Cuando en el segundo curso de teología, con diecinueve años, vi la película La Misión, fue toda una experiencia. No fue simplemente una película, sino un impacto emocional, intelectual y religioso. Por eso dar conferencias en Paraguay, allá por el año 2006 (más o menos), tuvo un carácter sentimental que no tuvo ir a otros lugares.
Pero hasta
hace una semana nunca había visto las Cataratas de Iguazú. Os confieso que no
tenía mucho interés en verlas. Imaginaba que sería un mirador donde se vería
una gran caída de agua y que eso sería todo.
Pero no,
visitarlas suponía un precioso paseo por la selva e ir recorriendo los
distintos saltos sucesivos de agua: todos ellos
distintos, todos impresionantes. El poderío de ese río resulta todo un
espectáculo. A eso hay que añadir que las numerosas cascadas caen en mitad de
una selva, que el agua forma grandes nubes de agua, el sol atravesando esas
nubes y formando matices llenos de poesía.
Pero lo que
más me gustó fue el viaje en una lancha por el rio, aproximarnos a ese fragor
e, incluso, meternos debajo de una de esas cascadas, de las pequeñas, de las más
pequeñas, pero que nos pareció tremenda. La altura era tanta que el agua se
vaporizaba y caía sobre nuestras cabezas ya muy disminuida en fuerza, de lo
contrario hubiera sido imposible. Pero era allí donde veías, sentías y oías el
poder de las cataratas. Ya el viaje por el rio fue una experiencia inolvidable,
pero la aproximación a los saltos fue algo que nunca pude haber imaginado por
más que viera la película a la que me he referido.
Mañana
seguiré relatando mi viaje. Tengo varias fotos de mi visita a esas cataratas,
pero las tengo sobre la mesa donde escribo en una tarjeta de memoria y ni mi
ordenador ni mi tablet tienen esa entrada. Así que todas ese medio centenar de
fotos tendrán que esperar para que las veáis. Pero os pongo otra foto debajo,
una foto de otro día. Padre Fortea en modo La Misión.
Sobre
las personas que aparecen en esas fotos hablaré en próximos posts. Mejor dicho,
sobre las maravillosas personas que aparecen y que tuve la suerte de conocer,
hablaré en los próximos días. Cuando con diecinueve años vi la película, nunca
pensé que viajaría tantas veces a Paraguay y que esos viajes serían tan
gozosos. Y que la razón de ese gozo serían las personas que conocí.
P. FORTEA
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