Don Ricardo Palma, reseña en una de sus Tradiciones un hecho transcurrido en Huacho, sobre la argucia de la que se valió un español para despojar a gente de buena fe que confiaron en él para depositar sus prendas y dinero.
Don Juan
Pezo, que vivió hasta cerca de los 100 años, contó que de joven fue ayudante de
los que transportaban mercaderías en recuas de mula, del puerto y de la campiña
a los comerciantes de Huacho. Nos decía que había oído que don Dionisio fue un
comerciante español que vivía en una casa-tienda en Malambo y que se paseaba
por el corredor de su casa fumando su pipa. La casa tenía dos ventanas por
donde asomaba a la calle una caja fuerte. En el siglo pasado, como no había
bancos las casas mayoristas de los comerciantes operaban como tales. Guardando
y prestando dinero, y algunas como la Casa Marcenaro emitió pequeños billetes
que circulaban con garantía por toda la provincia.
Los
continuos asaltos y robos que hacían a los viajeros y comerciantes que venían
del interior, los salteadores de camino como Perico Alcántara y Rosso Arce,
obligaron a éstos guardar su dinero en estas casas comerciales, que eran
garantía de honradez.
Las
campiñeras que pasaban al mercado de "Ño
Juntín", que estaba en lo que es hoy la
plazuelita Domingo Mandamiento, al ver la nueva tienda del español y la
caja fuerte muy maciza, pensaron que este era el lugar más seguro para guardar
su dinero y prendas de valor. Pero no pensaron que el guardián era un español
que todo lo había tramado para despojarlas de sus pertenencias. Poco a poco
llegaron a solicitar pequeños préstamos y créditos que conseguían rápidamente.
Hecho que les hizo tomar confianza. Comenzaron entonces a traer todo lo que de
valor poseían.
"Ño Dionisio" -le decían: "Aquí le traigo este orito y esta alhajita para que
me lo guarde usted en su cajita fuerte".
El
español abriendo en su presencia la caja fuerte depositaba las prendas y les
decía:
"Aquí
tu orito y tu alhajita, estarán bien seguros de la tentación de los
ladrones".
Pocos
años después, al tener la caja fuerte bien llena, ideó una estratagema para
apoderarse de este tesoro y que no lo persiguieran. Conociendo la idiosincrasia
de la mujer campesina, que creía que todo lo anormal era cosa del demonio, el
día que determinó llevarse estos valores, negó el crédito para llenar más las
arcas. Puso sobre su cama un largo saco de ají seco, lo roció luego de azufre y
antes de marcharse le prendió fuego a la casa, que siendo de madera se quemó
completamente.
En la
madrugada, al pasar las huachanas al mercado en sus acémilas se agruparon
alrededor del incendio y al ver el largo saco de ají que se asemejaba al cuerpo
del español, que ardía fosforescentemente, despidiendo humo que las asfixiaba,
lo confundieron con el prestamista que últimamente les había negado el crédito.
Como todo
apestaba a azufre, lo creían obra de satanás y se santiguaron temerosas y
resignadas por la pérdida de sus valores. Dijéronse: "¡Por
tener tanta plata y por angurriento de no querernos ya prestar nada, el tío se
lo ha llevado a don Dionisio en cuerpo y alma!”
Don
Ricardo Palma, en su tradición sobre “Don Dionisio
el Cigarrero", involucra a todo el pueblo huachano. La realidad es
la expresada, fueron las campiñeras, porque ellas en esa época tomaban las
decisiones de contratos, ventas y préstamos.
Las
mujeres campiñeras les compraban a sus maridos todo. Éste estaba dedicado
exclusivamente a las labores del campo de sol a sol. Ellas en los caballos iban
a la ciudad a vender los productos que habían cosechado. Y no era extraño ver
colgados en la grupa, los pavos, patos y gallinas, y los serones llenos de
frutas y alfalfa.
De
Alberto Bisso Sánchez (1992).
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