Según una antigua tradición en la Iglesia, se recuerda que al cumplirse el primer año del nacimiento de la Virgen María los sacerdotes en Jerusalén se congregaron en la Casa de San Joaquín y Santa Ana, y le dieron una especial bendición a la bebé con palabras que se cumplen hasta hoy.
De acuerdo al protoevangelio de Santiago, un libro apócrifo del siglo 2
que da detalles de la Vida de María y que la Tradición de la Iglesia, la
Custodia de Tierra Santa y el Vaticano toman como referencia, para el primer
cumpleaños de la Virgen San Joaquín organizó un gran banquete.
A la fiesta fueron invitados los sacerdotes, los escribas, el Consejo de
los Ancianos y todo el pueblo.
Joaquin presentó a su hija a los sacerdotes, quienes la bendijeron
diciendo: “Dios de nuestros padres, bendice a esta
niña, y dale un nombre que se repita siglos y siglos, a través de las
generaciones”. A lo que el pueblo respondió: “Amén,
Amén”.
Asimismo, los príncipes de los sacerdotes la bendijeron exclamando: “Dios de las alturas, dirige tu mirada a esta niña, y
dale una bendición suprema”.
Más adelante, Santa Ana llevó a la niña a su dormitorio, que era una
especie de santuario, y la amamantó. Luego entonó un cántico agradeciendo a
Dios por haberle dado un “fruto de su justicia a la
vez uno y múltiple ante Él”.
“Sabed, sabed, vosotras las doce tribus de Israel,
que Ana amamanta a un hijo”, dijo Santa Ana.
Cabe precisar que, según el protoevangelio, Ana y Joaquín no podían
tener hijos y que incluso eran despreciados por su condición estéril. Pero el
Señor escuchó sus súplicas y a cada uno se les apareció un ángel anunciándoles
que tendrían descendencia.
El relato concluye describiendo que Ana dejó a la pequeña Virgen María
reposando y se puso a servir a los invitados. Al final, todos se retiraron
alegres del cumpleaños y dando gloria a Dios.
POR ABEL CAMASCA | ACI Prensa
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