios y rebelarse contra su Creador. Y así, el hombre ha decidido adorarse a sí mismo. El hombre es el nuevo becerro de oro para sí mismo: el hombre se cree que se puede crear a sí mismo y ser lo que desee, sin ninguna cortapisa ni límite alguno. El hombre se cree que se ha liberado a sí mismo de todas las ataduras, incluidas las de la propia naturaleza: cada uno puede elegir libremente y según los que siente en cada momento lo que quiere ser, su “orientación sexual” e incluso su propio sexo y ser hombre o mujer a voluntad e incluso de manera fluida: hoy mujer y mañana hombre.

La rebelión contra Dios es rebelión contra la propia naturaleza humana. El hombre que odia a Dios y se rebela contra Él acaba odiándose a sí mismo y a toda su especie. Y así, la nueva religión climática que adora a la Madre Naturaleza, hace creer a sus adeptos que el ser humano es un virus maligno para el Planeta y en un arranque de locura suicida y nihilista, sostienen que lo mejor es acabar con la especie humana para que el Planeta sobreviva. Lo mejor es que el ser humano desaparezca. Así, crecerá la biodiversidad y el Planeta seguirá vivo y feliz; pero sin hombres.

Están locos. Rebelarse contra Dios es la mayor locura. Yo, con la Pachamama, habría hecho lo que Moisés con el becerro de oro: Y tomando el becerro que habían hecho, lo quemó en el fuego, lo molió hasta reducirlo a polvo y lo esparció sobre el agua, e hizo que los hijos de Israel la bebieran. (Éxodo, 32, 20).

Llamadme indietrista, rigorista o lo que os dé la gana. Pero la idolatría es un pecado mortal que hay que combatir sin contemplaciones.

El Nuevo Orden Mundial, el Foro de Davos, las Naciones Unidas y sus agencias multicolores; toda la basura que luce el circulito multicolor en la solapa no representa sino a los hijos de Satanás, disfrazada de filantropía solidaria y pacifista. Pero por mucho que la mierda se disfrace de gloria, sigue siendo mierda: abortistas, degenerados, inmorales, promotores de la eutanasia y de todo cuanto promueva la muerte de seres humanos.

¿Por qué odian tanto al hombre y por qué esa obsesión con asesinar personas? Porque odian a Dios y el hombre es imagen y semejanza de Dios. Matar a un ser humano es para ellos como matar a Cristo una vez más. Porque Satanás odia a Dios y odia al ser humano y no sabe más que de muerte, destrucción y odio. Fieles a la filosofía de Nietzsche y de Darwin, los nihilistas modernos son partidarios de eliminar a todos los débiles, a los desvalidos, a los pobres, a los enfermos… Solo deben quedar los mejores, que obviamente, son los plutócratas globalistas, los multimillonarios, los guapos, los guais. Los demás, sobramos: somos una «huella de carbono» a eliminar: contaminación y consumo de recursos escasos que los ricos necesitan para vivir ellos como dioses y disfrutar sin límites.

Estos sinvergüenzas, degenerados, amorales y asesinos promueven su propia religión, que es la del Anticristo. Esa religión ya la describí sobradamente en el artículo La Religión del Anticristo y no voy a abundar en el asunto.

Hoy quiero centrarme en un tema muy grave: los pecados contra el Espíritu Santo. Esos pecados, dice el Señor, no tienen perdón posible y consisten en afirmar que el mal está bien y el bien, mal. Lo explica muy bien Eulogio López en Hispanidad en su artículo Los tiempos del Anticristo: “no creyendo en la verdad se complacen en la iniquidad”.

No lo digo yo, ni ningún vidente del siglo XXI. Lo dice San Pablo: Dios les envía un poder engañoso para que crean en la mentira y sean condenados cuantos no creyendo en la verdad se complacen en la iniquidad(II Tesalonicenses 2, 11-12).

Sinceramente la mejor definición que he escuchado de la Blasfemia contra el Espíritu Santo, el signo de nuestro tiempo… y resulta que ya estaba en San Pablo. Recuerden, la Blasfemia contra el Espíritu Santo, el pecado que no se perdonará ni en este siglo ni en el venidero, consiste en lo que los fariseos habían dicho cuando Jesús les habla de ese tipo de blasfemia imperdonable: le llamaron Dios al demonio y demonio a Dios, bien al mal y mal al bien, verdad a la mentira y mentira a la verdad y, cómo no, bello a lo feo y feo a lo bello:Este expulsa los demonios por el poder de Beelzebú, príncipe de los demonios (Mt, 12).

