En la Villa de Carrión de Velazco vivían dos muchachos traviesos, Pedro y Genaro, eran hijos de Publio, herrero de Huaura, cuya casa-taller colindaba con el templo de San Francisco, joya colonial en estado de abandono. Se tejían leyendas de existir en su interior túneles y tesoros escondidos.
Pedro
contó que cierta vez un desconocido merodeaba por los alrededores del templo en
forma sospechosa. Una noche lo vieron ingresar en forma furtiva. Los hermanos
treparon a lo alto de la bóveda y de allí observaron a quien tan
misteriosamente había ingresado.
El
hombre, sacando un derrotero empezó a marcar en el piso, tornando como punto de
partida el altar mayor. Midió pasos al norte, luego al este, haciendo sonar 1as
lozas con una baqueta. Esto intrigó a los muchachos, quienes tomaron
piedrecitas del techo y cada vez que el hombre daba un golpe comenzaron a
lanzarlas por detrás del altar mayor. Al rodar chirriando por entre la reseca
madera, las piedrecitas producían unos quejidos lúgubres. La solemnidad del
templo y las velas encendidas oscilando al viento, que apenas alumbraban,
llenaron de terror al buscador de tesoros. El hombre miró en todas las
direcciones y al estar nuevamente todo en silencio volvió a medir.
Disponíase
a dar un certero golpe con la baqueta cuando sintió de nuevo el chirrido
lúgubre. Paralizado trató de ubicar de dónde venían. Miró por todas partes
hasta que el sonido cesó. Envalentonado, levantó nuevamente la baqueta y lanzó
un fuerte golpe en la baldosa. Al instante, sintió que el quejumbroso quejido
venía del altar mayor. Despavorido abandonó el lugar.
Tiempo
después, al comprobar que el desconocido buscador de tesoros no regresaba,
decidieren explorar por su cuenta. Armados de una barreta y palas empezaron a
cavar donde el desconocido había marcado. Al comprobar que sonaba a hueco
levantaron cuidadosamente las losetas encontrando un segundo piso. A un metro
de profundidad dieron con un armazón de ladrillo de calicanto. Aquí está el
tesoro pensaron los muchachos. Dentro del calicanto había un cofre guardado por
una puertecita y un fuerte candado. La noche llegaba a su fin y a la luz del
candil el tesoro estaba vigente. Había que prepararse con herramientas para
forzar el candado. Suspendieron todo hasta el día siguiente.
Con
tantas emociones el descanso no llegó esa noche. El pensamiento era la cantidad
de doblones españoles que habría en ese cofre.
Preguntaron
a un negro viejo lo que debía hacerse para sacar un tesoro. Este les dijo: "Muchachos, el ánima que lo enterró, lo custodia. Si
llevan ambición este lo corre a otro, o transforma en lo contrario de lo que
uno está ambicionando. Si quieren ver el ánima, busquen legaña de perro negro y
póngansela en los ojos.”
“Lleven una cajetilla de cigarrillos y una botella de ron. Al verlo, no
le tengan temor. Dejen a un lado del pozo estos regalitos. El ánima verá que
son buena gente y les dejará entrar en posesión de lo que tan celosamente
cuidaba. Luego desaparece tranquilamente, porque ha dejado el tesoro en buenas
manos. Para prevenirse del amonio que mata, lleven un cuchillo de plata, un
pañuelo de seda nuevo, algodón, vinagre y un animal para que absorba el gas. El
algodón con vinagre lo ponen en sus oídos, después se cubren con el pañuelo de
seda y matan el animal con el cuchillo. Si el animal es chico, no hay necesidad
del cuchillo porque el gas de amonio lo fulminará.”
A la
siguiente noche, no habiendo conseguido el cuchillo de plata, ni el pañuelo de
seda nuevo, llevaron toallas empapadas en fuerte vinagre y un gato cimarrón que
maullaba lastimosamente en un saco. Ingresando a la iglesia pusieron el candil
encima del baúl de calicanto. A distancia, con las pinzas y a fuerza de
palancas, comienzan a forzar el candado. La emoción, conforme avanza el
trabajo, va en aumento siendo mayor cuando saltó el viejo candado. Transpirando
se cubren con las toallas empapadas en vinagre y una vieja frazada. El costal
lo colocan con la boca hacia la puertecita que cedió chirriando, dejando al
descubierto el ansiado cofre.
Con un
largo gancho lo atraen. Mientras Pedro levanta la tapa a distancia, Genaro
abría la boca del costal para que escapara el gato. Al caer ésta con fuerza
hacia atrás levantó una nube de polvo amarillo, aturdiendo a los muchachos. El
gato salió disparado. Se dio con el polvo que lo aturdió y frenando se encontró
cara a cara con una calavera. Volteando para escapar por otro lado, confunde a
los muchachos arropados como fantasmas. Haciendo arabescos en el aire se abre
camino aullando de terror.
Al
suspenso se sumó el susto, el candil se apagó y los traviesos muchachos
salieron disparados del templo, detrás del gato. El baúl de calicanto era una
tumba. El cofre, una pequeña caja con el escudo de la condesa de Monteblanco.
Con una criatura vestida de color celeste.
De: Alberto Bisso Sánchez
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