El día de hoy, 3 de noviembre, la Iglesia Católica celebra a San Martín de Porres, testimonio de humildad y sencillez, virtudes que revelan precisamente la auténtica “grandeza” con la que vivió en este mundo.
“Yo te curo y Dios te sana”, solía decir San Martín de Porres, “el santo
de la escoba”, el humilde mulato perteneciente a la Orden Dominica,
quien se santificó, entre otras cosas, cuidando enfermos y menesterosos. Martín
fue nombrado por San Juan XXIII “Santo Patrono de
la Justicia Social” y “Patrón Universal de
la Paz” en pleno siglo XX, un siglo marcado por la violencia. Su fiesta
se celebra universalmente cada 3 de noviembre.
San Martín nació en Lima, Perú, en 1579. Su nombre completo fue Juan
Martín de Porres Velázquez, hijo de un noble español de origen burgalés, don
Juan de Porres, y una mujer de raza negra liberta, doña Ana Velázquez, natural
de Panamá. Desde niño, Martín dio muestras de su corazón solidario y sensible
frente al sufrimiento de la gente. Solía manifestar su preocupación por quienes
estaban enfermos o sufrían pobreza. Aprendió el oficio de barbero y algunos
rudimentos de medicina. A los quince años pidió ser admitido como “donado”, es decir, como terciario, en el convento
de los Dominicos de la Ciudad de Lima.
Ya en el convento, trabajó como enfermero sin hacer diferencias entre
pobres y ricos, ni entre blancos, negros o indios. Atendía a cualquiera que se
presentase a la enfermería con cuidado y esmero. Aunque inicialmente hubo
reservas contra él entre los frailes por su origen, en 1603, hizo su profesión
religiosa.
Con la ayuda de Dios, realizó numerosos milagros, especialmente
curaciones. Martín jamás se atribuyó portento alguno, por el contrario,
recordaba constantemente que él solo era sirviente, y quien devolvía la salud
era Dios -de ahí su hermoso “yo te curo y Dios te sana”-.
Enfermos desahuciados se reponían al solo contacto con sus manos o incluso con
su sola presencia. También acontecieron milagros de otra naturaleza por
intercesión de Martín: hubo quienes lo vieron entrar y salir de recintos que
estaban con las puertas trancadas, mientras otros aseguraron haberlo visto en
dos lugares distintos a la misma vez.
La ciudad entera se rindió ante la humildad y la caridad de este santo.
Incluso el virrey del Perú lo visitó en su lecho de muerte y besó su mano.
Martín partió a la Casa del Padre el 3 de noviembre de 1639, en presencia de
sus hermanos dominicos, entregando su alma a Dios con un beso al crucifijo.
San Martín de Porres ha sido generalmente representado con una escoba en
mano, símbolo de su humilde servicio, y la tradición hace referencia a la paz
que irradiaba su presencia. Martín unió a los dominicos, unió a Lima, acercó
culturas, vinculó razas, “hizo comer de un solo
plato a perro, pericote (ratón) y gato”. En buena medida, por ello, San
Juan XXIII exclamó: “¡Ojalá que el ejemplo de
Martín enseñe a muchos lo feliz y maravilloso que es seguir los pasos y
obedecer los mandatos divinos de Cristo!” (Homilía de la misa de
canonización de San Martín de Porres, 1962).
Redacción ACI Prensa
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