martes, 6 de julio de 2021

EL ESPÍRITU DEL AHOGADO

 Recuerdo las grandes tertulias, a la luz de un lamparín, tendidos sobre petates, a la usanza campiñera. Escuchando a los viejos contar misterios y leyendas urbanas. En estos relatos siempre recalcaban y aducían que el espíritu del ahogado, era el alma más peligrosa y condenada si este fenómeno te mataba. Es esta alma la más desesperada, pues según decían: el occiso muere sin auxilio espiritual y desesperado. Este espíritu teme al agua y molesta en las casas cuando hay luz de mecheros o lamparines.

Esta historia se remonta a los años de 1940, en el hoy cruce o entrada a Vilcahuaura, en donde se acentuó una joven familia. Esa tarde la esposa, estaba con sus dos pequeños niños, aseándolos, cuando sintió que las gallinas, comenzaron a piar de forma suspendida. Como se sabe en el argot popular: -las gallinas y los perros tienen el don de la premonición-, ellos pueden percibir desgracia, fatalidad y presencia de espíritus malignos.

Recordó en el acto que hacía una semana, en la toma de agua, un regador, de la hacienda se había ahogado, al caer borracho a la toma que estaba al costado de su choza. Su temor se confirmó al sentir gritos lastimeros y bramidos, en la puerta de su corral, que a la vez era empujada con fuerza.

Cargó a sus pequeños, pudiendo sentir que la puerta se abría, llegando a ver una masa amorfa y espectral, que se acercaba a ellos, flotando y bramando desesperada, de apariencia diabólica. Corrió horrorizada, hacia su sala, pero ya los tentáculos de la maligna aparición la alcanzaban. Recordó que estas almas le temen al agua y metiose con sus hijos que lloraban de terror, en la acequia que cruzaba delante de su casa. Ahí soportó el asedio de esta alma queriéndosela llevar, cosa que no logró, porque ella y sus hijos estaban metidos en el agua de la acequia.

Cuando sus gritos fueron advertidos por sus perros, que ladraban regresando, pues fueron siguiendo a su esposo al pueblo. Con la presencia de estos el ánima se fue derrotada.

Pudo haberse llevado a los tres y encontrar su salvación… Pero, esa es otra historia.

De: Darío Pimentel Delgado

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