Reconoce los errores de la Iglesia en cuanto a los abusos
por
parte del clero y pide perdón a las víctimas
El papa
Benedicto XVI ha hecho pública una carta en la que asegura que el olvido de su
participación en una reunión que tuvo lugar hace 42 años «se utilizara para
dudar de mi veracidad, y presentarme incluso como mentiroso» a la vez que
agradece el apoyo recibido por multitud de personas y de forma directa por el
papa Francisco.
(InfoCatólica) Benedicto XVI ha mostrado su
dolor por ser tratado como un mentiroso por haber cometido un error, que ha
reconocido y por el que ha pedido disculpas, sobre su participación en una
reunión que tuvo lugar el 15 de enero de 1980 para tratar el caso de un
sacerdote que cometió abusos.
El papa emérito asegura que
durante sus viajes como Pontífice siempre que se encontró con víctimas de
abusos fue consciente de las graves consecuencias que sufrieron por los pecados
gravísimos de sus abusadores. Y dice:
«Cada caso
de abuso sexual es terrible e irreparable. Me siento consternado por cada uno
de ellos en particular, y a las víctimas de esos abusos quisiera hacerles
llegar mi más profunda compasión.»
El papa alemán cree que muy pronto se encontrará ante el juez definitivo de su vida y asegura:
«... la
gracia de ser cristiano se hace evidente para mí. Ser cristiano me da el
conocimiento y, más aún, la amistad con el juez de mi vida y me permite
atravesar con confianza la oscura puerta de la muerte».
CARTA DEL PAPA EMÉRITO
BENEDICTO XVI ACERCA DEL INFORME SOBRE LOS ABUSOS EN LA ARCHIDIÓCESIS
DI MÚNICH Y FREISING
Ciudad
del Vaticano, 6 de febrero de 2022
Queridas
hermanas y queridos hermanos:
Tras la presentación del
informe sobre los abusos en la arquidiócesis de Múnich y Freising el 20 de
enero de 2022, quisiera dirigiros a todos vosotros unas palabras personales. En
efecto, aunque fui arzobispo de Múnich y Freising menos de cinco años, sigo teniendo
un profundo sentimiento de pertenencia a la arquidiócesis de Múnich como mi
patria.
En primer lugar, me gustaría
expresar unas palabras de sincero agradecimiento. En estos días de examen de
conciencia y reflexión he experimentado tanto apoyo, tanta amistad y tantas
muestras de confianza como no hubiera imaginado. Quisiera agradecer
especialmente al pequeño grupo de amigos que redactó, con abnegación, mi
memorial de 82 páginas para el bufete de abogados de Múnich, que no podría
haber escrito solo. Además de las respuestas a las preguntas que me planteó el
bufete, también se añadían la lectura y el análisis de casi 8.000 páginas de
documentos en formato digital. Estos colaboradores me ayudaron después a
estudiar y analizar el informe pericial de casi 2.000 páginas. El resultado se
publicará más adelante, como suplemento a esta carta.
En la gigantesca tarea de
aquellos días ―la redacción del pronunciamiento― se produjo un error en cuanto
a mi participación a la reunión del Ordinariato del 15 de enero de 1980. Este error, que lamentablemente se produjo, no fue intencionado y espero
que sea disculpado. Decidí, en su
momento, que el arzobispo Gänswein lo hiciera presente en el comunicado de
prensa del 24 de enero de 2022. Esto no disminuye en absoluto el cuidado y la
dedicación que era y sigue siendo un imperativo evidente para esos amigos. Me afectó profundamente que el descuido se utilizara para
dudar de mi veracidad, y presentarme incluso como mentiroso. Pero me han conmovido aún más las
numerosas expresiones de confianza, los cordiales testimonios y las
conmovedoras cartas de aliento que he recibido de tantas personas. Estoy especialmente agradecido al Papa Francisco por la confianza, el apoyo y
las oraciones que me ha manifestado personalmente. Por último, quisiera agradecer a la pequeña familia del
Monasterio “Mater Ecclesiae”, cuya
comunión de vida en los momentos felices y en los difíciles me da esa solidez
interior que me sostiene.
A las palabras de
agradecimiento es necesario que siga ahora una confesión. Cada vez me llama más
la atención que, día tras día, la Iglesia ponga al principio de la celebración
de la Santa Misa ―en la que el Señor nos entrega su palabra y a sí mismo― la
confesión de nuestras culpas y la petición de perdón. Rogamos públicamente al
Dios vivo que perdone nuestra culpa, nuestra grande, grandísima, culpa. Está
claro que la palabra “grandísima” no se
aplica de la misma manera a cada día, a cada día en particular. Pero cada día
me interpela si también hoy no deba hablar de grandísima culpa. Y me dice de
forma consoladora que por muy grande que hoy sea mi culpa, el Señor me perdona,
si me dejo examinar sinceramente por él y si estoy realmente dispuesto al
cambio de mí mismo.
En todos
mis encuentros con víctimas de abusos sexuales por parte de sacerdotes,
especialmente durante mis numerosos
viajes apostólicos, he percibido en
sus ojos las consecuencias de una grandísima culpa y he aprendido a entender que nosotros mismos
caemos dentro de esta grandísima culpa cuando la descuidamos o cuando no la
afrontamos con la necesaria decisión y responsabilidad, como ha sucedido y
sucede demasiadas veces. Como en aquellos encuentros, hoy nuevamente
puedo sólo expresar a todas las víctimas de abusos sexuales mi profunda
vergüenza, mi gran dolor y mi sincera petición de perdón. Ya que he tenido importantes
responsabilidades en la Iglesia Católica, mayor es mi dolor por los abusos y
errores que se han producido durante el tiempo de mi misión en los respectivos
lugares. Cada caso de abuso sexual es terrible e irreparable.
Me siento consternado por cada uno de ellos en particular, y a las
víctimas de esos abusos quisiera hacerles llegar mi más profunda compasión.
Comprendo cada vez más la
repugnancia y el miedo que Cristo experimentó en el Monte de los Olivos cuando
vio todas las cosas terribles que debía superar interiormente. El hecho de que
los discípulos estuvieran dormidos en ese momento representa, por desgracia,
una situación que se repite incluso hoy y por la que también me siento
interpelado. Por eso, sólo puedo elevar mis oraciones al Señor y suplicar a
todos los ángeles y a los santos, y a vosotros, queridas hermanas y queridos
hermanos, que intercedáis por mí ante Dios, nuestro Señor.
Muy
pronto me presentaré ante al juez definitivo de mi vida. Aunque
pueda tener muchos motivos de temor y miedo cuando miro hacia atrás en mi larga
vida, me siento sin embargo feliz porque creo firmemente que el Señor no sólo
es el juez justo, sino también el amigo y el hermano que ya padeció Él mismo
mis deficiencias y por eso, como juez, es también mi abogado (Paráclito). En
vista de la hora del juicio, la gracia de ser cristiano se hace evidente para
mí. Ser cristiano me da el conocimiento y, más aún, la amistad con el juez de
mi vida y me permite atravesar con confianza la oscura puerta de la muerte. A
este respecto, recuerdo constantemente lo que dice Juan al principio del
Apocalipsis: ve al Hijo del Hombre en toda su
grandeza y cae a sus pies como muerto. Pero el Señor, poniendo su mano
derecha sobre él, le dice: «No temas: Soy yo...».
(cf. Ap 1,12-17).
Queridos amigos,
con estos sentimientos os bendigo a todos.
Benedicto
XVI
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