La Blasfemia contra el Espíritu Santo es la mayor impostura de la historia, latente desde los comienzos de la civilización y ahora, en el siglo XXI, expresa, casi definitoria de la sociedad actual.

Don Eulogio tiene más razón que un santo. Para el mundo del siglo XXI, El bien es mal y el mal, bien; la mentira es verdad y la verdad, mentira; lo feo es bello y lo bello, feo. Dios es odioso y el Demonio es adorable y adorado. Dicen que tener caridad con el prójimo y llamarlo a conversión es delito de odio y que las mutilaciones genitales son el no va más de lo recomendable para quienes quieren cambiar de sexo (como si uno se pudiera rebelar contra la génetica y la biología); la muerte para los seguidores del Anticristo es un derecho y un bien; mientras que rezar delante de un abortorio, de una trituradora de niños, ahora resulta que es un delito. Dar vida está mal; matar está bien. Es el mundo al revés.

Y dentro de la propia Iglesia, en su más alta jerarquía, cada vez hay más defensores de la homosexualidad; obispos partidarios de bendecir en los templos a las parejas homosexuales… Eso es llamar bien al mal;  es querer bendecir el pecado, querer cambiar la doctrina, enmendarle la plana al propio Jesucristo (como no había grabadoras, ¿quién sabe lo que realmente dijo Jesús?), reescribir las Sagradas Escrituras, ignorar la tradición; cambiar el catecismo, reinterpretar los dogmas para agradar al mundo y al demonio y dar rienda suelta a la carne. Quieren convertir la Iglesia de Jesucristo en otra cosa: proponen una fe distinta; una liturgia a veces delirante, a veces sacrílegamente creativa e incluso ofensivamente blasfema.

La nueva religión no cree en el cielo ni en el infierno: no creen en la trascendencia. No creen en la metafísica ni en Dios. Creen en una ideología política que plantea una utopía ecosostenible, en un mundo sin coches, sin contaminación, sin energías fósiles… Es la religión del nuevo orden mundial que nos quiere obedientes, encerrados en casa; sin calefacción ni aire acondicionado; comiendo insectos en vez de chuletones de ternera. Porque quieren acabar con la ganadería, con la agricultura, con el consumo… Y nos quieren llevar de vuelta al paleolítico, a la caverna y a las pinturas rupestres. No en vano, su modelo ideal de vida es el de las tribus salvajes, que según esta banda de gilipollas, viven en paz y en armonía con la naturaleza, en una especie de Jardín del Edén, en el que los salvajes son buenos y benéficos y viven ajenos al mal y libres del pecado original. Y todo eso son mentiras. Puras mentiras que parecen sacadas de una película de Disney. La naturaleza es cruel. Los salvajes no saben de derechos humanos y se matan unos a otros con fruición. Y eso del indigenismo adámico y el buen salvaje es un cuento que no se lo creen más que los necios. No creen en Dios ni en el cielo ni en la necesidad de conversión y redención, pero creen, en cambio, en un hombre salvaje, incivilizado, casi angelical, todo bondad, que vive en el mundo de los teletubbies. Creen en un paraíso puramente terrenal, idílico e irreal que ni existe ni existirá jamás. Y plantean una falsa fraternidad entre todos los hombres por el mero hecho de pertenecer a la misma especie.

Pero esa visión del mundo y del hombre se pega de bruces una y otra vez con la realidad. Porque en el mundo hay pecado y pecadores; hay guerras, asesinatos, violaciones y toda clase de delitos e inmoralidades. Y el ser humano no es un ser angelical ni adámico sin rastro de maldad ni de pecado. Este mundo está lleno de hijos de puta y de necios. Y todos somos pecadores y todos estamos necesitados de la redención, de la salvación, que solo Jesucristo nos puede dar. Sólo Dios nos salva y nos libra del mal y del pecado. Cristo en la cruz pagó el precio por nuestros pecados para abrirnos las puertas del cielo y salvarnos. Pero para eso, tenemos que convertirnos, arrepentirnos de nuestros pecados, bautizarnos y confesarnos (según el caso) y dejarnos transformar y santificar poco a poco por la gracia de Dios que solo podemos recibir en la Iglesia a través de los sacramentos. Y no hay otro camino de salvación más que ese. Fuera de la Iglesia no hay salvación porque no hay otro salvador fuera de Jesucristo.

