Orar es llamar y responder. Es llamar a Dios y es responder a sus invitaciones. Es un diálogo de amor.
Por: Tere Fernández del Castillo | Fuente:
Catholic.net
La oración es buscar a Dios, es ponernos en contacto con Dios, es encontrarnos
con Dios, es acercarnos a Dios.
Orar es llamar y responder. Es llamar a Dios y es responder a sus invitaciones.
Es un diálogo de amor.
Santa Teresa dijo en una ocasión: “Orar es hablar
de amor con alguien que nos ama”.
La oración no la hacemos nosotros solos, es el mismo Dios (sin que nos demos
cuenta) el que nos transforma, nos cambia. Podemos preguntarnos, ¿cómo? Aclarando nuestro entendimiento, inclinando
el corazón a comprender y a gustar las cosas de Dios.
La oración es dialogar con Dios, hablar con Él con la misma naturalidad y
sencillez con la que hablamos con un amigo de absoluta confianza.
Orar es ponerse en la presencia de Dios que nos invita a conversar con Él gratuitamente,
porque nos quiere. Dios nos invita a todos a orar, a platicar con Él de lo que
más nos interesa.
La oración no necesita de muchas palabras, Dios sabe lo que necesitamos antes
de que se lo digamos. Por eso, en nuestra relación con Dios basta decirle lo
que sentimos.
Se trata de “hablar con Dios” y no de “hablar de Dios” ni de “pensar
en Dios”. Se necesita hablar con Dios para que nuestra oración tenga
sentido y no se convierta en un simple ejercicio de reflexión personal.
Cuanto más profunda es la oración, se siente a Dios más próximo, presente y
vivo. Cuando hemos “estado” con Dios, cuando
lo hemos experimentado, Él se convierte en “Alguien”
por quien y con quien superar las dificultades. Se aceptan con alegría
los sacrificios y nace el amor. Cuanto más “se
vive” a Dios, más ganas se tienen de estar con Él. Se abre el corazón
del hombre para recibir el amor de Dios, poniendo suavidad donde había
violencia, poniendo amor y generosidad donde había egoísmo. Dios va cambiando
al hombre.
Quien tiene el hábito de orar, en su vida ve la acción de Dios en los momentos
de más importancia, en las horas difíciles, en la tentación, etc.
En cambio, si no oramos con frecuencia, vamos dejando morir a Dios en nuestro
corazón y vendrán otras cosas a ocupar el lugar que a Dios le corresponde.
Nuestro corazón se puede llenar con:
el egoísmo que nos lleve a pensar sólo en nosotros
mismos sin ser capaces de ver las necesidades de los que nos rodean,
el apego a las cosas materiales convirtiéndonos en esclavos de las cosas en
lugar de que las cosas nos sirvan a nosotros para vivir,
el deseo desordenado hacia los placeres, apegándonos a ellos como si fueran lo
más importante.
el poder que utilizamos para hacer nuestra voluntad sobre las demás personas.
LO QUE NO ES LA ORACIÓN
Algunas veces podemos desanimarnos en la oración, porque creemos que estamos
orando, pero lo que hemos hecho no es propiamente oración. Para distinguirlo
podemos ver unos ejemplos:
Si no se dirige a Dios, no es propiamente oración.
En la oración nos comunicamos con Dios. Si no buscamos una comunicación con
Dios, sino únicamente una tranquilidad y una paz interior, no estamos orando,
sino buscando un beneficio personal. La oración no puede ser una actividad
egoísta, debe siempre buscar a Dios. Debemos estar pendientes en nuestra
oración de buscar a Dios y no a nosotros mismos, porque podemos caer en este
error sin darnos cuenta.
Si no interviene la persona con todo su ser
(afectos, inteligencia y voluntad) no es oración. Las personas nos entregamos
y nos ponemos en presencia de Dios con todo nuestro ser. Orar no es “pensar en Dios”, no es “imaginar
a Dios”, no es una actividad intelectual sino del corazón que involucra
a la persona entera.
Si no hay humildad y esfuerzo no es oración. Para
orar es necesario reconocer que necesitamos de Dios.
Si no hay un diálogo con Dios, no es oración.
Si únicamente hablamos y hablamos sin escuchar, nuestra oración la reducimos a
un monólogo, que en lugar de hacernos crecer en el amor nos encerrará en el
egoísmo. Cuando dejamos de mirar a Dios y nos centramos en nuestros propios
problemas, no estamos orando.
Cuando retamos o exigimos a Dios tampoco estamos orando, pues nos estamos
confundiendo de persona. Dios es infinitamente bueno y nos ama. No podemos
dirigirnos a Él con altanería.
Si no nos sentimos más identificados con Jesucristo
no hemos hecho oración. Se trata de poco a poco en la oración
identificarnos con Cristo para poder actuar como Él actuaba.
Si no tenemos un fruto de más amor a Dios, al
prójimo y a nosotros mismos, no hemos hecho oración. La oración debe
verse reflejada en nuestras vidas.
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