Corre una leyenda de las Lomas de Lachay, respecto al “Toro Huanco”.
Cuando
era bueno, pródigo en pastos, se sucedían días de fiesta al ver los ganaderos a
sus animales hermosos y gordos, pastando. En las noches la alegría era
desbordante.
Los
fiambres de uno y de otro, era de lo mejor; los Chinchay de la Pampa de Ánimas
llevaban pavos reales en sus alforjas. Las carpas de las comunidades de Huacho,
Sayán y Huaral pasaban de sesenta. Complementaban el ambiente festivo el pregón
de vivanderas ofreciendo deliciosos potajes. Y los cantineros el reconfortante
y calientito “chinguirito”, elaborado con jugos de frutas silvestres y ron de
Andahuasi.
En la
quebrada de Churipampa, donde existían corrales incaicos de pircas, los
repunteros llevaban el ganado de los diversos dueños. Pastaban en la inmensa
loma. Los encontraban en Cerro de Aguas, Quebrada de Palos, Cerro Redondo, Gato
Viejo, Yeguas o en Chaypuquio y Condorpuquio nunca se secaban las aguadas. En
refugios abrigados o bajo la sombra de taros, guarangos y palillos.
Don
Críspulo Torres, repuntero de esta loma, contaba: “En
las noches de luna llena, con la palidez de la neblina el ganado inquieto,
nervioso, como si algo viera, miraba la ladera del cerro”. A don
Críspulo le parecía haber oído el rodar de una piedra de lo alto, también el
mugido de un toro o ver una bola de fuego descendiendo sobre los corrales. Esto
acontecía durante un último rodeo. El ganado enloquecido en estampida arremetía
sobre las pircas de piedra, rompiendo los corrales y esparcía en toda la
inmensa loma.
Los
comuneros pensaron que celebrando una misa en la loma calmarían a los espíritus
malos que asustaban al ganado. Esa noche los jugadores del juego de briscán
dejaron los naipes y el “chinguirito”. Devotos,
juntaron varias carpas, improvisando una capilla. El padre Amado, del colegio
de La Merced, que por su modo de expresarse le decían “Cuchucho”,
en pleno sermón hizo alusión al Toro Huanco. El ganado inquieto por la
concentración de luces en la capilla empezó a moverse. Ante la preocupación de
los ganaderos, el padre Amado les dijo:
-¡Tranquilizaos,
hijos míos!, nada sucederá, el Señor está con nosotros.
De lo
alto del cerro se oye el rodar de una piedra, luego de un horrible mugido.
-¡El Toro Huanco! clamaron todos.
El ganado
en estampida rompe corrales. El padre Amado levantándose la sotana corre
también, salió exclamando:
-¡Jechú…
Jechú… Sálvanos Señó!
Esta
leyenda del Toro Huanco por el nombre que lleva y sus inexplicables
apariciones, se deben a riquezas ocultas.
Los lomeros lo atribuyen provenir
del -tesoro de Catalina Huanca-, que según las tradiciones se refugió en esta
loma, al ser perseguida por los españoles, ocultando el tesoro en diversas
cuevas.
De Alberto Bisso
Sánchez
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