En la Huaura antigua, de principio de siglo pasado, era muy usual el "viático", consistía en una pequeña procesión de fieles, encabezada por el cura de la iglesia. Acudían a la casa de los enfermos y moribundos que requerían el servicio religioso.
Por estos
tiempos vivió, en Huaura, una costurera, muy chismosa ella, vivía justo al
costado del club Boca en una vivienda que se calló con el sismo de 1966. Tal
era su pasión por el chisme que se amanecía con la ventana a medio cerrar y en
pleno control su máquina de costura a manizuela, para poder indagar quien salía
o entraba.
En una
ocasión, ya cerca de la media noche, sintió el murmullo de gente rezando y
pensó que era el viático, pero se sorprendió que salga a esas horas. Al abrir
su ventana se le acercó una viejita, que rápidamente le entregó dos cirios o
velas grandes, a la vez que decía: Mañana a la
misma hora me las devuelves… Mas al cerrar su ventana ¡esos cirios se convirtieron en dos canillas de muerto!
Cayendo privada al suelo.
Desesperada,
acudió muy de mañana al cura de la iglesia, quien la sermoneó, diciéndole que
eso le pasaba por chismosa y que tenía que entregar las canillas de lo
contrario, la "procesión de animas" se
la llevaría por chismosa. Pero para esto tendría que buscar un bebé recién nacido,
al cual peñizcaría a la entrega de las canillas, así el llanto de este
espantaría a las almas en procesión que se la llevaría.
Ahora, ¿quién prestaría su bebé para semejante cosa? -No
se sabe cómo, pero lo consiguió, contando con el señor cura a su lado procedió
esa noche, a la hora indicada, a entregar las canillas.
Pero, ¡oh, sorpresa! Esta vez la procesión era de ¡¡carcanchas esqueléticas!! -Una de ellas se
acercó a su ventana y extendió sus huesudas y descarnadas manos, con voz
gangosa y cavernosa, reclamó las canillas. Luego de entregarlas, ella tomó al
bebé que cargaba el señor cura y lo peñiscó sin compasión, -su llanto espantó a
las almas-, las que se dispersaron entre alaridos tenebrosos.
Cuentan
que, desde aquella noche dejó esta mujer de ocuparse de la vida ajena… Pero esa
es otra historia.
De Darío Pimentel Delgado
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