Por eso, nuestra misión es anunciar el evangelio a todos los pueblos y a todas las naciones: incluidos los salvajes del Amazonas. Y hay que hacerlo para transmitirles la fe por el bautismo y para que tengan esperanza de vida eterna. Es urgente llamar a la conversión de todos. Yo llevo muchos años escribiendo y siempre acabo igual: llamando a la conversión, al arrepentimiento de los pecados. Porque solo habrá paz y justicia cuando Cristo sea reconocido Rey por todas las naciones y todos los pueblos. Porque Cristo vive y reina por los siglos de los siglos. Y su reino no tendrá fin. No hay utopías: no existen mundos ideales. Hay un solo Dios que es amor, caridad, belleza y bondad infinitos. El hombre se vuelve loco buscando una felicidad sin Dios y acaba muerto, perdido y asqueado. Porque no hay felicidad fuera de Cristo. Los únicos felices son los santos. Y nosotros queremos ser santos y vivir aquí ya unidos al Señor. Y para eso, tenemos a Jesús Sacramentado que es el pan de vida y el cáliz de salvación. Quien come su carne y bebe su sangre, tendrá vida eterna. Esa es nuestra esperanza. Solo Cristo tiene palabras de vida eterna.

Sigue habiendo dos ciudades. San Agustín las describió gráficamente:

Dos amores fundaron, pues, dos ciudades, a saber: el amor propio hasta el desprecio de Dios, la terrena, y el amor de Dios hasta el desprecio de sí propio, la celestial.

La Ciudad Terrena está simbolizada por el circulo multicolor de los llamados objetivos del milenio o por la Agenda 2030: aborto, eutanasia, ideología de género y políticas LGTBI… Odian a Dios y lo desprecian y solo saben de muerte, de pecado y mal. Estos pecan contra el Espíritu Santo. Blasfeman y comenten toda clase de abusos y sacrilegios. Y a los miembros de la Iglesia que defienden estas política pecaminosas y estas maldades, más les valdría no haber nacido.

La Ciudad de Dios ama a Dios por encima de cualquier otra cosa. Es la ciudad de los santos; la Ciudad de quienes prefieren morir a apostatar.

Unos se creen dioses; otros, simples siervos de Dios, pobres pecadores que aman a Dios con locura y se saben necesitado del Señor cada día y a cada instante porque saben que, sin Dios, no son nada.

Soberbios y degenerados, unos; humildes y piadosos, los otros. O con Dios o con el Demonio. Cada cual elige su bandera.

Pero ¡Ay de los que pecan contra el Espíritu Santo! ¡Ay de quienes, para cambiar la Iglesia al gusto del mundo, del demonio y de la carne, se atreven a manifestar públicamente que el Espíritu Santo habla, a través de no sé qué asambleas que a nadie le importan, para contradecirse a sí mismo y cambiar así la Ley de Dios y la Verdad Revelada! Dios no dice una cosa hoy para cambiar de opinión mañana. La revelación está cerrada. No hay nada nuevo que añadir ni nada que quitar. El depósito de la fe está cerrado y nadie puede modificarlo: ni siquiera el Papa. Hay un solo bautismo, una sola fe, un solo Dios, una sola religión verdadera. Dios es Cristo. Dios no se muda: lo que antes era pecado, hoy sigue siendo pecado. Y quien diga lo contrario es un hereje y peca contra el Espíritu Santo que nos reveló la Ley de Dios. No hay ni puede haber contradicción ni ruptura entre la Iglesia de siempre y una supuesta nueva iglesia de no sé qué nuevos paradigmas. Lo que era verdad y doctrina santa antes del Vaticano II, sigue siendo verdad y doctrina santa ahora. Y la nueva iglesia esa que predica que el mal es bien y el bien, mal,  es la iglesia del Anticristo. Sea anatema quien os predique una fe y un evangelio distintos de aquella fe y aquel Evangelio que se ha predicado siempre en todas partes a lo largo de los siglos y por el que han dado la vida tantos santos, confesores y mártires. 

Por eso yo doblo mis rodillas ante el Padre, de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra. A Aquel que tiene poder para realizar todas las cosas incomparablemente mejor de lo que podemos pedir o pensar, conforme al poder que actúa en nosotros, a Él la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús por todas las generaciones y todos los tiempos.

Amén.

Pedro L. Llera

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