Recuerdo las grandes tertulias, a la luz de un lamparín, tendidos sobre petates, a la usanza campiñera. Escuchando a los viejos contar misterios y leyendas urbanas. En estos relatos siempre recalcaban y aducían que el espíritu del ahogado, era el alma más peligrosa y condenada si este fenómeno te mataba. Es esta alma la más desesperada, pues según decían: el occiso muere sin auxilio espiritual y desesperado. Este espíritu teme al agua y molesta en las casas cuando hay luz de mecheros o lamparines.
Esta historia
se remonta a los años de 1940, en el hoy cruce o entrada a Vilcahuaura, en
donde se acentuó una joven familia. Esa tarde la esposa, estaba con sus dos
pequeños niños, aseándolos, cuando sintió que las gallinas, comenzaron a piar
de forma suspendida. Como se sabe en el argot popular: -las
gallinas y los perros tienen el don de la premonición-, ellos pueden
percibir desgracia, fatalidad y presencia de espíritus malignos.
Recordó
en el acto que hacía una semana, en la toma de agua, un regador, de la hacienda
se había ahogado, al caer borracho a la toma que estaba al costado de su choza.
Su temor se confirmó al sentir gritos lastimeros y bramidos, en la puerta de su
corral, que a la vez era empujada con fuerza.
Cargó a sus
pequeños, pudiendo sentir que la puerta se abría, llegando a ver una masa
amorfa y espectral, que se acercaba a ellos, flotando y bramando desesperada,
de apariencia diabólica. Corrió horrorizada, hacia su sala, pero ya los
tentáculos de la maligna aparición la alcanzaban. Recordó que estas almas le
temen al agua y metiose con sus hijos que lloraban de terror, en la acequia que
cruzaba delante de su casa. Ahí soportó el asedio de esta alma queriéndosela
llevar, cosa que no logró, porque ella y sus hijos estaban metidos en el agua
de la acequia.
Cuando
sus gritos fueron advertidos por sus perros, que ladraban regresando, pues
fueron siguiendo a su esposo al pueblo. Con la presencia de estos el ánima se
fue derrotada.
Pudo
haberse llevado a los tres y encontrar su salvación… Pero, esa es otra historia.
De: Darío Pimentel Delgado
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